Cowboys y fantasmas (I): Crazy Jim

Publicado el 13 enero 2015 por Cartas A 1985 @AntonCruces

Cada canción es una historia y esta es la historia detrás de Cowboys y Fantasmas de Marvelpop

COWBOYS Y FANTASMAS

Capítulo 1: CRAZY JIM

En algún lugar del viejo oeste…

Crazy Jim sabía que aquella era su última noche. 

Jimbo, así le llamaba su madre, contemplaba su vaso de whisky sin pestañear intentando recordar cómo había llegado a aquella situación. A pesar del bullicio que flotaba en el salón ningún sonido parecía ser capaz de sacarle de su trance. Ni los gritos, ni la música, ni las conversaciones ajenas. Nada. Jim simplemente se limitaba a pasar su lengua cada diez o quince segundos por su labio inferior y a girar su copa con los dedos índice y corazón en el sentido contrario a las manecillas del reloj. Ya llevaba así casi veinte minutos, concentrado y sin apartar la vista de la copa (como si intentará beberla con los ojos) cuando una voz tan áspera como amable le trajo de vuelta a la realidad.

─ Tranquilo hijo…

El culpable de sacar a Crazy Jim de su letargo no era otro que Robert Cunningham, dueño del Bobbi´s (desde 1809) y conocido en el pueblo y alrededores como Robert El Tullido, Robert Dos Dedos o Robert Victory. Este último era un apodo cariñoso basado en la observación. Y es que los únicos dedos que le quedaban a Robert en la mano izquierda eran el índice y el corazón, lo que hacía que su muñón adoptase un gesto de la victoria perpetuo. En su defensa, el viejo siempre decía que el otro tipo había quedado bastante peor. Tendrías que ver a ese cabrón. Solo me hizo falta un disparo. Ahora le llaman Benny Mediapolla. Aquello siempre provocaba una fuerte carcajada en su entregado público y es que Robert era toda una institución en el pueblo. Llevaba media hora larga contando batallas de otra época a los clientes habituales (forajidos y borrachos en su mayoría), pero ahora la atención de Victory Dos Dedos Cunningham se centraba en el pobre diablo al otro lado de la barra.

─Decía que estés tranquilo hijo, todavía queda mucho para las cuatro y ya sabes… uno siempre puede esperar un milagro ─ aseguró el barman guiñándole un ojo al forastero mientras sacaba brillo a las copas con un paño que en otra vida pudo ser blanco, pero que ahora era tan gris como la lápida que abuen seguro le esperaba a Jim en el cementerio de ese asqueroso pueblo.─ Si aceptas un consejo de un viejo tullido: estaría bien que te emborrachases y pasases tu última noche retozando con alguna dama. Tras un breve silencio Victory le echó un rápido vistazo de arriba abajo con curiosidad y añadió:

─ Tienes buena percha hijo, seguro que no te faltarán faldas para esta noche.

El torpe intento del hombre por avivar el ánimo de Crazy Jim no tuvo efecto. ¿Cómo demonios se había metido en este lío? Sus horas estaban contadas. Moriría al día siguiente, exactamente a las cuatro de la tarde del día siguiente a manos del mejor y más cruel pistolero de todos los tiempos: Wild Billy.

Jim hizo girar el vaso de nuevo, pero esta vez más rápido y Robert Dos dedos Cunningham interpretó aquel gesto como un Déjame en paz viejo y se dio la vuelta, pero la realidad era otra. A su manera, callada e impasible, Jim agradecía la buena intención del camarero. Lo que ocurría era que simplemente no quería hablar del tema y menos aún con un maldito barman tullido.

Eso era todo.

Las puertas del salón se abrieron con violencia detrás de Jim que, sin volverse, supo quién acababa de entrar en el local. Lo supo tan solo por el sonido de los tacones y el olor a perfume barato que inundó la estancia más rápido de lo que una bala perdida tarda en matarte. Ella, algo más contenta de lo habitual por el alcohol que corría por sus venas, alcanzó a verle allí sentado, cabizbajo y de espaldas al mundo. Tambaleándose ligeramente mientras intentaba mantener la compostura se dirigió hacia el misterioso hombre que la había salvado la vida horas antes.

Al ver acercarse a la mujer, en el rostro del barman se dibujó una leve mueca de desaprobación que no pasó desapercibida a la recién llegada quien con un gesto desdeñoso le invitó a que buscase algo mejor que hacer.

─Gracias forastero─ le susurró al oído al cowboy con sus labios húmedos y un aliento pestilento, pero Jim apenas se inmutó. Simplemente tiro del ala de su sombrero a modo de saludo sin levantar la vista del vaso.

─ ¡Victory!─ exclamó ella. ─ ¡Cuando el caballero acabe su copa ponla otra y anótala en mi cuenta!

Jim sonrío con tristeza y le indicó al camarero con un gesto que no haría falta. No bebería la copa de la chica ni tampoco la que tenía delante. Simplemente no quería pasar borracho su última noche entre los vivos. Además la resaca no hacía buenas migas con la puntería así que lo mejor sería retirarse a tiempo. Sin mediar palabra ni mirar a nadie se levantó de su silla y dejo una moneda en el mostrador al lado de la copa que no había probado.

─ ¿A dónde vas tan rápido forastero?─ dijo la chica cortándole el paso en un desesperado intento por llamar su atención. ─ Se me ocurren un par de maneras de agradecerte la intervención de esta tarde ─ prosiguió la joven mientras acariciaba el hombro derecho de Crazy Jim quien educadamente y muy despacio apartó la mano sin dejar de mirarla a los ojos.

─ Quizás otro día señorita─murmuró con voz ronca mientras se daba la vuelta y dejaba a la mujer con la palabra en la boca.

Un grito cortó el viciado aire del salón que apestaba a sudor y a alcohol a partes iguales justo cuando Jim se disponía a abrir la puerta del salón para adentrarse en la calurosa noche

─ ¡Hey forastero!

El cowboy giró el cuello lo suficiente para ver como Dos Dedos Cunningham la lanzaba por el aire la moneda que había dejado en el mostrador; la intercepto sin pestañear con un rápido movimiento.

─ A esta invita la casa, hijo.

─ Gracias ─ respondió Crazy Jim.

─ Tienes reflejos muchacho. Me alegro. Algo me dice que te van a hacer falta ─ gritó el hombre desde detrás del mostrador. ─ Después de todo puede que tengas alguna oportunidad.

No, no la tenía y lo peor que podría hacer nadie en ese momento era intentar convencerle de lo contrario. Con la mirada perdida y sin un ápice de esperanza el hombre salió del local y se perdió en la oscuridad.

Había oído hablar de Wild Billy mucho antes de pisar aquel pueblo por vez primera. El hombre que siempre vestía de negro era toda una leyenda a ese lado del país. Las historias sobre sus fechorías y sus asesinatos a sangre fría recorrían el condado de norte a sur y de este a oeste como la pólvora. Lo que jamás imaginó es que moriría a manos de semejante personaje. Jim solo había tenido que batirse en duelo una vez y de aquello hacía ya mucho tiempo. Salió victorioso de aquel enfrentamiento, pero se juró que nunca más arrancaría la vida a nadie. Tuvo pesadillas durante años y al final huyó atormentado del pueblo que le había visto crecer. Se convirtió en un buscafortunas solitario que no solía llamar la atención. Siempre pasaba desapercibido y apenas dejaba un recuerdo pasajero, como un mal perfume, en las pocas personas con las que hablaba.

Era un fantasma.

Desde el día de aquel tiroteo entonces no había vuelto a desenfundar su arma salvo para asustar a algún que otro indeseable con más labia que otra cosa…hasta el día de hoy, cuando se metió donde nadie le llamaba. ¡Jimbo deja de defender causas perdidas!

Ironías de la vida, al final, su huida le había colocado en la misma situación de la que escapaba.

Matar o morir.

Por primera vez en mucho tiempo Crazy Jim estaba asustado. Sabía que no tenía nada que hacer contra la pistola rápida y letal de Wild Billy, absolutamente nada. Sería más sencillo meter un elefante en una caja de cerillas. Mientras pensaba en todo aquello una frase se repetía una y otra vez en su cabeza.

Quiero salir de aquí

Se encendía y se apagaba en su mente una y otra vez en un bucle sin fin.

Crazy Jim no quería pensar en lo que le esperaba al día siguiente y lo único que deseaba era poder conciliar el sueño, pero los cruentos relatos sobre Wild Billy no paraban de acudir a su mente para atormentarlo: la familia que Billy mató en Villagetown, la pareja de comerciantes a los que colmó de plomo por un puñado de dólares y tres botellas de bourbon… aunque ninguna de aquellas historias era comparable a la leyenda de La Brigada de los Seis. 

Ninguna.