Covid Runner: el mundo sin un día después

Publicado el 14 abril 2020 por Comicpublicidad

Supongamos que no se encuentra la vacuna para el COVID. O que la naturaleza nos regala cada año un nuevo virus mutado que nos obligue a aceptar que salir a la calle y vivir como vivíamos ya no es posible. No es que tenga ganas de meter miedo o desanimar a nadie, pero es una posibilidad como otra cualquiera. Visto lo visto, tras esta situación distópica que no creímos nunca que podía pasar, nadie puede garantizarnos que no se hará realidad un futuro que solo creíamos posible tras una explosión nuclear.
Pero aunque tratar de hacer previsiones hoy ya se ha demostrado que es más cuestión de adivinación que de análisis, creo que hay una posibilidad de la que casi nadie habla, supongo que por miedo: No sé si lo habéis pensado, pero el futuro depende de que haya vacuna, cura o inmunización para el COVID o no la haya. Si no la hay, o nos confinamos para siempre o asumimos miles de vidas anuales como parte de la selección natural.

Un cuento futurista sobre un mundo sin cura para el COVID


Así que imaginemos como ejercicio un escenario sin cura para el Coronavirus en el que haya agentes como Rick Deckard en Blade Runner, buscando infectados asintomáticos para retirarlos, o contagiados confinados a la fuga. Quizá no para matarlos, sólo como algunos políticos ya han propuesto, aislados en polideportivos, un eufemismo de campo de concentración.
La buena noticia es que muchos de los cambios a los que estaríamos obligados a someternos para continuar viviendo con más o menos normalidad ya son posibles. 

Como el teletrabajo, que se hizo masivo de forma disruptiva de la noche a la mañana aunque estaba disponible hacía años sin que mereciera atención (antes del COVID sólo el 27% tenía planes para implantarlo, según OPINNO).
Os invito a un pequeño ejercicio de ciencia ficción para pensar en un mundo “sin día después”. 

Madrid, 2030. Diez años después del COVID-19


La moda de esta temporada incluye colores fluorescentes con alegres estampados en los trajes desechables, mascarillas y guantes. Hace años que nadie sale a la calle sin ellos y aunque algunos prefieren modelos transparentes que dejan ver los modelitos por debajo, la mayoría opta por la comodidad. Antes de esta necesidad, la moda estaba evolucionando hacia lo sostenible y marcas como Adolfo Dominguez presumían de que sus diseños y calidades duraban muchos años. "Haz que dure", decían los eslóganes de la Slow Fashion. Hoy, aquellas prendas que no son de usar y tirar por higiene, son de materiales resistentes a la lejía o el autoclave, que ha sustituido a las lavadoras en cada casa. En realidad, como salimos poco al exterior, usamos poca ropa, por lo que el low cost y la pronto moda con novedades cada semana en las tiendas dejó de tener sentido. Es más, nuestras relaciones sociales son a través de apps, por lo que en lugar de cambiar de ropa, usamos skins y filtros con los que personalizamos nuestros avatares. Desde hace unos años, las visitas las hacen nuestros hologramas y los configuramos como en un videojuego. El algoritmo nos avisa además de cómo va vestida la otra persona para no desentonar ni repetir modelo.
Igual que el autoclave, los electrodomésticos que se compran en esta década son algo diferentes a los que conocíamos. Uno que no puede faltar es la impresora 3D. Con ella fabricamos casi todo lo esencial y evitamos tener que recibirlo en casa, a riesgo de infecciones. Con un pedido de resinas al mes solucionamos casi todas las necesidades de objetos sencillos, que fabricamos descargando los planos on line. Esto antes sólo lo hacían los más modernos, a los que llamábamos makers, pero hoy es fundamental.
Lo que no fabricamos nosotros mismos, lo encargamos bajo demanda o se fabrica automáticamente de forma predictiva en lo que la década pasada ya se llamaba Industria 4.0. Cuando los sensores detectan el desgaste de una pieza o que se ha agotado algo que necesitamos, Internet de las Cosas se pone en marcha y nos llega a casa sin tener que pedirlo. Casi la totalidad de las fábricas están atendidas por robots, que incluso fabrican a los robots que fabrican. Eso ya pasaba a principios de siglo y hoy es la norma. Las fábricas que quedan de momento solo pueden dedicarse a productos de verdadera necesidad y son dirigidas en remoto. La velocidad y latencia del 5G permiten que no haya riesgos.
Otro de los gadget que ya son imprescindibles, incluso obligatorios, son las pulseras wearables que monitorizan nuestra salud y nos geolocalizan mejor que cualquier censo. Utilizando blockchain, las autoridades saben dónde estamos sin posibilidad de fraude, y si tenemos fiebre. También saben otras cosas y, al igual que con los suministros, pueden enviarnos el tratamiento adecuado o un cambio en la dieta. Afortunadamente, cuando todo comenzó ya se estaba desplegando la red 5G que permitió estos millones de dispositivos conectados por kilómetro cuadrado.
Los chinos ya hicieron eso en 2019 cuando apareció el Coronavirus, y era necesaria esa identificación para poder moverse por la ciudad o entrar en los edificios. Aunque lo hicieron con reconocimiento facial, cámaras conectadas y apps de smartphone.

La comida es otra de las cosas que ha cambiado. Ahora somos prácticamente veganos todos, a la fuerza. No solo porque han establecido férreos controles sobre los alimentos de origen animal que pueden ser foco de nuevas pandemias como la de Wuhan, sino porque las explotaciones ganaderas, como toda actividad al aire libre, se han limitado al mínimo imprescindible. En cambio, todos los edificios tienen huertos urbanos en las azoteas, patios y espacios comunes. Además de hortalizas, se permite criar gallinas y conejos que aporten algo de proteína animal.  El efecto añadido de este cambio en al forma de vida es que el cielo está más limpio que nunca, con menos emisiones de carbono y a su vez el cultivo en las ciudades es más seguro y saludable.
Porque seguimos confinados y los transportes privados han sido prohibidos. Las entregas de mercancías se realizan por drones y vehículos no tripulados, al igual que los desplazamientos personales, que se hacen en monoplazas de distintos tipos que no tienen conductor (podría contagiarse) y se recogen y entregan en estaciones, como los puntos de recogida de bicicletas de hoy, donde se desinfectan tras cada uso.
Estas restricciones de todo tipo han fomentado otro de los sueños de los años 20 del siglo XXI: el Kilómetro Cero y la Economía Circular. Cuanto más cerca está el productor de algo, más posible es conseguirlo. Y cuanto más reciclamos y reutilizamos, menos necesitamos arriesgar vidas en producirlo o materias primas de difícil extracción y procesado aun con robots.
Los trabajos, por supuesto, también han sufrido una revolución sin precedentes. Hay un gran número de trabajadores de empresas privadas y funcionarios dedicados a las dos principales tareas de la nueva era: investigar vacunas y localizar infectados.  Para la investigación se recurre también a técnicas de open source que utilizan los ordenadores personales para realizar los procesos en los momentos en que su procesador queda libre de otras tareas y que no requiere de conocimientos demasiado avanzados del operador. Además, muchos de los trabajos son colaborativos, y en ocasiones obligatorios. Por ejemplo, cuidar el huerto del edificio hay que hacerlo entre todos los vecinos y así tenemos derecho a nuestra parte en especie.
En 2020 ya había supermercados que funcionaban así, de forma cooperativa y colaborativa, en la que los clientes eran a la vez socios y trabajadores.

Donde más personas encuentran empleo es en la programación de servicios digitales y de ocio, especialmente los destinados a la realidad virtual y aumentada. Por ejemplo existen guías turísticos que te llevan por esos destinos virtuales y creadores de lugares que no existen. Muy parecido a aquella agencia de viajes que vaticinó la película Desafío Total.

Algunas de las nuevas oportunidades vienen también de lo que no se puede hacer. Los influencers de viajes, como ya no pueden salir, no tienen oportunidad; en cambio hay otros que enseñan los libros impresos pasando las hojas con ilustraciones poco a poco. Hace años que dejaron de imprimirse por los riesgos de contagio tanto al fabricarlos como al compartirlos.
Lo del contacto también ha cambiado la forma en la que nos relacionamos. Salir de copas o ligar en el gimnasio ya sí que es definitivamente cosa del pasado.
Ahora todo el mundo tiene cuenta en Tinder y hasta hay aplicaciones que sincronizan la versión 4.0 del Satisfyer.

La economía, con el paso de los años y los cambios obligatorios, se ha ido homogenizando en todos los países. Por supuesto, el dinero en forma de moneda física desapareció hace mucho. Casi desde el inicio de la era post-covid se instauró la renta universal, la cual acaba siendo una forma de trueque porque, al no poder ser gastada en lo que antes y con la implantación del kilómetro cero, acaba básicamente en la economía local. Los países ya no crecen como antes, el objetivo fundamental es mantener en pie lo que queda y redistribuirlo para que todo lo que ya hay sirva de algo y, si algún día se acaba el virus, partamos todos del mismo punto.
Fue algo así como empezar una partida de Monopoly desde cero, repartiendo el dinero que había entre todos los jugadores. Tampoco hay mucho donde gastarlo.

Hasta que cambió todo, la mayor inversión que hacían las familias era destinada a vivienda. Eso también es diferente. Los mayores y dependientes son agrupados en espacios de cohousing para minimizar los riesgos de contagio externo, mientras que las viviendas de segunda residencia o vacías se repartieron entre los sin techo, incluyendo a los refugiados de países donde no había. Las nuevas viviendas, que son de protección oficial, se construyen en zonas rurales que antes estaban vacías, y cuyas viejas casas previamente ya han sido rehabilitadas para alojar a los que no tenían.
En la parte más negativa, la violencia doméstica es la que más ha crecido, por la presión psicológica del confinamiento. Pero al estar todos monitorizados, cuando se detecta un caso se aisla al individuo en otros centros. En cambio, el resto de delitos y las guerras han cesado: bastante riesgo de morir hay con salir a la calle y no hay ningún país en el mundo que esté libre de contagio o disponga de más recursos para lo que ahora se necesita ¿para qué invadirlo?

Veremos cosas más allá de Orión que no creeríamos


Este pequeño cuento futurista nos deja algunas reflexiones sobre cómo debemos construir el mundo una vez que nos recuperemos de la situación excepcional. Porque confío en que saldremos de esta y que nos pillará mejor preparados si alguna vez se repite, aunque sea dentro de 100 años como el tiempo que ha pasado desde la Gripe Española de 1918. Pero de la misma manera que el teletrabajo será algo más habitual de lo que era como legado de esta transición forzada, otros temas como la Economía Circular, el Kilómetro Cero, la reducción del consumo o la Renta Básica podrían estudiarse también como innovación positiva que mejorara nuestra sociedad sin esperar a la distopía. Muchas de esas ideas, ya se anticipaban en El Buen Capitalista, publicado en junio de 2019 aunque escrito un año antes.

El Buen Capitalista. Cómpralo aquí.