Corriendo bajo la lluvia

Por Equipo Edc - Mary González @EDCorredoras

   Es un domingo cualquiera de otoño y amanece lloviendo. Lo que prometía ser una tranquila y apacible mañana para disfrutar de una tirada larga de running se ha tornado en un día gris. Miro por la ventana y pienso: “¿ahora tengo que salir a correr más de una hora con el día que hace?”. Pero en el mismo instante me digo “va… no lo pienses y a por ello”. Me visto, me pongo el paravientos y me calzo mis zapatillas dispuesta a hacer mi sesión de entrenamiento. Mientras tanto siento la voz de mi chico que me va siguiendo por toda la casa repitiéndome, “¿pero tú estás loca? ¿Dónde vas con el día que hace?”… Le miro, le sonrío y le digo: “¡A correr!”.

   La lluvia me va cayendo en cada paso que avanzo. Los charcos y el barro me impiden mantener el ritmo que me gustaría llevar, pero sé que hoy será una gran día de entreno. Corro por caminos que suelen estar llenos de corredores y ciclistas en una mañana de domingo, pero que hoy permanecen solitarios hasta mi llegada. Sólo escucho el sonido de mi pisada y el agua caer. Eso me hace sentir especial… mientras los demás se resguardan de la lluvia, yo me enfrento a las dificultades meteorológicas y del terreno. Eso me hará más fuerte. Pero lo más curioso de todo es que ni por un momento preferiría estar en otro lugar, disfruto enormemente del momento y a la vez me apena que la mayoría haya optado por su sofá en esta maravillosa mañana lluviosa de domingo…

   Muchas de nosotras nos hemos enfrentado (y nos enfrentamos) ante una situación similar; en ocasiones, hemos optado por seguir mirando por la ventana como cae la lluvia. ¿Qué es entonces lo que determina que elijamos enfrentarnos, o no, a la lluvia?

   En términos generales, lo que nos moviliza a llevar a cabo nuestras acciones es nuestra motivación. Probablemente, si estamos preparando una competición importante, si estamos comprometidas con objetivos exigentes, con nuestro entrenador, con nuestro equipo, unas cuantas gotas de lluvia no nos frenarán para salir a entrenar. Estamos, en este caso, extrínsecamente motivadas, es decir, con nuestra acción esperamos conseguir una recompensa externa, ya sea en forma de reconocimiento, de cumplir con unas expectativas, de lograr una victoria o una marca.

   Sin embargo, si nuestra decisión de correr está únicamente extrínsecamente motivada es más probable que, en un momento en que nuestro rendimiento y/o nuestro compromiso no sea demasiado alto, ante una lluviosa mañana de domingo optemos por mirar como cae la lluvia por la ventana en lugar de sentirla mientras corremos. Pero para muchas de nosotras el correr implica mucho más que conseguir una marca. La motivación puede radicar en el mero hecho de calzarse las zapatillas, chapotear en los charcos y disfrutar de cada metro que se recorre. En este caso lo que nos moviliza es una motivación intrínseca, que se caracteriza por el simple hecho de llevar a cabo la conducta ya resulta reforzador en sí mismo, la conducta por si sola ya genera disfrute.

   Aunque pueda parecer que el estar motivadas por ganar, por conseguir una marca, pueda relacionarse con un mayor rendimiento, la realidad es que se ha constatado que las personas motivadas intrínsecamente suelen elegir enfrentarse a tareas que suponen cierto grado de exigencia, y que tras posibles fracasos responden con mayor persistencia y esfuerzo para superar así los desafíos personales. Esto no significa que únicamente sea positiva la motivación intrínseca, y de hecho, ambos tipos de motivación no son excluyentes. Pero el disfrute y el “amor” por el correr es un factor importante cuando nos enfrentamos a nuestros entrenos, sea cual sea nuestro nivel y sean cuales sean nuestras aspiraciones, ya que va a influir en que nuestra experiencia sea mucho más positiva, independientemente de las condiciones atmosféricas, ambientales, e incluso más allá del propio resultado.

   Así pues, al más puro estilo Gene Kelly que disfrutaba cantando bajo la lluvia, disfrutemos de nuestro deporte… corriendo bajo la lluvia.