Ilustración de Fernando Botero
Memoria:
Perdí la memoria en medio de una multitud que salía de un gran edificio, para mí ahora desconocido.
Me sentí indefenso, y el miedo hizo que mi razón fuese confusa y alocada, quizás por eso lo que primero se me ocurrió fue preguntar a los desconocidos transeúntes si me conocían.
El resultado de la encuesta fue negativo, por supuesto, así que me encaminé al gran edificio, suponiendo que provenía de él.
En cuanto atravesé su puerta de entrada la memoria volvió a mí. Sentí entonces verdadero pánico y desconcierto. ¿Al salir padecería otra vez la amnesia? Y si era así, ¿sabría volver a entrar en el edificio para recuperar los recuerdos?
Casa segura:
Construyó una casa segura. La hizo de piedra y hierro. En las ventanas puso gruesos barrotes y en la puerta cerraduras dobles y cadenas.
Alrededor de la casa levantó un muro de piedra rematado con puntiagudas lanzas y alambre de púas. La puerta que abría el muro era de enormes barras de hierros entrelazados. Desde fuera parecía inexpugnable aquella fortaleza. Dentro de ella el hombre se sintió completamente seguro en su soledad.
Años después, cuentan que el habitante de aquel lugar dejaba las puertas abiertas, que había roto las rejas de las ventanas, doblado las lanzas del muro y desprendido el alambre de púas.
Dicen que a menudo se le oía gritar, llamando a los que por allí pasaban, invitándoles a entrar.
Enfermedad:
Le anunciaron una enfermedad terrible y dolorosa. El remedio científico estaba descartado y la muerte próxima era segura.
El paciente miró al médico, pero sólo halló un gesto de impotencia; aun así tuvo fuerzas para preguntar:
-¿Puedo escoger una muerte indolora?
El doctor no comprometió una respuesta, y mantuvo un triste y fracasado silencio. Entonces insistió el enfermo:
-¿Usted, en mi caso, qué haría?
-Yo -respondió el doctor- jamás habría intentado averiguar.
Un metro cuadrado:
Lo quería mullido, dos metros de largo por medio de ancho, en madera noble. Nadie temió mi ira. No cumplieron. Ahora me ven en sus delirios aullando mi descontento por este mísero ataúd.
Encerrado:
Con frenética impaciencia empujó el picaporte, pero no logró abrir la puerta de la habitación cerrada.
Golpeó, ya fuera de sí, la dura madera maciza, y por fin, del otro lado, alguien dijo:
-Nadie puede abrirte. Todos estamos atrapados. Tú ahí y nosotros del otro lado.