A tapar la calle, que no pase nadie,que pasen mis abuelos, comiendo buñuelos.
El cuarto de atrás, Carmen Martín Gaite
Una calle vacía, pongamos que de Montijo. ¿Por qué no? Una niña, de unos doce años juega en solitario en esa calle. ¿Qué a qué juega? A nada. Sólo juega. Salta, corre, camina, vuelve a saltar, coge una piedra, la mira, la lanza, corre, salta. Lo dicho: juega. Lleva un vestido sencillo de percal. No tiene mangas. Es como un saco, con los agujeros para meter los brazos y la cabeza. Bueno, tiene algo más. Sí, son dos bolsillos en la parte delantera, por debajo de la cintura. Es morena, pelo negro y corto. Mal cortado, como si en casa le hubieran dado unos tijeretazos sin demasiado esmero. Los pies están descalzos. Tiene unos zapatos en casa, pero son sólo para los domingos y fiestas de guardar. Para cuando asiste a misa con su madre y sus hermanos. No puede ponérselos para jugar en la calle. ¡Cómo se te ocurre! Le caería una buena tunda.
¡Miren! Por el otro lado de la calle asoma un chaval. Tendrá la misma edad, sobre poco más o menos. Aunque muchas diferencias en su aspecto. Veamos: Viste un pantalón corto hasta un poco por encima de las rodillas. De sarga, de punto espiga. Una camisa de manga corta de popelina. Calcetines blancos y unos zapatos negros que se notan finos, pero fuertes. La piel es más blanca que la de la niña. Como paliducha. Le dejan salir poco a la calle. El pelo negro, corto y repeinado. La niña que juega, acaba de verlo también. Pero no se ha fijado en su ropa, ni en su aspecto. Le importa poco como viste o como peina. Lo conoce. Es el hijo de su tía Toña. No es su tía en realidad, es prima de una prima de su madre. Pero ya se sabe, en el pueblo, todos tíos y primos. Decíamos que no se ha fijado en su ropa ni en su aspecto. Le trae sin cuidado. Está acostumbrada a verlo vestido así. Pero sí que se fija en sus manos. ¡Como “pa” no! Diría ella, si pudiéramos tener una conversación. Es que lleva en la mano un buen trozo de chocolate. Por el tamaño, se diría que una libra completa. El niño, camina ignorante de los ojos fijos en la tableta de chocolate. Está a punto de doblar la esquina y perderse de vista. La niña, con gesto pausado, coge un trozo de ladrillo del suelo y se lo lleva a uno de los bolsillos. Y echa a caminar a buen paso, pero sin correr, detrás del niño. Los dos doblan la esquina con escasos segundos de diferencia.
Volvemos a mirar la escena y ahora vemos otra vez a la niña. Está jugando de nuevo. Salta, corre, camina, vuelve a saltar, coge una piedra, la mira, la lanza, corre, salta. Lo dicho: juega. Quizás una muy leve diferencia. Pero hay que fijarse mucho. En el bolsillo hay un pequeño bulto. No, no se trata del trozo de ladrillo.
Nunca me dijo que el chocolate supiera a remordimiento.