Hoy en día son muchas las carreras populares plagadas de veteranos con heridas de guerra, lesiones producidas en esa lucha diaria laboral que nos toca vivir, que cada día se hace más dura por la escasez de trabajo que existe, y que no tiene visos de mejorar.
Además de las consabidas secuelas psicológicas traumáticas, hay otra especialmente peligrosa como es el infarto. El estrés es uno de los condicionantes que promueve el infarto. Y quizá, el mayor porcentaje de estrés se adquiera por causas laborales (exceso, defecto, ambiente, etc…), que, junto con una edad algo avanzada, y normalmente con una gran carga de sedentarismo hacen el cóctel perfecto para ser candidato al mismo.
Existen nueve factores de riesgo fácilmente medibles y evitables, que son responsables del 90% de todos los infartos, según los resultados de estudios realizados sobre estos temas. Un análisis más detallado revela que el estrés es responsable aproximadamente de la quinta parte de los infartos de miocardio en todo el mundo.
Muchos de esos veteranos corredores, se han reencontrado con el deporte en la madurez, y han conseguido que sea una rutina y una doctrina en sus vidas. Otros muchos, incrédulos hasta ese momento de los beneficios del ejercicio físico, también han hecho que sea terapia medicinal incontestable.
El ejercicio es fundamental en la rehabilitación de los pacientes con cualquier tipo de cardiopatía, como los que han sufrido infartos. El primer paso lógico y fundamental es consultar al médico, que determinará el nivel de esfuerzo, por medio de una ergometría o prueba de esfuerzo. El especialista diseñará el programa de rehabilitación cardiaca.
Pero hablamos del deporte como uno de los condimentos de la recuperación, aunque de nada sirve ejercitarse si no se tiene una dieta saludable, una adecuada medicación y se controla el peso.
El ejercicio ideal más beneficioso es el llamado aeróbico: caminar, correr, pedalear en bicicleta y nadar. En este tipo de actividades se movilizan muchos músculos. Mientras que el ejercicio estático o anaeróbico (como el levantamiento de pesas) tiene menos efectos positivos para el corazón y puede resultar peligroso si no se hace de forma controlada. A estos beneficios estrictamente físicos, podemos añadir las ventajas psicológicas: el deporte es una actividad que está vinculada a la salud y el disfrute.
Es importante, conociendo el grado de infarto, variar y adaptar el tipo y la intensidad del ejercicio a cada caso. Después de un infarto de miocardio es importante establecer el nivel de esfuerzo que se puede realizar sin fatigarse o presentar dolor torácico. Esto se determina mediante la ergometría o prueba de esfuerzo. Nunca se debe realizar un ejercicio extenuante: no aporta beneficios y puede ser arriesgado. Recuerda que debes mantener el ritmo cardiaco por debajo del 75 por ciento de la frecuencia máxima teórica (que se halla restando tu edad a 220). No importa superarlo de forma puntual, pero no es necesario para beneficiarse de los efectos positivos del ejercicio.
Pero cuando alguien ha sufrido un infarto, se ha quedado tan debilitado que duda poder recuperar sus fuerzas y ser capaz de que su cuerpo pueda desarrollar algún esfuerzo más allá de moverse. Debemos empezar poco a poco. Durante el primer mes después del infarto, y siempre que tu cardiólogo no te lo prohíba expresamente, el mejor ejercicio es caminar. La primera semana debe ser una toma de contacto. A partir de la segunda semana, puede marcarse pequeños objetivos. Hay que calcular cuál es la frecuencia de entrenamiento que te corresponde por la edad e intentar conseguirla caminando deprisa. Puede que te fatigues al cabo de pocos minutos. No te preocupes, vuelve a caminar despacio, pero intenta cada día conseguir un minuto más con la frecuencia de entrenamiento hasta llegar al mínimo de 20 minutos recomendados. Después, procura llegar hasta media hora, y si es posible, hasta la hora. La media hora continúa es una medida absolutamente ideal para mantenerse en forma.
En resumen, los beneficios demostrados de la práctica deportiva, pueden ser:
- Control de la tensión arterial, los niveles de colesterol y de glucosa.
- Ayuda a bajar y controlar el peso.
- Disminuye la formación de coágulos sanguíneos y aumenta la capacidad para disolverlos.
- Mejora la forma física y la tolerancia al ejercicio.
- Ayuda a que el corazón funcione mejor: reduce el número de latidos por minuto, mejora su contracción y desarrolla nuevas arterias.
- Reduce las arritmias.
- Evita la ansiedad, la depresión y el estrés.
- Y mejora la calidad de vida, reduce las recaídas y la mortalidad.
Son tantos los beneficios, que se nos hace inimaginable que el personal no lo realice como hábito para prevenir, y no solo como remedio para curar y recuperar.
Lo que nunca debemos olvidar es que no solo es aconsejable, sino que es imprescindible consultar a tu médico antes de tomar cualquier decisión de práctica deportiva. Pero, como norma general, y salvo en enfermos con un gran deterioro de la función cardíaca, el ejercicio físico es recomendable para todos los pacientes, cualquiera que sea su edad y su patología. Según los últimos estudios realizados al respecto, tres factores protegen contra el infarto de miocardio: el consumo diario de frutas y verduras, el ejercicio físico regular y el consumo moderado de alcohol.