“Costa Discordia”. El crucero varado atrae al turismo macabro.

Publicado el 23 enero 2012 por El Tridente

Imagen: www.prensalibre.com

Siempre que se habla de turismo oímos aquello de turismo de sol y playa, rural, de aventuras y quizá el que menos, turismo cultural. Pero hasta hace poco y por la desgracia acaecida en la orilla de la isla toscana de Giglio en Italia por el crucero Costa Concordia, se ha acercado a la pequeña región un tipo de turismo menos agradable, el turismo macabro.

Cuando se produce una desgracia, lo más común es ver como muchos curiosos se acercan hasta el lugar de los hechos para ver qué está pasando. Una prueba es aquella que demuestra como un conductor se queja cuando hace cola por culpa de un accidente pero cuando pasa al lado del coche siniestrado, no duda en reducir la velocidad para ver qué sucede, algo que con el tiempo ha pasado a llamarse el “efecto mirón“.

Pero esto poco tiene que ver con el turismo macabro puesto que en esta poco sensible opción, no es que el mirón u observador esté cerca del lugar, sino que va expresamente a la zona, para fotografiarse ante, en este caso, un buque varado. Y los que hasta allí se desplazan parecen haberse olvidado de las víctimas del accidente y peor aún, de los que hasta el momento siguen desaparecidos.

Pero qué tiene el ser humano para llegar a ser tan morboso y obviar la racionalidad en casos como éste. Sobre todo, como apunta el diario El Mundo (www.elmundo.es), para incluso ir con escolares hasta la zona y posteriormente visitar el hotel donde el capitán se escondió hasta ser capturado. Realmente a la maestra organizadora de tan espeluznante excursión habría que darle un curso de sensibilidad docente.

Lo peor de todo es que, como decía, aún hay gente desaparecida y probablemente nunca se lleguen a recuperar sus cuerpos. Y a lo sucedido se le suma la posibilidad de que se pueda producir el vertido masivo de combustible del buque al mar. Algo que seguramente no se quedarán a ver aquellos que fueron a disfrutar de la catastrófica imagen de un barco semi-hundido, no sea que sus bonitos zapatos acaben manchándose.

Esta es la crónica habitual, de un día como otro cualquiera…

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