Revista Talentos

Cosas que no soporta un viejo cascarrabias de 31 años

Por Sergiodelmolino

Entro en la tercera edad. La de los 30.

Tener 30 está bien.  Es redondo y todavía entra en el carnet joven de muchas comunidades autónomas.

Tener 31 no hace ninguna gracia.

El número 30 mira al 20 con colegueo. Con un poco de superioridad, pero con colegueo.

El 31 mira al 40 con pavor, sujetándose fuerte al pasamanos, porque el carrito de la montaña rusa empieza a caer en picado hacia los 40.

Hoy, 16 de agosto, cumplo 31, me toca trabajar y me he dado cuenta de que soy un misántropo.

Así que he decidido dedicar todas mis menguantes fuerzas a conquistar el poder y a desarrollar un programa político que conduzca al exterminio y/o al confinamiento en un remoto paraje de la provincia de Teruel de todos aquellos sujetos que me irritan y confirman mi misantropía de anciano prematuro.

Pero les daré una oportunidad para huir haciendo público ahora mismo quiénes son los objetos de mis odios más profundos y, por tanto, primeros candidatos a formar delante de los hornos crematorios que instalaré en un complejo concentracionario a medio camino entre Calanda y La Iglesuela del Cid.

Son los que siguen.

Los que imitan el acento argentino haciéndose los graciosos.

Los que se refieren a los goles como chicharritos.

Los que se refieren a los goles como chicha-chicha-chicharritos.

Los que se refieren a los goles como chicha-chicha-chicha-chicha-chicharritos.

Los que cuentan chistes.

Los que escriben vagina, vulva, verga, pene y ano en vez de coño, polla y culo.

Los que toman en sentido literal el saludo “¿cómo estás?”.

Los que opinan que una cosa es la libertad y otra, el libertinaje.

Los que necesitan que les expliquen que no todos los cuentos son para niños.

Los que creen en la transversalidad de las sinergias.

Los que llaman lusos a los portugueses y galos a los franceses. El otro día escuché en la radio que “el gobierno luso había pedido ayuda internacional”. Por desgracia, no la recibió, porque los gobiernos extranjeros fueron incapaces de encontrar Lusitania en un mapamundi.

Los que utilizan “y es que” como nexo.

Los que prefieren iniciar algo a empezarlo, y los que prefieren finalizarlo a terminarlo.

Los que creen que la psicología es una ciencia.

Los que lo arreglarían todo en dos patás.

Los que se refieren a internet como la red de redes.

Los taxistas con taxis que huelen a pedo de troll y te obligan a escuchar a Fedeguico a volumen once.

Los que no son monárquicos, pero sí juancarlistas.

Los que se comen el arroz pasado y dicen que está igual de bueno.

Los que dicen que las novelas de Pérez-Reverte son muy entretenidas.

Los que compran juguetes educativos a sus hijos.

Los que se pasean por la calle en chándal.

Los que todavía creen que el sushi es una comida exótica.

Los que usan la expresión comida exótica.

Los que se excitaron leyendo La pasión turca, llena de comidas exóticas.

Los que empezaron a leer La pasión turca y la terminaron porque les gustó.

Los que piensan que Antonio Gala es un escritor.

Los presidentes del gobierno que aprovechan las vacaciones para revisitar la poesía de Borges.

Los que califican un sitio como “país de contrastes”.

Los que describen una catástrofe como un “infierno dantesco”.

Los que describen un espectáculo como “espectacular”.

Los que creen que Miguel Bosé es músico.

Los que escuchan heavy, pero también les gusta Mozart.

Los que hacen discos conceptuales sobre el Quijote.

Los que hacen musicales sobre el Quijote.

Los que hacen ediciones críticas del Quijote.

Los que proclaman con gravedad la necesidad de leer el Quijote.

Los que prefieren a Sancho Panza antes que a Don Quijote, por ser el primero más campechano y apegado a la realidad, cuando es evidentísimo para cualquiera que haya hojeado el libraco que el que mola de verdad es el caballero andante, y que Sancho carga mogollón con sus putos refranes, que parece un taxista en turno de noche.

Los que creen que trabajar en agosto tiene sus ventajas.

Los que dicen que los 30 son los nuevos 20.

Los que creen que, para fiestas fiestas, las de su pueblo.

Los que creen que las letras de Joaquín Sabina sirven para ligar, y encima lo ponen en práctica.

Los que no me quieren por mi físico, sino por mi intelecto.

Los que creen que todo el mundo gana más dinero, es más guapo y folla más que ellos.

Los que comentan en una exposición de arte contemporáneo que su sobrino de dos años lo haría mejor.

Los que usan kafkiano por absurdo.

Los que prefieren el erotismo a la pornografía.

Los que creen que mi libertad termina donde empieza la suya (y no siempre viceversa).

Los que aseguran que Alaska tuvo algo que ver con el punk.

Los que aseguran que Almodóvar tuvo algo que ver con el punk.

Los que no saben apreciar el grandísimo talento de Jim Carrey porque hace muchos gestos, que es como no apreciar el talento de Picasso porque hacía muchos garabatos.

Los que responden al teléfono diciendo digamelón.

Los que alguna vez se rieron con algo que dijo Loles León.

Los ancianos que escriben el Me cago en mis viejos de El País veraniego.

Los que te preguntan: “¿Cuánto te costó?”. Y, al ser informados del importe, responden: “Pues a mí, la mitad”.

Los que proclaman que en el campo sabe todo mejor.

Los que se creen mejores que tú.

Los que fueron a un concierto de la gira El gusto es nuestro y aguantaron despiertos todo el show.

Los que dicen que vieron el vídeo de Pedro J y Exuperancia Rapú.

Los que creen en la magia de la radio.

Los que se definen como viajeros y no como turistas.

Los que creen que el optimismo les salvará de todo mal, como si el problema de los judíos en Auschwitz fuera de actitud vital.

Los que no están gordos, es su metabolismo.

Los que han visto mundos más allá de Orión y creen que saben por qué los androides sueñan con ovejas eléctricas.

Los que vieron 2001 una odisea en el espacio y se durmieron sin reparar que estaban viendo una de las pelis más hermosas de toda la historia del cine.

Los que han sido capaces de tragarse todo este pestiño y llegar hasta aquí.

Los que cumplen 31 años y se creen viejos cuando todavía no han empezado ni a calentar para jugar el partido y se sienten impelidos a odiar a la humanidad.


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