Coriolano y su pasión republicana inflamaron la noche de Regina

Por José Juan Martínez Bueso @JoseJuanMBueso

Hay un pequeño y cordial teatro romano en las inmediaciones de Casas de Reina, al sur de Badajoz. El teatro romano de Regina tiene en la noche la seducción de sus ruinas misteriosas y una fascinación legendaria palpitando en los signos de la campiña que rodea a este hemiciclo en mitad de la nada, sobredimensionando su grandeza en la noche de los tiempos. La noche del 12 se representó en este espacio Coriolano, en ocasión del XI Festival deTeatro Clásico de Regina, precedido por la soprano Granada Rubiano quien nos regaló dos arias con su extraordinaria voz.

El entorno del teatro romano de Regina es un marco ideal para la música y por supuesto para la sublime tragedia romana de Shakespeare  adaptada por Fermín Cabal que los miembros de la compañía Arán Dramática bajo la dirección de Eugenio Amaya supieron resolver con acierto en una interpretación  bastante coherente en donde se destilaba todo el romanticismo de los ideales patrióticos de Roma a través de sus ciudadanos protagonistas, plebeyos iracundos y levantiscos, ante los patricios ecuánimes y astutos, frente a los que se alzaban los fieros guerreros volscos. Una tragedia que in crescendo se desliza en una hábil trama donde las circunstancias harán que la soberbia de Coriolano  (Elías González) desatendiendo los dictados de su suegro Menenio (interpretado maravillosamente por Quino Díez) y de su augusta madre Volumnia (interpretada con dramática solemnidad por María Luisa Borruel)  le impulsen hacia su muerte en unos sentimientos contradictorios, pues muere sacrificándose por Roma un general desterrado por la República en un último vínculo con la ciudad que le unía, y muere así paradójicamente por la patria pero sin patria. Magnífica velada de teatro romano en Regina con Arán Dramática de la mano de la inmortal obra de Shakespeare que reaparece invocando las sombras de la historia,  que en la noche, bajo los astros,  la inmensa llanura del sur extremeño evoca nuestra herencia latina, hermanándose a la Roma eterna.