Recuerdo como si fuera hoy su recomendación acerca de la conveniencia de votar sí a la permanencia en la OTAN porque “si Felipe ha cambiado de opinión, tendrá sus razones y tú también puedes cambiar” (¡ay papá! lamento decirte que el tiempo me ha dado la razón en lo que a este sujeto respecta). Fue la primera discusión sobre política que mantuvimos pero no la última, aunque ya en el 93 mi padre había encontrado suficientes motivos para dejar de serle fiel a Felipe y coincidir conmigo en que el socialismo no era patrimonio exclusivo del PSOE.
El culebrón protagonizado por los dirigentes socialistas en los últimos días (escribo estas líneas cuando acabo de enterarme de la dimisión de Pedro Sánchez) puede calificarse de muchas formas, y seguro que no seré yo quien innove y encuentre un nuevo adjetivo con el que referirme a los acontecimientos. A mí el término que me viene constantemente a la cabeza desde que empezó esta historia es el de falta de respeto. Estoy segura de que si mi padre estuviese aquí para ser testigo de lo ocurrido coincidiría plenamente conmigo en pensar que la cúpula del PSOE no ha tenido el más mínimo respeto a su militancia para empezar, a los millones de votantes que, a las duras y a las maduras, les han dado su confianza y a su historia y a la lucha que esa historia ha supuesto. Sentiría mucha vergüenza ajena por lo acontecido dados sus vínculos ideológicos durante muchos años con el partido y, no me cabe duda, mucha tristeza.
Me vienen a la memoria muchas personas conocidas que, militando o sin militar en el PSOE han colaborado de una u otra manera con un partido que, en determinados momentos, constituyó la esperanza de una vida mejor, más justa, más equitativa para quienes vivieron una dictadura carente de esos valores. A todas esas personas se les ha faltado al respeto. Y eso no tiene arreglo.