José Corredor-Matheos.
Desolación y vuelo.
Tusquets. Barcelona, 2011.
José Corredor-Matheos reúne en Desolación y vuelo sesenta años de escritura poética intensa, solitaria y exigente. El volumen, publicado por Tusquets, muestra la evolución y la coherencia de la obra del más budista de los poetas españoles, como lo definió Jorge Riechmann.
Una obra que culmina en Un pez que va por el jardín, un libro de 2007 al que pertenecen estos versos:
Sé que todos los árboles
habitan más allá,
pero su voz es clara,
cuando la alcanzo a oír.
Tú eres el viento, el viento,
y eres también la nube,
sin forma y sin destino.
Eres también el árbol
que te habla.
El árbol que da luz
cuando tú estás en sombra.
Tras unos libros iniciales que cultivaban una poética existencial o testimonial, Corredor-Matheos encuentra su tono de voz personal en la Carta a Li-Po (1975). A partir de ese libro y hasta los recientes El don de la ignorancia (2004) y Un pez que va por el jardín, pasando por otro libro crucial como Jardín de arena (1994), el autor ha ido construyendo, casi en secreto, un universo poético propio a través de un constante proceso de estilización y despojamiento, de búsqueda de lo esencial que lo ha colocado cerca de las poéticas del silencio y de la poesía oriental.
Todo lo veo en actitud
de espera.
¿Por qué esa mansedumbre
de las cosas
la manera que tienen
de parecer que esperan?
Recógete en silencio
Aunque todo se agite
en torno a ti,
igual que si esperaras.
(El don de la ignorancia)
La sutileza expresiva, la delgadez verbal que alcanza la poesía de Corredor-Matheos es el resultado de una depuración formal paralela a una voluntad de profundización en el conocimiento esencial. Es una poesía que persigue lo inefable y va más allá de la realidad y de la palabra, una forma de conocimiento que nombra el mundo con enorme capacidad de sugerencia y combina la hondura de la reflexión, la levedad etérea de la intuición y la sutileza de las sensaciones.
Por ejemplo cuando escribía en la Carta a Li-Po:
Vacío, el universo.
No hay soles, ni planetas,
ni arroyos, ni montañas.
No estás tú, no, ni nadie.
Sólo una luz perdida
que va hiriendo la noche.
Un pensamiento solo
que corre hacia la muerte.
La poesía de Corredor-Matheos ha viajado desde la desolación al vuelo, se ha hecho aérea y alada en el paso del nihilismo a la afirmación de la vida, de la angustia del yo a la disolución en la naturaleza en un experiencia liberadora que le permite descubrir una nueva dimensión que arranca de la fusión entre el mundo y el poeta.
Por eso escribía estos versos en Y tu poema empieza (1987):
Sentado en la terraza
oyes hablar al sauce
y te salen raíces.
O estos otros:
Ya no sientes deseos
de escribir más poemas,
y pides a las cosas
que lo hagan por ti,
y quedas escuchándolas
en paz toda la noche.
La poesía se convierte a partir de ese momento en un ejercicio de olvido y silencio, de contemplación y transparencia, de sabiduría y desasimiento dejando que las sombras / se mezclen con la luz.
Es un ejercicio de fusión del yo y de la poesía en el paisaje:
Que escriba sola.
Deja volar la pluma
en el paisaje.
(Jardín de arena)
Solo el verso se escribe.
Leído o escuchado,
este poema
¿cobra el mismo sentido
que el volar de una hoja
o el pasar de una nube?
Feliz este momento
en que las cosas
despiertan algo en mí
que no soy yo.
(El don de la ignorancia)
No poesía pura –decía de ella con razón Ángel Crespo-, sino pura poesía, como la de estos reveladores versos finales de El don de la ignorancia:
y verás el poema
florecer,
descender la montaña
hasta tus pies,
disolverse en las aguas
las palabras,
los nombres y los números.
Y que el poema sea.
Santos Domínguez