Costumbres perdidas

Por Felizenbrazos

El otro día me di cuenta que había perdido algunas buenas costumbres, cosas que antes me encantaban y que me doy cuenta que he dejado de hacer desde que falleció Jose. Hay pequeños detalles que ahora están olvidados. Y grandes cosas que no hago desde entonces.

Una de esas cosas es oír música. Siempre me ha encantado llevar música a todas partes, poner la radio en el coche y cantarme todas las canciones, hacer tareas domésticas a ritmo del último éxito o tatarear en la ducha los grandes éxitos de los 80. Pero cuando Jose falleció, apagué la radio por completo. Durante una temporada no escuchaba nada. Luego, sólo ponía canciones infantiles para Sara. La música me hacía daño. Canciones antiguas que me recordaban constantemente momentos pasados. Y canciones nuevas que me hacían pensar en si a él le gustarían o no. Así que lo más fácil era no pasar por esa tortura.

Hace poco puse la radio en el coche. Escuché una canción que me gustó aunque no sabía ni quien la cantaba. Y entonces me di cuenta que en mi móvil nuevo tampoco tenía música. Antes llevaba el móvil con canciones e incluso usaba distintas canciones como tono de llamada. Ahora mi móvil suena con las melodías que trae de fábrica y me despierta un pitido horrible. Así decidí que ya era hora de cambiar eso.

Desde hace unos días, en el coche llevo un cd que grabamos hace unos años Jose y yo con nuestras canciones favoritas de todos los tiempos. Un cd con más de 150 canciones de todos los estilos. Me gusta escucharlo. Ahora no me hace tanto daño. Escuchar la música que él eligió para amenizar nuestros viajes me hace recordarle con una sonrisa. Todas esas canciones tienen un significado, traen a mi memoria algún recuerdo. Y me gusta recordarle cada día. Cuando ha pasado un año y medio de su partida, le sigo echando de menos, cada día, cada noche, pero ahora consigo que toda sea más suave, tengo un recuerdo dulce y la música me ayuda a compartir con él pequeños momentos del día.

Otras de las buenas costumbres que he dejado atrás son las reuniones en casa. Siempre hemos estado rodeados de gente. Nos encantaban las visitas, tener amigos o familiares los fines de semana. Preparar menús para todos, sorprender con la comida. Cualquier cosa era motivo de celebración. Recuerdo la primera navidad que pasamos en la casa nueva. Casi no cabía un alfiler, mi familia, su familia y alguna personas más… Nos juntamos 18 personas a cenar en Nochebuena. Y éramos felices. Siempre estaba pensando en algún menú nuevo, en esa tarta que haría que todos se chupasen los dedos… Y entonces, todas las reuniones dejaron de existir. Ya no encontraba motivo para celebración. Mi casa ya no era punto de encuentro. Desde que Jose falleció, no he vuelto a hacer ninguna comida con los amigos. Y las fiestas familiares han quedado reducidas a cumpleaños. La mayoría de los cumpleaños han consistido en una tarta comprada, o como mucho, un bizcocho casero. La ilusión de las celebraciones quedó en segundo plano. ¿Quién iba a tener ganas de celebrar nada después de un golpe tan duro?

Parte de la mesa en la primera Nochebuena en casa

Hace unos días fue mi 41 cumpleaños. Y de pronto, por primera vez en año y medio, tuve ganas de meterme en la cocina. Vinieron unas amigas a merendar y me pasé parte de la mañana cocinando. Hice un bizcocho de manzana, mis famosos y ricos bollicaos de nocilla y empanadillas saladas variadas. Me encantó ver la casa llena de gente, escuchar las risas, oír a los niños corriendo y jugando. Me sentía bien. Y caí en la cuenta de la cantidad de tiempo que llevaba sin abrir mi casa a las celebraciones.

El tiempo pasa, las cosas nunca volverán a ser lo que eran, pero recuperar viejas costumbres me ha ayudado a sonreír un poco. Y me ayudan a no olvidar a Jose en ningún momento, porque saber que a él le encantaba la música o que adoraba ayudarme a preparar una fiesta son motivo suficiente para no dejar de hacer esas cosas.