Celebramos en este domingo la solemnidad del Corpus Christi. En ella, todos estamos convocados a renovar nuestra fe en el sacramento eucarístico, corazón de la Iglesia, fuente y culmen de la vida cristiana. Todos estamos invitados a adorar al Señor, a aclamarlo en nuestras calles y a ir caracterizando nuestra vida como una existencia eucarística, modelada por este sacramento admirable.
En la solemnidad del Corpus Christi, la Iglesia en España celebra también el Día de la Caridad. En la exhortación apostólica Sacramentum caritatis nos decía el Papa Benedicto XVI que cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente la entrega de Jesús en la Cruz por nosotros y por todos los hombres, haciéndose pan partido “para la vida del mundo” (Jn 6,51). Aquí estriba la estrecha relación que existe entre el misterio eucarístico y el servicio de la caridad. Nuestra participación en la Eucaristía debe hacernos testigos de la compasión de Dios por cada hermano nuestro. El encuentro íntimo con Jesucristo en el sacramento de su cuerpo y de su sangre, que conlleva la comunión de nuestra voluntad y de nuestros sentimientos con los suyos, nos debe impulsar a mirar a nuestros hermanos con los mismos sentimientos de Jesús, con sus mismos ojos y con su mismo corazón, amándolos también “hasta el extremo” (Jn 13,1). La participación en la eucaristía debe impulsarnos, pues, a hacernos, como Jesús, “pan partido” para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno. En la Eucaristía el Señor nos invita a acercarnos con amor a los pobres y excluidos y nos dice como a los discípulos: “dadles vosotros de comer” (Mt 14,16).
Como afirmaba el Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est, “la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán” (n. 14). Por ello, la Eucaristía es fuente y al mismo tiempo exigencia de reconciliación, de unidad, de compromiso por la justicia y de empeño constante de los cristianos por transformar las estructuras injustas para restablecer el respeto por la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.
En esta solemnidad la Iglesia nos recuerda que la Eucaristía sin la caridad se convierte en un culto vacío, tantas veces denunciado en la Sagrada Escritura. Nos recuerda también que la caridad sin la Eucaristía se convierte en mera acción social, en pura filantropía, que antes o después termina desvaneciéndose. Por ello, la solemnidad del Corpus Christi es una oportunidad extraordinaria para afianzar la vinculación entre Eucaristía y caridad, de modo que la adoración al Señor nos lleve a descubrirlo en el hermano pobre y necesitado, y el ejercicio de la caridad revitalice y refresque nuestras celebraciones eucarísticas, a menudo acartonadas y rutinarias. La consideración de esta doble dimensión, anverso y reverso de un mismo misterio, nos debe ayudar a todos, pero especialmente a los sacerdotes, a celebrar cada vez más dignamente la santa Eucaristía, a favorecer el culto y la adoración eucarística fuera de la Misa y hacer todo lo que esté en nuestras manos como Iglesia diocesana para servir mejor a los pobres.
En este día del Corpus Christi pedimos al Señor que nos conceda unas manos generosas para compartir nuestros bienes, aún los necesarios, con nuestros hermanos necesitados. Hemos de pedirle también que nos conceda un corazón capaz de conmoverse ante los pobres y los que sufren. El corazón es la sede de los sentimientos, de la compasión y del amor abnegado. Del Corazón de Cristo presente en la Eucaristía nace su entrega sacrificial por todos nosotros. Sintonizando con su Corazón, también el nuestro nos impulsará a hacer de nuestra vida una donación de amor a todos nuestros hermanos, especialmente a los empobrecidos como consecuencia de la crisis económica y a cuantos yacen en las cunetas de nuestro mundo.
Al mismo tiempo que invito a todos los fieles de la Diócesis a ser generosos en la colecta de este domingo, destinada a Cáritas, no puedo terminar mi carta semanal sin saludar con afecto y gratitud al Director, Delegado episcopal, los voluntarios, responsables y técnicos de nuestra Cáritas Diocesana y de las Cáritas parroquiales. Les agradezco su entrega y los excelentes servicios que prestan a través de sus programas a los más pobres, transeúntes, inmigrantes, familias desestructuradas y parados de larga duración. Pido a los sacerdotes de las pocas parroquias en las que todavía no existen, que se decidan a crearlas. Invito a todos a seguir fortaleciendo la genuina identidad cristiana de nuestras Cáritas y a cuidar los fundamentos sobrenaturales de nuestro compromiso fraterno y solidario. En la Eucaristía, vivida, celebrada y adorada, encontraréis cada día la fuerza para seguir ofreciendo a nuestros hermanos más pobres motivos de esperanza en un futuro mejor.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo PelegrinaArzobispo de Sevilla