Finalmente le compraron Siddharta y cada vez que me veía, cuando se enteró que fui el de la idea, se me acercaba y me comentaba como le iba con el libro. Muy buena onda mi jefe.
7. Pero todo tiene su final. Y es que por esas cosas que pasan, mi jefe renunció y su reemplazo no fue muy chévere que digamos: un patín con un par de premios y libros de cuentos bajo el brazo pero, a diferencia del jefe buena onda, el nuevo mandamás era algo soberbio y poco amistoso (¿así son todos los escritores?).A pesar de eso, ingenuo de mí, cuando vi que su "opera prima" era rematada a una luca en una ruma de libros en el Centro, decidí adquirirlo, un poco para conocerlo mejor (primera vez que tengo que leer un libro para conocer a mi futuro jefe). Fue una lectura un poco extraña ¿Con cuánta objetividad puede leer uno el libro de alguien que sospechas te va a despedir? Sin embargo, aunque mal recomendador, no creo ser tan mal comentarista o juzgador de la obra ajena: el libro era muy bueno, relatos relacionados entre sí, una atmósfera bien creada y una gran manejo del lenguaje.Ahora estaba frente a un dilema completamente distinto. Naturalmente, la idea de ir y expresarle mi gusto por su texto estaba descartada, pues sería sospechosamente parecida a la tradicional sobonería (y pedirle un autógrafo ya hubiera sido asqueroso). Quizás debí venderlo a algún compañero más experimentado con la franela, pues todos sabíamos que el flamente superior jerárquico no tenía muchas ganas de seguir trabajando con nosotros lo que, con el correr de los días y de los libros prestados, hizo que la situación se ponga algo tensa. Fue por eso que, a pesar de los libros prestados (y no devueltos en algunos casos), decidí presentar mi renuncia y decir adiós a mis compañeros.Creo que en el fondo los voy a extrañar...No, no hay forma.