Corythosaurus

Por Enrique
La principal y más llamativa característica del Corythosaurus era su elaborada cresta ósea, rasgo que le asemeja al Lambeosaurus, que también era herbívoro y de más o menos el mismo tamaño. El Corythosaurus medía hasta 10m de largo por 4m de alto, pesaba 4 ó 5 toneladas y vivió durante el cretácico tardío. También al igual que el Lambeosaurus, sus restos has sido encontrados en diferentes puntos de América del Norte, pero estos dos dinosaurios debían distinguirse por sus colores y sonidos, y porque sus crestas no eran del todo parecidas.

El Corythosaurus tenía al, final de su hocico un pico que usaba para arrancar las hojas de los árboles. Gracias a que los científicos han analizado el interior del estómago fosilizado de uno de estos animales, hoy sabemos que el Corythosaurus se alimentaba de vegetación semejante a los pinos y los abetos actuales.
Si bien la cresta del Lambeosaurus no está tan estudiada, la cresta del Corythosaurus era muy útil. Para empezar, podía haber diferencia entre las crestas de los macho y de las hembras, lo que ayudaría a estos animales a reconocer a un compañero a cierta distancia, aunque la función de mayor utilidad no es esta. Se han descubierto unos tubos huecos en el interior del cráneo de este dinosaurio que conectan la cresta con su nariz. Los científicos han analizado esta conexión y han sugerido que, gracias a su cresta, el Corythosaurus producía un sonido, parecido al de una trompeta, que ningún otro dinosaurio podía emitir, lo que le podía haber ayudado para pedir auxilio, llamar a sus crías, o encontrar una pareja.

Aunque no estuviera blindado aparentemente, el Corythosaurus disponía de una sorpresa para los carnívoros que le quisieran echar el diente. Aunque es un fenómeno muy raro, se han encontrado junto al esqueleto de este ornitópodo placas de piel fosilizada, lo que nos indica como debía de estar recubierto este animal. Las placas tenían diferentes formas (ovaladas, circulares…), y desde luego eran bastante duras. Este recubrimiento de plaquitas óseas no le habría servido de nada antes la potente mandíbula de un terópodo gigante como el Tyrannosaurus, pero le habría salvado del ataque de otros reptiles carnívoros más pequeños, que no podrían haber traspasado su dura piel.