Admito ser malpensado, pero cuesta creer que, de un día para otro, Mas decida calarse la barretina hasta los ojos, que se le despierte de buenas a primeras el espíritu montaraz e independentista. Nadie ignora que los sucesivos gobiernos de CiU, con la inestimable ayuda del interludio tripartito, han llevado a la bancarrota a la que debiera ser una de las comunidades autónomas más prósperas del estado, y servidor no puede evitar sospechar que toda esta alharaca taliban-nacionalista por fuerza debe ser una maniobra de distracción. Es más sencillo erigirse en líder de una yihad antiespañola que ser el objeto de todas las críticas por dirigir una administración que no tiene un maldito euro y se ve obligada a pedir auxilio al gobierno de Madrid, eso sí, exhibiendo el altivo desprecio de los paupérrimos hidalgos del Lazarillo.No voy a negar que existe un fuerte sentimiento independentista en buena parte de la población de la comunidad: tantos años de inmersión (aunque en justicia debiera decirse inversión) lingüística, de desaprender la historia y el español, de inventar realidades paralelas e inculcar el sentimiento de que andaluces y extremeños se dan la vida padre a costa del trabajo de los catalanes, ha dado sus frutos, y su dinero ha costado. Buena parte del agujero autonómico catalán se debe a frivolidades como subvencionar el doblaje de películas al catalán o mantener innecesarias embajadas. No se puede ignorar que Barcelona, como Madrid, es una ciudad que vive de vender y prestar servicios al resto de España. Que muchas multinacionales sentaron allí su sede por el hecho de contar con puerto, pero la trasladarían de inmediato si dejase de formar parte de España. Fomentar que la pertenencia a España es un lastre para la prosperidad de Cataluña, en lugar de la causa de esta, es la mayor falacia que los nacionalistas han conseguido implantar entre sus partidarios como una verdad incuestionable.Es evidente que Mas sabía que se iba a volver de la Moncloa con las manos vacías, y que el encuentro de ayer no fue sino una escenificación de cara a la galería, sobre todo a su clá. Lo que no tengo claro es que Mas sepa dónde pararse, si es que puede hacerlo, y si es consciente de que está despertando a un monstruo de voracidad insaciable y al que, una vez puesto en movimiento, no podrá contener.