Correr y comer en Valencia: Un maratón de oro.

Por Capitan_rabano @pardeguindillas

Michel Bréal (filólogo francés y fundador de la semántica actual) es considerado el padre del Maratón moderno al sugerir a su amigo Pierre de Coubertin que incluyese una carrera basada en el mito de Filípides en los Juegos Olímpicos de Atenas de 1896. Desde entonces para cualquier corredor, terminar una maratón es culminar un sueño y para mí no iba a ser menos. Tras un intento fallido, este era el año y Valencia, el lugar. Porque no es lo mismo correr y comer, que correr y comer en Valencia.


Por Carmen Rodríguez.
Había elegido estrenarme en esta ciudad porque su perfil es el más llano de los maratones españoles, por su situación geográfica al nivel del mar y la temperatura suave. La fama de ser una carrera bien organizada, donde se cuida con mimo a todos los corredores desde el élite ganador al último de los "slowrunners", también era un factor a tener cuenta y allí nos fuimos.

Aprovechando que es la tierra del arroz, decidimos encargar una paella, siguiendo la táctica nutricional de cargar al máximo los depósitos de hidratos pero esta vez al modo valenciano y recalamos nada más llegar en Casa Carmela un clásico de la playa de la Malvarrosa desde 1922. Famoso por sus paellas y por su reseña en la obra de Manuel Vicent: "Tranvía a la Malvarrosa". Este restaurante que contaba entre su clientela con el escritor y político Vicente Blasco Ibáñez (al lado se encuentra su casa-museo) cuece sus arroces al fuego tradicional con leña de naranjo, lentamente, consiguiendo un aroma ahumado único y una capa de arroz muy fina, característica de la casa.
La Paella Valenciana, de conejo, pato, caracoles, y verduras frescas autóctonas: garrofó de vaina (judia blanca), bajocó de ferradura (judia verde) y alcachofas hay que encargarla, pues solo cocinan un número limitado al día. La sirven al centro de la mesa, en un soporte que ellos han inventado para evitar los tiznes y quemaduras y se come directamente de la paella, con cuchara de madera como antaño se hacía en las barracas de la Albufera. El resultado es espectacular: Si no has probado el arroz de Casa Carmela no sabes de verdad lo que es una paella. Las verduras, los caracoles en su punto justo de cocción, el arroz, perfectamente cocinado, ni pasado ni entero, la carne jugosa y dorada y todos los sabores conjugados por el toque que les da la leña: Una revelación. Acompañada de una ensalada de tomate de la tierra trinchado con tronco de atún y un helado de turrón artesano como postre fue con diferencia el mejor colofón a una dieta escandinava precarrera que nunca había hecho.

 
El paseo posterior por la Malvarrosa con viento de Levante nos sirvió para soltar los nervios de las piernas y bajar el homenaje gastronómico. La comida, el mar y el aparcamiento en la mismísima puerta del hotel, se nos antojaron signos inequívocos de que ese iba a ser un fin de semana redondo. Ya sólo nos faltaba correr la mítica distancia y con la idea de descansar que no de dormir, pues los nervios atenazaban de lo lindo, nos fuimos al hotel.

La mañana se levantó nublada y algo fresca, perfecta para correr (un buen augurio más). El ambiente festivo y el ánimo por todo lo alto en la salida. Yo empecé subidita por la emoción (sonaba el "Libre" de Nino Bravo por megafonía) y pasándome de ritmo ("¡Eh, para que vamos muy deprisa!", se encargaba Gema de cortarme las alas, para no fundir en negro) iba contenta, charlando con los corredores (con Groucho una institución en Valencia, que corría paladeando este maratón, el último de su vida contaba, con sesenta en su haber) y repasando mentalmente mi estrategia de carrera. Todo iba bien hasta el kilómetro 18, donde empecé a notar que mis piernas no tiraban, el miedo al fracaso me bloqueó la espalda y la cabeza. Me hundí al cruzar la meta de la media maratón, pero Gema tiró de mí, física y mentalmente (una vez más el aprendiz superó al maestro) obligándome a beber y a recomponerme hasta que en el 24 me recuperé y andando-corriendo nos plantamos en el 30, en ese momento ya supe que íbamos a acabar y a pesar de que los cuádriceps y los metatarsianos me chillaban de dolor, la verdad es que ahí empecé a disfrutar un poco de la prueba, valorando la belleza del casco antiguo de la ciudad, las actuaciones musicales del recorrido, la animación de las comisiones falleras y la entrega de los voluntarios y de los valencianos que viven esta carrera como si la corrieran ellos. En el 40 estaba deseando que se acabase ya porque no tenía fuelle y al mismo tiempo iba reprimiendo lágrimas emocionada, recibiendo los aplausos y las felicitaciones de los que  volvían con su medalla colgada al cuello, gritando mi nombre, llevándome en volandas hasta la alfombra azul llorando y riendo a la vez... terminé en más de 5:30 pero sin duda ese "MomentoMeta" brazos en alto fue de felicidad absoluta.
 

El Maratón mítico, el que todo el mundo quiere correr es Nueva York, pero para mí siempre será Valencia, por ser el  primero y como todas las primeras veces, especial y único.
Hasta pronto: Salud y Kilómetros!