Ficha de la representación.
Nueva producción del Teatro Cervantes sobre la que hay poco que contar. Humilde y honesta, sólo llama la atención la cantidad de movimiento de la servidumbre alrededor de la verdadera trama. Sin que llegara a estorbar, tampoco le contaba nada al espectador. Eficaz la caracterización de cada pareja, la frívola y la patética, y simpática la complicidad entre Don Alfonso y Despina. La producción desarrolla, siempre dentro de la legitimidad, los aspectos más cáusticos del texto de da Ponte haciendo explícitos ciertos detalles - como la licencia que da entender que la caída de Dorabella y Fiordiligi no se limita a romper la palabra dada o a intercambiar un retratito.
Sobre la dirección de Lorenzo Ramos sería difícil decir algo excepto que los tempi fueron coherentes y hubo momentos con chispa en la concertación (como el Final de Acto primero). La orquesta sonó asombrosamente amortiguada (incluso teniendo en cuenta que el foso está parcialmente cubierto por el escenario) durante en el primer Acto y la mayor parte del segundo. A los solistas de viento había que intuirlos y no hubo posibilidad de apreciar en detalle la mayor parte de los acompañamientos.
También hubo que aguzar el oído en la primera escena de la ópera para juzgar a los solistas masculinos. Afortunadamente tanto Francisco Corujo (Ferrando) como Enrique Sánchez-Ramos (Guglielmo) mejoraron su proyección apreciablemente durante la noche, pero no hasta el punto de cambiar un juicio que no puede ser muy favorable. Corujo es un tenorino ligerísimo con la voz artificiosamente impostada en la nariz. Esto, que se puede atribuir al deseo de imitar el timbre de Dermota (aun más que el de Kraus) impide que su emisión tenga libertad y plenitud, lo que unido a sus modestas cualidades naturales lo sitúa en el mismo límite para actuar en un teatro-bombonera. Canta con un legato pulidito y es elegante, además de tener idea del estilo, pero reprodujo las melancólicas melodías sin intensidad y tampoco el control del aire le permitió darle variedad a su línea de canto. Un cantante con buenas intenciones al que de momento no no parecen acompañarle los medios para asumir papeles protagonistas. Cuando uno lee que está cantando Edgardo y Romeo sólo puede asombrarse. En la misma categoría de cantante extremadamente liviano está Sánchez-Ramos, que además poco tiene de barítono con un timbre que suena más bien a tenor corto. Sin embargo estuvo muy gracioso y comunicativo en sus arias - siempre mejor acentuadas que cantadas - y amoroso e insinuante en el dúo con Dorabella.
Quien no mejoró nada fue Felipe Bou, parlante durante casi toda la ópera con excepción de "Soave sia il vento". Aquí su intervención destruyó el efecto de la sublime página con unas desafinaciones atroces al comienzo (es sorprendente sus compañeras no lo siguieran en su excursión hasta la Viena de Schönberg) y una serie de sonidos inenarrablemente fijos y nasales. Una de las peores cosas que uno ha escuchado tanto en teatro como en disco.
En un nivel más alto, como es habitual, las damas. Angélica Mansilla, clasificada como mezzo, es en realidad una soprano corta a quien incluso la tesitura de Dorabella incomoda un poco (aparece vibrato y el enmascaramiento es dudoso) pero cantó con mayor chispa según el personaje se tornaba más voluble y sensual: cálida en "Il core vi dono" e irresistible en "È amore un ladroncello" (en "Smanie implacabili" estuvo en cambio discretita). El timbre no carece de atractivo y es musical. Asumiendo el cometido con más dificultades vocales, Saioa Hernández tuvo una buena actuación, lo cual ya es decir algo en este papel. La voz es de soprano lírica y podría ser mucho más bonita y nítida si no se empeñara en "embotellarla" un poco en la zona de paso - se supone que para oscurecerla. Resolvió la tesitura di sbalzo con suficiencia, pero engolando levemente los graves (alguno además comprensiblemente débil). El extremo agudo suena bien, pero podría tener más punta si la emisión respetara la naturaleza del instrumento. De todos los cantantes, fue la que exhibió un legato más verdadero, puesto que sabe adelgazar el sonido y su apoyo es firme. Le dio carácter al papel y ofreció el mejor momento de la noche en "Per pietà, ben mio", con el punto adecuado de finura y fuerza. Las agilidades estuvieron mejor resueltas que en su primera aria, donde tomó aire en varios puntos no previstos. Según parece esta apreciable cantante acaba de debutar Norma e Imogene, algo que resulta preocupante para una voz que hasta ahora ha frecuentado papeles como Mimì o Micaëla, que son los que le corresponden.
Sonia de Munck tiene una voz de soubrette razonablemente bien emitida y estuvo divertida como Despina, aunque no sea una cantante muy fantasiosa.
En general todo el reparto ofreció los recitativos con garbo e intención, lo cual se agradece en unos tiempos dominados por cantantes europeos que no huelen este apartado.
El comienzo de la representación fue francamente anodino, pero fue tomando ritmo y en algunos momentos (sobre todo en los números de conjunto) uno se olvidaba de las limitaciones del reparto, lo cual es buena señal. El coro no lució especialmente empastado, pero también fue mejorando.
Desde aquí le mando un recuerdo a la maleducada del Paraíso que se sonó las narices desvergonzadamente una decena larga de veces. Lo nunca visto.Barra libre de opiniones, m?sica y lo que se me ocurra, que para eso es mi blog.