Al principio a sus vecinos y compañeros de trabajo les sorprendía, incluso horrorizaba verle aparecer con lechugas en la cabeza, un pino en el hombro o un clavel reventón en el pecho; pero, al final se acostumbraron y decían,
- ya sabes, son cosas de Damián.
Y si en aquel momento tenía algún fruto maduro no dudaban en tomarlo tirándole del pelo, incluso entablaban discusiones sobre si tal o cual cosecha la tuvo más jugosa o más dulce.
A mí no me extrañó en absoluto esta curiosa facultad, al fin y al cabo, su padre, que en paz descanse, del que yo anduve enamoriscada, antes de que le mandaran a la guerra para no volver nunca, cada dos por tres le crecían nidos de pájaros cantores por cualquier parte y juntos, pájaros y hombre entonaban bellas canciones, así claro, se llevaba las mozas de calle. Lástima que uno de esos trinos le delatase en una ofensiva en el frente de Madrid y un tiro, según cuentan, le abrió la cabeza dejando a los pájaros sin nido, volando alrededor de él, incluso cuando le enterraron tuvieron que espantarlos a tiros y aún así les costó trabajo. Pero, esa, ya es otra historia.