Cosas que brillan cuando están rotas - Nuria Labari

Publicado el 23 junio 2016 por Rusta @RustaDevoradora

Edición:Círculo de Tiza, 2016Páginas:216ISBN:9788494434082Precio:22,00 €
Es mentira: la realidad no supera la ficción. Necesitamos la ficción para superar la realidad.*Madrid, 11 de marzo de 2004. El peor atentado de la historia de España y, sin embargo, un asunto que todavía se ha abordado poco en literatura —posible debate para los comentarios: ¿te interesa leer novelas sobre el tema o prefieres dejarlo atrás?—. La periodista Nuria Labari (Santander, 1979), que por entonces tenía veinticuatro años, tuvo que cubrir el suceso: las estaciones, los hospitales, la morgue. De esta experiencia, que define como una «quiebra de sentido», surge su primera novela, Cosas que brillan cuando están rotas (2016), en la que reconstruye este episodio, planteado, eso sí, como una ficción y no como su testimonio, lo que no quita que esta ficción beba de sus experiencias. En la nota preliminar, explica que ha elegido este enfoque porque busca la empatía, y la ficción le parece el mejor canal para ponerse en el lugar del otro. De momento, le está funcionando: solo un mes después de su publicación ya iba por la quinta edición y hay quien la aclama como la revelación del año. Labari había debutado en 2009 con el libro de relatos Los borrachos de mi vida.País perdido, personas perdidasSiento que nunca estaremos a salvo, que nunca volveremos a sentirnos seguros, si es que alguna vez lo estuvimos.Labari plantea dos crisis paralelas, dos niveles macro y micro: la crisis sociopolítica del 11-M y la crisis personal de un matrimonio y su hija adolescente. El 10 de marzo, el padre, Eric, se marcha con su hija, Clara, a Berlín. Necesita distanciarse de su esposa, y a la vez estrechar su lazo con Clara, a la que siente que no conoce. En casa se queda Eva, su mujer, la periodista que los próximos días recorrerá Madrid para informar sobre el miedo y el aturdimiento que asolan la ciudad. Los tres se sienten confusos, perdidos en una vida que hasta hace poco parecía bajo control. También la sociedad española experimenta una sensación parecida como consecuencia de los atentados. De esta forma, Labari mata dos pájaros de un tiro: por un lado, muestra que hay muchos tipos de catástrofes, colectivas e individuales, que el desequilibrio no solo es producto de una tragedia como el 11-M; y, por el otro, logra que la periodista no solo sea una periodista, sino que se la conozca en su intimidad y se note cómo el trabajo influye en su vida personal.La historia se extiende diez días, tantos como capítulos tiene la novela, por lo que capta los atentados desde la inmediatez, cuando aún no se podían hacer análisis profundos y reinaba la confusión. La estructura alterna los puntos de vista: Eva, en Madrid; su hija Clara, en Berlín; y Eric, en comunicación con Eva por el correo electrónico (y el último fragmento). Labari, que escribe con el estilo depurado y preciso de periodista, se adapta muy bien a las herramientas digitales del siglo XXI: además de los correos, los personajes utilizan Messenger y SMS, y envían hojas de cálculo (reproducidas en la novela). Estos recursos le dan verosimilitud y ponen de relieve cómo la forma de comunicarse se transforma en el medio digital, cómo a veces resulta más fácil volcar los pensamientos incómodos por escrito y, en el caso de la hija y sus amigos, representarse a sí mismos con un apodo, con un nuevo «yo» que los padres desconocen. Labari es una escritora muy apegada a las tensiones del presente, en forma y fondo, como ya demostró en Los borrachos de mi vida.Todo nos ha salido tal y como lo planeamos y, sin embargo, la amenaza persiste. Me obligo a repetirme que nos va bien, que lo hemos hecho bien, que yo estoy bien. Pero ¿nos va realmente bien? ¿de qué clase de bien estamos hablando?La pareja tiene la particularidad de ser, en teoría, un «matrimonio ejemplar». Eric es el director ejecutivo de una empresa, Eva tiene un buen cargo en el periódico y, en suma, llevan un nivel de vida alto. Están bien de salud y su hija no les da problemas, más allá del alejamiento natural de esta etapa. Se puede decir que han cumplido las aspiraciones de las personas de su generación y, no obstante, no son felices. La situación es bastante forzada —sobre todo, el personaje de Eric, estereotipado como el CEO que hace listas de todo—, pero literariamente resulta útil para plantear esta contradicción: tenerlo todo y sentirse perdido. A lo largo de la novela, los personajes tratan de encontrar su rumbo. Y lo encuentran, claro, pero no convencen del mismo modo. Mientras que Eva, con sus reflexiones a pie de calle, tiene autenticidad y una evolución coherente, la relación entre padre e hija peca de plana y estereotipada, desemboca en unas reflexiones demasiado masticadas, demasiado «buscando la moraleja», que le restan naturalidad. El tratamiento de la adolescente desubicada también es un tanto tópico, pero aquí acierta porque traza un sutil paralelismo entre Eva y la madre de un presunto terrorista, a la que entrevista: dos madres que sienten que no conocen a sus hijos. Esto iba de empatía, no lo olvidemos.El título, muy hermoso, juega con la idea de que a veces hace falta pasar un mal trago para dar lo mejor de uno mismo, para brillar con la imperfección exclusiva de cada uno. Está en consonancia con el tema de sobrevivir al miedo después de los atentados: nadie permanece igual después de una tragedia, pero Labari anima a seguir adelante, no como héroes, sino como personas frágiles que aprenden a convivir con el riesgo. Esta no es su única idea interesante: Eva, aun siendo una mujer comprometida y culta, tiene sus guilty pleasures: lee revistas de papel cuché en «el sofá de rendirse» (p. 55) —el nombre es una genialidad— y le encanta Love Actually. En cierto modo, Labari nos dice que necesitamos la frivolidad para vivir, que identificarse con un personaje de ficción es una manera de abstraerse con la imaginación, que lo intrascendente ayuda a sobrellevar lo duro. Es meritorio que lo haga en una obra sobre un tema, por lo demás, tan grave.La responsabilidad socialNo solo de crisis personales y colectivas va el asunto. Con su enfoque periodístico, era inevitable analizar el compromiso ético a la hora de informar sobre el atentado. Eva llega a la estación de Santa Eugenia poco después de las explosiones, va a los hospitales, la morgue, las manifestaciones… Todo ello basado en la experiencia de la autora, con el plus testimonial que eso supone. El punto de vista de Eva exterioriza las dudas de una periodista ante un suceso de este calibre: por un lado, el contacto con los familiares de las víctimas, la observación de las reacciones inmediatas de los que salieron ilesos (al menos físicamente) de los trenes, la inquietud de entrevistar a la madre de un detenido; por el otro, su rol en el periódico, la responsabilidad. Reflexiona sobre temas controvertidos del periodismo que siempre suscitan debate después de un atentado, como la conveniencia de publicar determinadas fotografías, el derecho a la intimidad de las víctimas, el deber de publicar información que el gobierno oculta pero la prensa sabe, o la mala costumbre de confundir información con sensacionalismo, o de redactar crónicas sentimentalistas («Mañana todos titularemos igual. Cursis y repes como cromos infantiles», p. 75).La autora también entra en el terreno, más espinoso, de la memoria histórica. Enreda la trama más de lo necesario al introducir el Holocausto: Eric es de origen alemán y viaja con su hija a Berlín para visitar el Museo Judío. La decisión de relacionar dos tragedias no está mal: pone en perspectiva un exterminio del pasado, bien conocido a día de hoy, con una matanza que en ese momento aún no se ha digerido, aunque ya se intuye que marcará un antes y un después en España. La visita al museo introduce la cuestión de cómo se explica el Holocausto en la actualidad a las nuevas generaciones, qué tributo se rinde a las víctimas. Por extensión, el lector se pregunta cómo se hará (¿cómo se hace?) todo eso en relación con el 11-M. Es un interrogante pertinente; el problema es que existe tanta ficción sobre el nazismo que poner este ejemplo, precisamente este, es casi un cliché.

Nuria Labari

Con sus aciertos y sus deslices, merece la pena leer Cosas que brillan cuando están rotas. En primer lugar, porque es una novela sobre el 11-M (bravo por poner este tema sobre la mesa) construida desde el periodismo y con críticas oportunas; no todos los días se publica una obra como esta y esto hay que subrayarlo. En segundo lugar, rebosa actualidad en contenido y forma, integra los recursos digitales y plantea preocupaciones propias del presente. Para terminar, porque, aun forzando en exceso algunas situaciones, consigue su objetivo: la empatía. Además, es breve y accesible, por lo que puede interesar a lectores muy diferentes y es idóneo para clubes de lectura e institutos. Nuria Labari se une a escritoras como Elvira Navarro y Ariadna G. García como representante de la nueva literatura española «comprometida» con la realidad social. Sin ser perfecto, hay que celebrar que este libro exista… y celebrarlo quiere decir leerlo, rumiarlo, compartirlo, discutirlo. Lo está pidiendo a gritos.*Citas en cursiva de las páginas 11, 30 y 16. Nota sobre la edición: Círculo de Tiza, una editorial joven y con buen criterio, que cuida la cubierta y utiliza un cuerpo de letra cómodo. No obstante, este libro —mi ejemplar es de la segunda edición— necesitaría una revisión más exhaustiva: se han colado algunas erratas e imprecisiones (en el cap. 9, p. 183, pone «interviene Samira por primera vez», pero en la p. 180 ya había dicho «Samira es la primera en hablar»).