Coroplastia : los juguetes de hilero, una tradición murciana. Historia de un exvoto romano de barro.
Por coroplastia (del griego koré, muñeca, y plassein, formar) entendemos el arte de fabricar figurillas o relieves de barro modelándolos y cociéndolos, y a quien esto hace le llamamos coroplasta. Pequeños modelados, trabajos humildes y artesanales con barro, funcionales o no, se pierden en la noche de los tiempos. Han acompañado al hombre desde antes del Neolítico, y desde entonces y hasta hace unas décadas, con la competencia del plástico, han estado presentes en nuestros hogares, en acontecimientos como romerías y fiestas y, muy especialmente, en lugares de culto, como imágenes religiosas o como exvotos.
Juguetes con formas humanas o animales, de construcciones, de barcos, silbatos, pequeños ajuares domésticos, representaciones de deidades para el culto doméstico, ofrendas para el santuario, quemaperfumes o pebeteros, lamparillas de aceite, lucernas o candiles... una producción rica y variada que nos acerca a un legado cultural milenario, la coroplastia.
Siguiendo a Daniel Serrano Várez, en su publicación El Hilero, (Revista Cangilón, Murcia), quisiera presentar unas notas al respecto.El hilero o trapero, nos cuenta, “era una persona, hombre o mujer, aunque abundaban los primeros, que recorría las calles con un carretón que empujaba con las manos; a las varas iba atada una soga, que se colocaba detrás del cuello con lo que se ayudaba a soportar el peso y sujetaba el carretón cuando soltaba las manos. Sobre el carretón llevaba la mercancía que consistía en piezas para el ajuar casero como platos, fuentes, vasos y tazas, o juguetes para los críos, como bolas de barro o de cristal, tiras de mixtos de trueno, molinicos de papel, pelotas de trapo con forro de gutapercha, flautas de caña y figuritas de barro...
Cabecitas ibérica y púnica. Terracota.
Se paraban en esquinas estratégicas para hacerse ver y oír por el mayor número de personas posibles y gritaban: "Niñicos, niñicas, por trapos y alpargates". Así lo recuerda un amigo de su infancia en Cieza. Su actividad comercial consistía en cambiar su mercancía por trapos y alpargates (calzado más usual en aquellos años), que posteriormente vendían a una fábrica.” Trapos viejos y alpargatas usadas, claro, para hacer borra para los colchones y estopa con el cáñamo de las suelas, o combustible para la fábrica de seda de San Antón, en Murcia. Francisco Vigueras contó en una entrevista a La Verdad de Murcia que también la hojalata era objeto de trueque, especialmente las latas que llevaban estaño, además del vidrio, y nos informó de dónde y cómo se fabricaban estas figuritas.
Las figuras de barro, de pequeño tamaño, estaban hechas con arcilla por dos procedimientos: con moldes y a mano; las primeras resultaban huecas y las segundas macizas. Una vez secadas al sol, con barro del río Segura, pues cerca del barrio murciano de Vistabella estaba el obrador donde se producían, y pintadas las de mejor calidad, se introducían a un horno donde se sometían a una cocción a elevada temperatura, con lo que adquirían una gran consistencia; posteriormente, en contados casos, se les añadía algún aditamento: coronas, abanicos, espejos, etc. Quizá la tradición belenista murciana tiene mucho que ver con esta producción artesanal de juguetes.
Siempre moldes sencillos, bivalvos, que utilizan el recurso de pegar los antebrazos al cuerpo y superponer las manos a las muñecas de la figura, cerrando el espacio entre las piernas con un vástago o apoyo de modo que la compacidad garantice la resistencia a romperse en las partes más frágiles, recursos que han pervivido desde la antigüedad en la coroplastia popular.
Serrano presenta en su trabajo tres figuritas recuperadas por él, y aquí mostramos dos, seguramente de los mismos moldes: una niña y un caballo, si bien macizas y policromadas post cocción. El valor de esta tradición estriba a mi entender en dos cosas: que es algo antiquísimo en nuestra cultura, y que esos pequeños objetos de trueque eran de los escasos juguetes accesibles a los niños en una economía de subsistencia, por lo que, en su simplicidad, están llenos de alma, de evocación de tardes de juegos, de nostalgia.
¿Y cuál es la historia del exvoto romano de barro? Hoy puede verse, en las vitrinas de un Museo Arqueológico, doy fe sin decir en cuál, la misma figurita de muñeca que aquí presentamos. Un juguete de hilero catalogado como exvoto romano. No sé si algún coroplasta copió un exvoto hallado en alguna parte, quién sabe, o más probable, si esa muñequita de hilero, ya perdidos sus vivos pero frágiles pigmentos, desconcierta al más experto, pues su materia, su forma, los recursos del artesano... son iguales a como fueron.
Juguetes de hilero de terracota: caballito y muñeca, policromados post cocción. Obsérvese el recurso ya descrito en brazos y manos de la muñeca. Compárese el caballito con el ibérico y el califal presentados.
Saque cada cual su conclusión. La mía es que cuando vea una figurita popular de belén, de terracota, de esas sencillas, algo toscas, la admiraré y disfrutaré, pues sé que la habrán tocado con sus manos niños ilusionados durante, quizás, muchas generaciones.