Cowboys y fantasmas (II): La brigada de los seis

Por Cartas A 1985 @AntonCruces

LA BRIGADA DE LOS SEIS

Aquella era una de esas historias que los mayores utilizan para asustar a sus nietos cuando no paran de dar la turra. ¡Dejad de hacer lo que sea que estéis haciendo o Wild Billy os llenará de plomo mocosos!

Cuentan que hace unos diez años, seis cowboys (mercenarios en realidad) fueron contratados por alguien que obedecía órdenes de otro alguien para acabar de una vez por todas con la sed de sangre del Salvaje Billy. Armados hasta los dientes y camuflados con pañuelos negros que les tapaban la cara hasta los ojos sorprendieron al desprevenido vaquero en su casa, medio dormido y medio borracho (al menos esos era lo que ellos creían) con la intención de coserle a balazos. Lo que La Brigada de los Seis (así se les conoce en todo el Viejo Oeste a título póstumo) no sabía es que Wild Billy estaba al tanto de sus intenciones. Nunca se supo quién le había dado el soplo, pero la verdad es que el vaquero estaba preparado.

Vaya si lo estaba.

Cinco de los pobres diablos nunca llegaron a saber quién era el hombre medio tapado en el suelo de la cabaña con una botella de whisky en la mano, pero desde luego no era su objetivo. El verdadero Wild Billy asistía al espectáculo sonriendo en silencio, apostado entre los árboles que rodeaban buena parte de sus dominios. Cuando se cansó de mirar se cargó con su reluciente Winchester a tres de los mercenarios en un abrir y cerrar de ojos. Lo último que notaron esos tres desgraciados fue un fuerte aguijón de metal ardiente en la nuca antes de que su corazón dejase de latir. Desorientados, los otros tres intrusos comenzaron a disparar a ciegas sin saber exactamente qué demonios estaba pasando en realidad. Wild Billy redujo a gravilla las rodillas de otro de los hombres con un certero disparo y atravesó la cuenca del ojo del quinto mientras reía entre dientes.

El sexto intentó escapar.

Wild Billy se sacó el sombrero y se rascó la coronilla mientras negaba con la cabeza al ver el humillante intento de huida del último desgraciado. Se colocó la culata en la mejilla y apuntó al hombre que corría hacia ninguna parte con la vana esperanza de salvarse. El primer tiro que le descerrajó se llevó la escopeta del mercenario por delante y de paso su mano derecha. Un grito de dolor resonó bajo la luna y Wild Billy se tomó su tiempo antes de rematar la faena, dicen que incluso se permitió la licencia de pegarle un buen sorbo a su petaca antes de acabar con la vida del pobre diablo. Le apetecía jugar un poco más. Un segundo disparo hizo volar el sombrero del sexto hombre que se paró un seco, resignado ante su destino.

─ ¡Mátame ya!─ cuentan que suplicó a gritos.

Con un rápido movimiento el asesino bajó del árbol y empezó a caminar despacio, pisando los cadáveres de La Brigada, hacia el vaquero.

─ ¿Cómo dices? ¡Date la vuelta para hablar conmigo amigo! Estoy un poco sordo y necesito verte la boca para entenderte ─ añadió con sarcasmo.

El hombre se dio la vuelta muy despacio. Lo cierto es que aunque Billy le dejase con vida (cosa improbable) la hemorragia desatada donde antes había estado su mano lo mataría en cuestión de minutos.

─ ¡Que me mates ya!

Arrastrando los pies, y con la escopeta rozando el suelo Billy se acercaba con una sonrisa enfermiza en los labios.

─ No te entiendo amigo. Necesito que exageres más las palabras, ya sabes, mi pobre oído.

La dignidad del hombre se esfumó en cuanto pudo ver de cerca los ojos de Billy, negros como la muerte, fríos como el hielo, pero ardiendo de locura.

Cuentan que el hombre pidió clemencia, le habló de su familia y le suplicó que le dejase marchar mientras la sangre iba tiñendo poco a poco toda su vestimenta. Billy escuchó con atención, asintiendo, y le preguntó por su familia. Le prometió que si le contaba algo que le hiciera conmoverse le dejaría marchar con la condición de que desapareciese para siempre.

─ Claro, claro… ─ masculló el hombre mientras las lágrimas caían por sus mejillas. ─ No volverá a verme jamás. Se lo prometo ─. A continuación se limpió los mocos con el muñón que le dejó la cara manchada de sangre.

Durante diez minutos el mercenario, desesperado, le narró la historia de cómo había conseguido formar una familia en Deadwood, le habló de su hijo enfermo y también de la bella mujer que esperaba su regreso para comenzar una nueva y próspera vida lejos de allí.

Wild Billy asentía sin abrir la boca hasta que el hombre acabó su perorata.

─ ¿Cómo te llamas chico?─ preguntó.

─ Adam, señor.

─ Adam ¿qué mas?

─ Ad-Adam Clatchey, señor.

─ ¿Y cuántos años tienes Adam Clatchey?

─ 22, señor.

─ 22─ murmuró meditabundo Wild Billy ─. Eres un crío.

Clatchey permaneció en silencio.

─ ¿Y cómo es que un crío de apenas veinte años cree que puede entrar en mi casa mientras duermo y pegarme un tiro?

Más silencio.

─ Quizás el hecho de ser seis contra uno tenga algo que ver. Ya veo como hacéis las cosas en Deadclown

─ Es Deadto…

Esas fueron las dos últimas palabras que salieron de la boca del joven. Wild Billy le voló la tapa de los sesos que quedó esparcida a pocos metros de los restos de la mano que Clatchey utilizaba para acariciar a su hijo moribundo.

─ Descansa en paz, hijo.

Billy escupió sobre el amasijo de carne que había sido la cabeza del chaval y se dirigió lentamente a casa para preparase algo de cenar y dormir a pierna suelta.

─ ¡Tranquilo! ─ bramó sin darse la vuelta─. ¡Puede que visite Deadclown uno de estos días! ¡Incluso puede que pase por tu casita a consolar a tu joven y tierna esposa! ¡Quizás incluso le haga un favor a Adam Junior para ahorrarle tanto sufrimiento! ¡No hay nada que no cure una buena dosis de plomo!

La risa demoníaca de Billy hizo aullar a un par de lobos y…

…así acaba la historia.

Unos aseguran que fue el hombre con las rodillas hechas añicos quien consiguió escapar y contó la historia, otros confiesan haber conocido a un borracho que repetía la misma cantinela una y otra vez a quien tuviese a bien invitarle a un lingotazo…

Que más da.

La cuestión es que nadie en su sano juicio querría tener un problema con Wild Billy y él tenía un duelo a las cuatro en punto de la tarde.

Al final, más tarde que pronto y entre sudores fríos, Jim consiguió conciliar el sueño. Seguía teniendo miedo y no se sentía valiente en absoluto. ¿Cómo había llegado a esto? No tenía ni idea. Lo único seguro es que mañana a estas horas estaría muerto.

Quiero salir de aquí.