Países de tradición socialdemócrata como Dinamarca u Holanda y otros más conservadores como Austria o Alemania son los que han propuesto crear fuera de Europa, quizás en Egipto, campos para refugiados e inmigrantes que deseen entrar en la UE.
La medida fue apoyada mayoritariamente por los comités permanentes del Consejo de Europa, y ante ella tendrá que pronunciarse Pedro Sánchez.
Se presentará a los líderes de los países miembros en el Consejo de los próximos días 28 y 29, y de aprobarse afectará a futuros inmigrantes como los del Aquarius; además deberá aclararse qué ocurrirá con los hasta un millar diarios que últimamente llegan en pateras a España.
Quienes demuestren ser refugiados ser trasladarán enseguida a Europa, mientras que los inmigrantes económicos esperarán a ser reasignados según las cuotas de cada país.
Este proyecto nació a principios de siglo patrocinado por Gerhard Schröder, canciller socialista alemán, y el popular español José María Aznar, que lo retiraron ante los ataques de fuerzas más radical-izquierdistas que el alemán, de oenegés y de organizaciones cristianas.
Los opositores preguntaban que cómo serían “esos campos que recuerdan a los de concentración o a los corrales del ganado”.
Añadían: “¿Cómo encerrarán y controlaran a decenas o centenares de millares de personas? ¿En tiendas de campaña, en barracones ardientes, separando sexos y niños, sellados con alambradas de concertinas?”
Prueba de fuego para el compasivo Sánchez, que sabe que la inmigración descontrolada crea resentimientos.
Véase cómo en Alemania eclosionaron súbitamente partidos antiinmigración siguiendo al deseo creciente de que se deporte a inmigrantes, que pasó en tres años del 7 al 86 por ciento.
Y el 65 por ciento de esa población que aceptó en 2015 a más de un millón de supuestos refugiados, exige ahora cerrar las fronteras.
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SALAS