Siempre que te escribo lo hago despacio y con la letra redondita, como cuando hacía cuadernos de caligrafía. Sin embargo, antes te regalaba cuentos o poesías y ahora que, por causas ajenas a mi voluntad y por pura sensatez, he aparcado mi ambición literaria, me limito a dejarte una nota en un pósit o en un trozo de papel colgado en los imanes de la nevera.
Cada vez que puedo te compro cruasanes, te traigo tu café del supermercado y jamón del bueno. Tú me dejas siempre la miga del pan y yo te guardo el codo (quid pro quo).
Entre los dos hacemos croquetas, yo pico la cebolla para que no llores, tú haces la masa y luego yo le doy la forma, las empano y las frío.
Tú me recuerdas donde dejé la cartera (o cualquier cosa) y yo me hago el valiente y bajo al salón cuando por la noche se escucha un ruido.
Te dejo siempre que elijas la serie de Netflix y tú me dejas que te enseñe los mejores memes del día o que te cuente la misma anécdota una y otra vez, como hacen los abuelos cebolletas.
Cada día intento roncar más bajito y tú apagas la luz del techo y la televisión cuando me quedo dormido. Por la mañana, mis primeras palabras son para ti, tú me cuentas tus sueños y para mí sigue siendo un sueño despertar a tu lado.
Nos sabemos de memoria nuestros DNI, me conozco al dedillo el mapa de tus lunares y tú sabes perfectamente cuando necesito que me acaricies la espalda.
No sé de mecánica ni de fontanería. Cuando tengo que colgar un cuadro siempre me queda torcido y mis conocimientos de mantenimiento de interiores se limitan a cambiar una bombilla, pero entre los dos hemos conseguido construir una bonita familia sin manual de instrucciones ni la ayuda de la maravillosa llave Allen.
Me escuchas, me comprendes, me calmas. Me siento contento cuando tu rostro dibuja un gesto feliz. Me alegras la vida. Me haces bien. Nos hacemos bien. Me complace ver cómo lo que hace 26 años no eran más que incógnitas se han convertido en certezas, cómo, a medida que crece, este amor tuyo y mío se parece más al amor puro de los niños, cómo lo más cotidiano puede llegar a convertirse en un catálogo exclusivo de cosas nuestras.