Continuando con la relación entre Cortázar y el peronismo, un ejemplo destacable fue la novela editada postumamente llamada El Examen, donde se retrata cómo la barbarie se adueña de la Plaza de Mayo, mientras un grupo de estudiantes se pierden entre la multitud, totalmente desorientados frente a lo que están presenciando:
“ –Todo Buenos Aires viene a ver el hueso –dijo –Anoche llegó un tren de Tucumán con mil quinientos obreros. Hay baile popular delante de la Municipalidad. Fijate como desvían el tráfico en la esquina. Vamos a tener un calor bárbaro(...) Miles de hombres y mujeres vestidos igual, de gris topo, azul, habano, a veces verde oscuro...”
La visión que emula Cortázar está basada en la dicotomía tradicional que está muy arraigada en la historia argentina: civilización y barbarie, y los derivados de ella. Las alusiones en ciertos pasajes se vuelve explícita: “Y LOS MONTONEROS ATARON SUS CABALLOS A LA PIRÁMIDE”, dice uno de los protagonistas frente a la multitud de personas que se empieza a concentrar inevitablemente. También existe un enfrentamiento que alude a la diferencia entre la alta cultura y la popular, cuyos parámetros analizamos anteriormente. Las menciones que realiza Cortázar, es a través del desprecio que le representa todo lo autóctono y popular, síntoma que le atribuye al muy mal gusto que tienen las clases bajas. La barbarie se evidencia hasta en el aire que predomina en la ciudad; en la novela, Buenos Aires está azotada por una poderosa neblina que impide la visibilidad y una insoportable humedad cuyo hedor se nota en el aire
Dentro de la misma escena de la Plaza, presencian un ritual dirigido hacia una mujer, que por la descripción, la veneración que se le adjudica, y por ser considerada el nexo entre Perón y el pueblo, da a entender claramente que hace alusión a Eva Perón:
“...era un círculo, los tipos se tenían del brazo y rodeaban a la mujer vestida de blanco, una túnica entre delantal de maestra y alegoría de la patria nunca pisoteada por ningún tirano, el pelo muy rubio desmelenado hasta los senos. Y en el redil había dos o tres hombres de negro, que servían en la ceremonia con movimientos de pericón desganado. (...) Uno de los tipos de negro se acercaba a la mujer, le puso la mano en el hombro.
Ella es buena –dijo-. Ella es muy buena. -Ella es buena –repitieron los otros.(...)”
La crítica de la concentración finalmente llega también a la labor oratoria de Perón, que es representado como “el candidato con voz de urraca” cuyas palabras suenan huecas:
“-Conciudadanos-dijo la urraca-
esta es la hora de la salida,
esta es la hora del trabajo,
la comunión con la reliquia ha terminado para
vosotros (y de golpe se dieron cuenta de
que el tipo no hablaba para ellos sino para la columna que
salía del Santuario y se cortaba hacia el lado del Cabildo)
pero se la llevaban con ustedes en el corazón
(...)
-¡Y ADEMÁS QUIERO DECIR QUE EN EL ALTAR DE LA
PATRIA!
Hipo
““““““(con una voz de bocina)
quedan depositados nuestros
nuestros humildes
(De ellos será el cielo)
sacrificios
(Aquí te bandeaste: salió la vanidad,
esa naricita en punta)
¡¡ynosdaráfuerzasparacontinuaradelantehastaelfinal
VIVAVIVAVIVA!!”
(Cortazar, J. El examen. Buenos Aires. Sudamericana. 1986.)
Lo que realiza en esta parte Cortázar es satirizar el discurso, desfragmentándolo, acusando las palabras que en realidad, a juicio de Cortázar, no tienen una significancia directa. En conjunto forman parte de un palabrerío vacío, que sólo surten efecto en el medio de ese ambiente pasional, completamente irracional. Es sofismo puro:
“-No semos merecedores –dijo el cronista –de una oratoria de tan excelsa alcurnia. Profundidad de conceptos. Como diría el Dire: inconmensurable. -Había momentos buenos –dijo Clara -. En realidad usted no tiene por qué aplicar Demóstenes al hombre de la Plaza de Mayo. Estilos caducos a necesidades nuevas. (...) -Está muy bien –dijo admirado el cronista-. Yo tampoco creo en las metopas. Pero el tipo no dijo nada. Claro que peor hubiera sido que nos hiciera creer, técnica ayudando, que había dicho algo”.
Sin duda, El examen es el mejor retrato que nos permite comprender los efectos sociales y culturales que propulsó el peronismo. Existe, incluso, un prejuicio racial tan fuerte por parte de Cortázar que hasta sorprende con la sinceridad que lo expone:
“(...)-dijo Juan, amargo –nada tiene de brillante pertenecer a la cultura pampeana por un maldito azar demográfico. -En el fondo, ¿qué te importa a qué cultura pertenecés, si te has creado la tuya lo mismo que Andrés y tantos otros? ¿Te molesta la ignorancia y el desamparo de los otros, de esa gente de la Plaza de Mayo?
-Ellos tienen quimeras –dijo el cronista -. Y son de aquí, más que nosotros. -No me importan ellos –dijo Juan-. Me importan mis roces con ellos. Me importa que un tarado que por ser un tarado es mi jefe en la oficina, se meta los dedos en el chaleco y diga que Picasso habría que caparlo. Me jode que un ministro diga que el surrealismo es
pero para qué seguir
para qué
Me jode no poder convivir, entendés. No-poder-con-vivir. Y esto ya no es asunto de cultura intelectual, de si Braque o Matisse o los doce tonos o los genes o la archimedusa. Esto es cosa de la piel y de la sangre. Te voy a decir que cada vez que yo veo un pelo negro lacio, unos ojos alargados, una piel oscura, una tonada provinciana,
me da asco...”(Op. Cit. p. 89-90)
Pero en su novela, también criticaba a quienes tenían eldeber de defender y difundir la alta cultura, cuya representación parece indicar a esos grupos de elite como la revista Sur, que permanecían separados de la realidad, encerrados en un edificio denominado La Casa, donde se leen textos en francés y se discuten lecturas de grandes autores europeos. A su vez, ese grupo estudiantes protagonistas asiduos de la Casa, también tendrían cierta culpabilidad de esa desconexión, que los llevó a golpearse las narices frente a la irrupción del peronismo y su jerga populista.
Cortázar colaboró con Sur desde 1948 hasta 1953.Sin embargo conservó una libertad de crítica que lo diferenciaba del resto, ya que no tenía ninguna dificultad en defender, por ejemplo, la novela del peronista Marechal frente a toda la oposición, diciendo que a través de Adán Buenosayres, se convertía en uno de los creadores del nuevo lenguaje nacional. También con la importante discusión con el secretario de la revista y cuñado de Borges, Guillermo de Torre; sirve para ilustrar la independencia intelectual con la que actúa Cortázar.
Llegado los sesenta, la nueva retórica política que ejercía el peronismo, que de la mano de la juventud militante reclamaba la liberación nacional, la unión latinoamericana, y retomaban las conquistas sociales que había logrado el peronismo clásico como bandera de lucha; invitaba a un examen de conciencia, una revisión del pasado, el compromiso de la intelectualidad ante el momento histórico, que obligó a Cortázar a asumir sus prejuicios y se exculparía, separando su antiperonismo de lo que había surgido a través de ese gobierno que tanto le repulsaba:
“Yo pertenecí a un grupo –por razones de clase pequeño –burguesa- antiperonista, que confundió el fenómeno Juan Domingo Perón, Evita Perón y una buena parte de su equipo de malandras con el hecho, que no debíamos haber ignorado y que ignoramos, de que con Perón se había creado la primera gran convulsión, la primera gran sacudida de masas en el país; había empezado una nueva historia argentina. Esto es hoy clarísimo, pero entonces no supimos verlo.
“Entonces dentro de la Argentina los choques, las fricciones, la sensación de violación que padecíamos cotidianamente frente a ese desborde popular, nuestra condición de jóvenes burgueses que leíamos en varios idiomas, nos impidió entender ese fenómeno.
“Nos molestaban mucho los altoparlantes en las esquinas gritando: "Perón, Perón", porque se intercalaban con el último concierto de Alban Berg que estábamos escuchando. Eso produjo en nosotros una equivocación suicida y muchos nos mandamos a mudar.
“(...) el hecho de que nos hayamos ido, en algunos casos, ha sido bastante útil porque si yo me hubiera quedado en Argentina probablemente no habría llegado a entender nunca lo que pasaba en mi propio país.
“Puse un océano de por medio y luego llegó la Revolución Cubana (...) en realidad lo que me despertó a la realidad latinoamericana fue Cuba (...) ese abrirme de pronto a una serie de cosas que para mí hasta entonces no habían pasado a ser simples telegramas de prensa: la guerra de Vietnam, el Tercer Mundo, y que me había conducido a una especie de indignación meramente intelectual, sin ninguna consecuencia práctica, desemboca en un momento dado en un decirme:¡bueno, hay que hacer algo!, tratar de hacerlo.”