El monje nos hace pasar descalzos y nos sentarnos en el suelo. Nos da un tríptico con las instrucciones y las reglas para asistir a las dos ceremonias de los monjes, así como los horarios de las comidas y otros detalles del templo. Nos dice que deberemos dormir separados pues cada uno debe pernoctar con personas del mismo sexo, es uno de los requisitos que hay que aceptar para alojarse.
A las 6 menos veinte de la tarde entramos en el recinto donde los monjes ya han entrado previamente por una puerta y los seis coreanos y nosotros, unos quince minutos más tarde, por otra. Hay un bufete donde se puede uno servir sopa picante de rábano, arroz, encurtidos, tofu, judías verdes, y otras verduras. Comemos en mesas separadas en silencio observando a los monjes que permanecen impasibles a nuestra presencia. El respeto y la solemnidad se impone en la sala. Las bandejas las devolvemos a los cocineros.