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Covid-19: el elefante negro que nos acercará al futuro

Por Juan Carlos Valda @grandespymes

COVID-19: EL ELEFANTE NEGRO QUE NOS ACERCARÁ AL FUTURO

El mundo está consternado. Comienzo a escribir esta columna durante mi cuarto día de cuarentena (sin tener muy claro todavía por qué llamamos cuarentena a un aislamiento de dos semanas) y percibo que este fenómeno social tiene algunas características que son singulares.

Empecemos por la cuarentena: el motivo de ella es que la semana pasada trabajé en Estados Unidos. Argentina, país en el que resido, dispuso que se trataba de uno de los nueve países de alto riesgo y estableció cuarentena obligatoria para quienes llegaran de esos destinos. Cumplo de manera estricta con la disposición, hasta ahora sin ningún síntoma.

Percibo la dificultad de algunos para tener conductas de carácter social, no hay antecedentes para analizar todavía el impacto de este fenómeno en lo concerniente a su fuerte interpelación al individualismo; sin embargo, creo que habrá cambios en este punto.

Una primera mirada muestra una experiencia renovada de la alteridad. Hemos redescubierto al otro, al vecino, al amigo, a los mayores. Han aparecido lazos de solidaridad, la autopercepción y la reflexión acerca de ser un eslabón de una cadena más grande. Como en las guerras, es natural la humanización cuando la humanidad está o se percibe en peligro.

Nos pusieron un freno de mano y esto invita a pensar.

Los expertos en prospectiva categorizan al COVID-19 como un elefante negro, un evento altamente probable y predicho que intenta ser visualizado como un cisne negro, esto es, un evento de altísimo impacto, muy difícil de predecir, fuera del rango de expectativas normales que se manejan en la ciencia, las finanzas o la tecnología.

Mientras escribo estas líneas más de 520 millones de alumnos no asisten a clases en más de 70 países. Las empresas, por su parte, protagonizan el experimento más grande de la historia en lo que concierne al trabajo remoto o teletrabajo. Escuelas, universidades y empresas, con una urgencia inusitada comienzan a desarrollar estrategias de transformación digital. Los ciudadanos también.

Claro, se están experimentado las dificultades de no hacerlo en tiempo y forma. Para quienes trabajamos desde hace una década estos temas, nos parecen naturales estas dificultades. Se trata de un cambio cultural profundo, que requiere de un tiempo que ahora no tenemos.

Trabajar de manera remota no es abrir una notebook en una casa y ya; implica un espacio adecuado, la tecnología necesaria, la seguridad requerida, habilidades distintas y fundamentalmente un sistema, una forma de gestionar, acorde a esta forma de trabajo. Muchas organizaciones no tienen este sistema y hoy tienen que hacer una adaptación a gran velocidad.

La educación virtual tampoco es conectar una notebook y avanzar en una dinámica áulica igual a la presencial. Los formadores necesitan una formación adecuada para poder ser funcionales a esta forma de adquisición de conocimiento. La tecnología debe ser la pertinente y la metodología debe ajustarse a estas necesidades. Nuevamente aparece la velocidad y la capacidad de adaptación.

Creo que en muy poco tiempo observaremos que las plataformas digitales serán la primera opción para conectar oferta y demanda en todo Iberoamérica, claramente en España ya lo es. En América Latina gran parte de la población las está descubriendo a partir de este fenómeno.

La pandemia nos está mostrando la necesidad urgente de un nuevo contrato social. El "freno de mano" nos dice que la metáfora de este nuevo contrato social sería "como viajar a Venecia y poder ver cisnes y peces". Está claro que así, con la intersubjetividad que veníamos desarrollando antes de este fenómeno singular, no es posible. La revolución tecnológica será humanista. Los más jóvenes lo visualizan con mayor claridad: es necesario cuidarnos y cuidar más el planeta que habitamos.

Ese nuevo contrato social debe incluir diversas formas de adquisición de conocimiento y diversas formas de trabajo. Esto implica marcos regulatorios 4.0 que redefinan el set de derechos para los ciudadanos procurando una mejor casa común para todos.

Los mal denominados trabajadores atípicos son quienes más están sufriendo las consecuencias económicas de este fenómeno. ¿Qué vamos a hacer con los trabajadores autónomos, temporales, por proyectos, eventuales, quienes trabajan a través de plataformas digitales o quienes combinan todo lo anterior? ¿Seguiremos mirando para otro lado como si no existieran cuando ya son mayoría? ¿Vamos a ignorar esa tendencia creciente y continuar con la errónea clasificación de atípicos? ¿Cómo redefinimos tipicidad? ¿Definiremos como típico a una relación laboral del siglo XX o a las que predominan en el siglo XXI?

Son muchas las preguntas que surgen en este contexto. ¿Los Estados dejarán que sean las empresas las que garanticen esos derechos que hoy no están garantizados por los marcos regulatorios? Uber y Lyft ya han tomado cartas en el asunto y anunciaron que compensarán a los conductores diagnosticados con coronavirus. ¿Son autónomos? ¿Son empleados? ¿No habrá que crear una tercera categoría, nueva, diferente?

Se estima que los autónomos y freelancers perderán por lo menos el 25 % de sus ingresos anuales mientras cada uno de ellos sigue haciendo sus aportes y pagando impuestos. La OIT estima que podrían perderse cerca de 25 millones de empleos. Las pymes y emprendedores no podrán hacer frente a la pesada carga fiscal a la que son sometidos en algunos países. ¿Vamos a gestionar todo eso con un andamiaje jurídico del siglo pasado? ¿Cómo vamos a equilibrar la correcta carga fiscal, los servicios de salud y contención que debe dar el Estado y los estímulos que requiere el sector privado? ¿Cómo nos vamos a parar ante las innovaciones y disrupciones, promoviendo o impidiendo?

Creo que el coronavirus ha iluminado como con luz de teatro las enormes deficiencias del sistema de protecciones sociales para los mal denominados trabajos atípicos. Esto se da justamente por una dramática tendencia a mirar por el espejo retrovisor y aferrarse al pasado. Es necesario lograr con urgencia que se garantice el acceso universal a diversas formas de adquisición de conocimiento y facilidades para acceder a sistemas de protecciones sociales diferentes para las diversas formas de trabajo ya que, paradójicamente, son las que más crecen. Los gobiernos no pueden seguir pensando a la educación como aquella que se materializa solo en la escuela y al trabajo como el que se materializa a través del trabajador asalariado a tiempo completo. Ya no será posible. Hoy queda claro para todos que la escuela y el trabajo no son lugares a los que hay que ir sino tareas que hay que hacer y que estas pueden materializarse de diferentes maneras.

Es necesario que los gobiernos estén a la altura de las circunstancias para que las consecuencias económicas y sociales no sean mayores a las sanitarias.

El COVID-19 puede funcionar como un acelerador de cambios muy profundos, de adaptaciones imprescindibles para un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo que muy probablemente tenga por delante más cisnes o elefantes negros.

Estoy convencido de que podemos salir mejores de este fenómeno social global sin precedentes. No podemos perder esta oportunidad, debemos canalizar nuestra resiliencia hacia un nuevo contrato social.

Termino estas líneas con el país ya en cuarentena total. Gente conversando en los balcones, grupos de WhatsApp como sostén ante el encierro, resignificación de los lazos sociales, una mirada común y espacios para la reflexión colectiva. Un nuevo contrato social está naciendo.

Fuente https://www.hacerempresa.uy/covid-19-el-elefante-negro-que-nos-acercara-al-futuro/


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