Correspondencia (1899-1904)

Publicado el 01 noviembre 2016 por Rubencastillo

De un lado tenemos a Antón Chéjov, uno de los dramaturgos más conocidos de su país, cuyas piezas son leídas con admiración y representadas entre el aplauso del público; del otro, nos encontramos con Olga Leonárdovna Knipper, una prometedora actriz que forma parte del Teatro del Arte de Moscú y que trabaja a las órdenes de Konstantin Stanislavski. Entre ambos, autor y actriz, comenzará a surgir una corriente de admiración mutua y de mutua simpatía, que se irá desarrollando en una colección de cartas que traduce y anota Paul Viejo para la editorial Páginas de Espuma. En ese vínculo se va observando cómo aumenta de un modo firme el grado de intimidad entre ellos. Al principio, Olga le pregunta por la familia, por sus actividades de escritura o por sus perros (llamados con nombres muy adecuados a la profesión médica de Chéjov: Bromuro y Quinina); más adelante, será el dramaturgo quien avance pasos, aprovechando incluso el sentido del humor para llenar sus líneas de sonrisas y de insinuaciones (“No me olvide. De otra manera me ahogaré o me casaré con una escolopendra”, p.37); después, será Olga quien felicite a Chéjov, porque se ha enterado de que piensa casarse con la hija de un pope (aunque pronto se nos informará de que la joven siente celos de la actriz); y, por fin, la elogiada intérprete terminará destapando sus cartas con una dulzura y una sinceridad que conmueven: “¿Es que no quieres conocerme? ¿Puede contigo la idea de querer unir tu destino al mío? Escríbeme sobre todo esto con franqueza. Entre nosotros todo debe ser puro y transparente, que ni tú ni yo somos ya niños. Cuéntame todo lo que guarda tu corazón, pregúntame lo que sea y te contestaré. ¿Es que no me amas acaso?” (p.65). Chéjov, por su parte, sucumbirá también a ese río de afecto, al principio de un modo más prudente, pero después con indefensión emocionada (“Me he acostumbrado a usted y ahora me aburro. De ningún modo logro hacerme a la idea de no verla hasta la primavera, me pongo rabioso”)… Una vez que estaban ya casados, continuó la relación epistolar, porque Chéjov se veía obligado a permanecer durante largas temporadas en centros sanitarios para tratarse su delicada salud (murió a los 44 años, de una larguísima enfermedad pulmonar) y porque Olga debía continuar con su trabajo como actriz itinerante.
El volumen se cierra con unas cartas preciosas (en las que no hay sensiblería ni patetismo, sino ternura tibia), en las que Olga se dirige a su difunto marido explicándole cuánto lo echa de menos y cómo se siente de triste y de desamparada desde que él falta de su lado. Apenas tres años de matrimonio, con amplios períodos de separación, quedan consignados en estas páginas llenas de anécdotas, referencias teatrales, comentarios literarios, pequeñas disputas, melancolías y ternezas, que nos ofrecen otra cara de aquel poliedro fascinante que se llamó Antón Chéjov.