Constructivismo y competencias educativas
César Ricardo Luque Santana
El siguiente artículo es derivado de una breve charla que sostuve con un grupo de profesores de telepreparatoria de Nayarit con el tema del construccionismo, en el marco de su reunión habitual de trabajo de academia, gracias a la invitación que me extendiera mi amigo Víctor Ortiz, profesor de ese subsistema educativo. Huelga decir que si bien este escrito recoge en esencia lo que dije ahí, he modificado un poco la estructura argumental y el tratamiento algunos puntos.
Sin duda una de las teorías del aprendizaje más en boga en la educación en México es el constructivismo, el cual resulta conveniente en algunos aspectos al modelo por competencias educativas a partir de sus criterios académicos como los siguientes: acentuar el aprendizaje sobre la enseñanza, inculcar el aprender a aprender, fomentar la capacidad de iniciativa del estudiante para sea capaz de instrumentar diversas maneras de resolver problemas, la estandarización de conocimientos, la evaluación sobre la base de evidencias “objetivas”, entre otros puntos semejantes. Asimismo, la emergencia, o mejor dicho, la creciente importancia que se le ha dado a esta “teoría” del aprendizaje, asimilada desde la perspectiva del mencionado modelo educativo, debe ser comprendida no sólo desde las didácticas especiales de un Piaget o de un Vigotski u otros, sino también desde los fines de la educación en el marco de la globalización neoliberal, es decir, se trata de indagar por qué y en qué sentido se promueve este paradigma del aprendizaje.
De entrada hay que señalar un par de cosas más o menos evidentes: una, que el constructivismo no es muy novedoso como tampoco lo son las competencias educativas; y dos, que la promoción de formas de aprendizaje más interactivas son producto de la necesidad de plantear una educación que responda a los vertiginosos cambios sociales y a la interrelación (más que “interdependencia”) entre naciones en el comercio en todas sus manifestaciones. En este último caso, es natural combatir una forma anquilosada de educación donde el acento era puesto en la enseñanza lo que provocaba una actitud pasiva en el estudiante, además de un estancamiento curricular donde los contenidos de aprendizaje estaban hechos para un mundo más o menos estable o relativamente estático; de ahí también cierto desdén a los contenidos o conocimientos cuya validez resultan ahora un tanto efímeros y la exaltación en cambio de los procedimientos y actitudes. En cuanto al primer caso, se asume las metodologías y conceptualizaciones originadas por Piaget, Vigotski, Bruner, Ausubel y otros, pero con una intencionalidad diferente a la de estos creadores, pues ellos tenían una concepción integral (humanista) de la educación, mientras que el modelo por competencias está diseñado para servir principalmente a los intereses del mercado. Asimismo, resulta oportuno señalar la opinión del investigador Javier Hidalgo Guzmán, quien sostiene que el constructivismo no es propiamente una teoría como tal, sino una diversidad de enfoques sobre el conocimiento que en efecto se sitúan en el plano del aprendizaje y por tanto parten del sujeto como agente del conocimiento.
Sin embargo, el constructivismo cognitivo debe ser analizado no sólo desde el terreno de la didáctica, sino también como una política educativa actual, la cual presenta un sesgo específico hacia los intereses del gran capital en el contexto de la llamada “globalización neoliberal”, cuyas señas de identidad son la promoción de un individualismo acendrado concomitante con un distanciamiento cada vez mayor de las políticas sociales de bienestar de la mayoría de la población, rompiendo con ello los lazos de solidaridad entre los miembros de sociedad sustituyéndolos por un lado, con prácticas “altruistas” o de caridad –que sirven además a las grandes corporaciones empresariales para evadir impuestos al mismo tiempo que les permite generar una imagen positiva en la sociedad-; y por otro lado, fomentando las lecturas y cursos de superación personal basados en la idea de que el fracaso de las personas es su responsabilidad y no del sistema social, económico y político capitalista, no obstante que éste está diseñado sólo para que unos pocos tengan éxito, lo que presupone inevitablemente un fenómeno de exclusión social de grandes capas de la población privándolas de una serie de derechos que redundan en grave deterioro de sus condiciones materiales de vida. Esta creciente pobreza y falta de oportunidades es a su vez es caldo de cultivo para la delincuencia, la inseguridad e incertidumbre, la represión policíaca a las demandas de justicia pues los movimientos populares son criminalizados por la clase dominante, y en general, de caos y desesperanza que se acentúan más en los llamados Estados fallidos, etc.
Volviendo a los puntos principales de las distintas didácticas constructivistas dentro de la perspectiva del modelo por competencias, cuyos puntos principales son el énfasis en el aprendizaje, el aprender a aprender y la “autonomía” del individuo, es necesario –sin condenar en bloque dicho modelo- reconocer sus límites, es decir, sus intenciones, pues el propósito de convertir a los alumnos en agentes activos del conocimiento, en corresponsables de su educación, si bien es algo válido en sí mismo, se mueve en los límites de la razón instrumental, es decir, del conocimiento técnico o como técnica, desprovisto de un pensamiento crítico, pues se entiende que la autosuficiencia de la persona es cognitiva en el sentido de saber mantenerse vigente para de esa manera poder adaptarse al medio social, lo que vale decir al mercado, pues fuera de él nadie existe. En otras palabras, se trata de forjar trabajadores rentables al capital, no de formar sujetos en sentido estricto. Hay entonces la idea de un perfil de egreso con un carácter unidimensional en los términos que señalará Hebert Marcuse, lo que implica que no se forma a las personas para una auténtica liberación sino para el éxito personal en términos materiales aunque se le adose de “espiritualidad”. El mismo “aprender a aprender” está acotado a la necesidad de ir al ritmo de los constantes cambios generados por las tecnologías que juegan un papel preponderante en la producción y el comercio a escala mundial, lo que convierte a muchos conocimientos dada su naturaleza efímera, en información desechable, de ahí la necesidad de desaprender y de volver a aprender constantemente, mientras que los saberes de la vida, los de tipo humanístico, los que tocan las fibras sensibles del ser humano, son perennes, y por ello, lejos de desactualizarse, exigen una constante profundización y enriquecimiento. No es casual entonces que estos saberes (como la filosofía por ejemplo) sean vistos como “inútiles” o “superfluos” y se les mantenga marginados.
A propósito de la filosofía, podemos decir que el filosofar es necesariamente constructivista, aunque la acentuación del papel del sujeto puede apreciarse de manera clara en algunas filosofías, como en Descartes con su “pienso, luego existo”, o en Kant quien con su “revolución copernicana” señaló que la cosa en sí es incognoscible, es decir, que no podemos saber de manera absoluta la realidad de las cosas, sino que éstas están mediadas culturalmente, es decir, el conocimiento es tal como es para nosotros, sin que esto signifique caer en un relativismo individualista donde cada quien tiene su verdad, pues la verdad científica es intersubjetiva, es decir, depende en gran medida de una aceptación o consenso de una comunidad científica como dijera luego Lakatos, lo que a su vez implica formas de verificación específicas mediante la utilización del método científico u otras forma de dar razón de las cosas que sean plausibles para todos o la mayoría. Marx por su parte, en las Tesis sobre Feuerbach, reconoció del idealismo sus aportes al conocimiento al mismo tiempo que denunció sus limitaciones, pues si bien determinan que el sujeto es constructor de conocimiento, su postura unilateral, esto es, idealista, los llevó a exageraciones como determinar también la existencia de la realidad desde el plano de lo mental; para lo cual le opone el materialismo que sale al paso a ese exceso idealista, pero éste comete el error de concebir pasivamente el conocimiento como un mero reflejo del objeto. Marx, hará una superación de las limitaciones de ambas posturas conservando sus aspectos correctos, estableciendo así una dialéctica entre sujeto y objeto, además de plantear la necesidad de una transformación revolucionaria de la naturaleza y la sociedad.
En consecuencia, el constructivismo y las competencias educativas no son de ninguna manera novedosos, sino que su “integración” responde al contexto histórico de globalización neoliberal, de manera que los enfoques y metodologías constructivistas han sido adaptados a esas necesidades. Por ello insisto en que es importante hacer una distinción de planos entre las propuestas constructivistas en cuanto a sus métodos y conceptualizaciones (sus aspectos didácticos) que sin duda son muy valiosos; con la orientación mercantilista de los fines de la educación neoliberal, la cual utiliza sólo algunos aspectos de éstas didácticas constructivistas despojándolas de su concepción humanística, aprovechando de ellas sólo aquello que resulte adecuado para formar profesionistas útiles al capital, mientras que como ciudadanos y como personas se encuentran abandonados a su suerte.