Una carretera de trazado serpenteante cruza los pueblos y villas de la Costa Amalfitana. Pueblos colgados de las laderas, limoneros que crecen en las terrazas de los acantilados y aguas de un azul esmeralda, hacen de esta costa una de las más increíbles de toda Italia.
La única y estrecha carretera que transcurre paralela a la costa, se llena de coches aparcados, motos y un ir y venir de tráfico que requiere mucha paciencia para visitar la zona. Hay que añadir que debido al angostoso terreno que ocupan los pueblos, aparcar se convierte en una tarea harto difícil por no decir imposible, así que lo mejor es aparcar cuando se encuentra un sitio libre en la misma carretera, aunque eso signifique caminar tres kilómetros para llegar a nuestro destino con el peligro que eso conlleva.
A pesar de estos inconvenientes, que además hacen de esta carretera algo realmente alucinante y una experiencia única, la costa tiene un encanto particular e irrepetible. Desde Positano hasta Vietri sul Mare, cincuenta kilómetros de lenta carretera para disfrutar de un paisaje que desde 1997 es Patrimonio de la Humanidad.
Positano es la población más pintoresca y fotogénica de la costa. Con sus casas de color pastel, cuelga de la ladera de la montaña de una manera imposible. Llegar a la playa significa tener que bajar centenares de escaleras que luego habrá que volver a subir, por suerte hay un bus que recorre la única carretera de la villa que evita tener que hacer este gran esfuerzo.
Después de un baño y un paseo por las calles peatonales de Positano, donde se mezclan las tiendas de grandes firmas internacionales con las de souvenirs, buscamos por la carretera un sitio donde parar a hacer un picnic antes de seguir hasta Amalfi, pero es mucho más complicado de lo que nos creíamos y finalmente tenemos que parar en el primer hueco que vemos libre.
Llegar hasta Amalfi, tampoco es fácil, los coches aparcados en los laterales, dificultan el paso de autobuses de línea que obstaculizan la circulación del resto de vehículos, mientras las motos se meten por los estrechos huecos que quedan entre coche y coche. Hay que ir con mil ojos para evitar un accidente.
Pero la espera vale la pena. Amalfi, en otros tiempos capital de una poderosa república marítima, es hoy la más visitada de la Costa Amalfitana y a la que, además, debe su nombre. Terrazas de limoneros enmarcan a esta población de casas blancas y un mar cristalino.
Un baño en una pequeña playa pública que además dispone de ducha de agua dulce, nos despeja después de la caminata de tres kilómetros que hemos tenido que hacer después de aparcar para llegar a Amalfi.
Y antes de volver al camping, un helado. Pero lo compramos donde no debíamos, primero porque nos timaron en el precio y lo pagamos más caro de lo que en realidad valía y segundo porque no era nada del otro mundo comparado con los helados que puedes tomar en Italia. Así que si vais a Amalfi no vayais a comprar un helado a la Gelateria al Corso Macedonia situada en la Via Lorenzo d’Amalfi.
De camino de vuelta, hacemos una breve parada en la minúscula población de Furore, situada en un, también, minúsculo fiordo que la hacen digna de postal.
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