Viene de Cowboy y fantasmas (II): La brigada de los seis.
EL DUELO
Según su reloj apenas quedaban cinco minutos para las cuatro de la tarde. Crazy Jim intentaba mantener la compostura a pesar de que el sudor de su frente y un ligero temblor en la mano derecha le delataban. Al menos dos docenas de curiosos no se querían perder el espectáculo y esperaban, bajo un sol abrasador, la llegada de Wild Billy.
Jim hizo un repaso de su vida y se dio cuenta de que en ese momento daría cualquier cosa por volver a estar en los brazos de su mujer, pero ya era tarde. La vida que había imaginado durante estos años se había esfumado hace tiempo. Quiero salir de aquí repetía la canción en su cabeza, pero los pies no obedecían.Ya no había vuelta atrás.
El sonido de un caballo acercándose rompió el bullicio de la concurrida calle. Una figura vestida de negro se acercaba al galope y se paró en seco a unos cincuenta metros de Jim.
Wild Billy bajó de su caballo. Caminaba con decisión y con el sombrero bien calado para que nadie pudiese ver sus ojos aunque a Jim le dio la impresión de que brillaban como diamantes. Sin decir nada Billy carraspeó y escupió en el suelo para a continuación borrar su saliva con el pie y hacer una marca en la arena. Miró su reloj y se colocó en posición: piernas arqueadas y un revolver que a Jim le parecía que brillaba como el mismísimo infierno.
El sheriff hizo acto de presencia dos minutos antes de las cuatro de la tarde y tras dejar claro que este tipo de duelos no eran plato de buen gusto para nadie soltó un: Que gane el mejor y esperó a que el reloj diese las cuatro.
Solo quedaba un minuto.
Fue el minuto más largo de la vida de de Crazy Jim y también el último. La primera campanada sonó y Jim, con la adrenalina recorriendo su cuerpo como un caballo desbocado, intentó enfocar bien a Wild Billy, pero la vista se le nublaba. La segunda campanada resonó en la plaza mientras el hombre de negro acariciaba con tacto el percutor de su arma, por lo demás no se movía, parecía que alguien lo hubiese congelado. Le recordaba a un mimo que había visto una vez en un circo. La tercera campanada redobló y el corazón de Jimmy parecía que fuese a salírsele del pecho. Quiero salir de aquí. ¡No soy un valiente! ¡Nunca lo he sido!
El sonido de la cuarta campanada apenas le llegó como un sueño. No parecía una campanada sino un ruido que le llegase debajo del agua, amortiguado por su miedo. Jimmy desenfundó.
Dispararon a la vez y Crazy Jim sintió el calor en su piel, a la altura de su estómago. Cayó de bruces contra el suelo, pero en ese corto recorrido en que la vida abandonaba su cuerpo logró ver que Wild Billy también se desplomaba y que tenía el rostro empapado en sangre.
Su último pensamiento fue para su mujer.
WILD BILLY
Wild Billy es el hijo del diablo.
Esa era la frase que más se escuchaba cuando alguien cometía la osadía de preguntar por el hombre vestido de negro. A Wild Billy le gustaba el miedo que infundía en el pueblo y llevaba años alimentando su imagen de asesino despiadado. Eso le evitaba problemas, y espantaba a los maleantes. Su trabajo le había costado llegar a ese estatus, la verdad sea dicha, pero había valido la pena. Nadie se acercaba nunca a su propiedad y así podía dedicar todo el tiempo del mundo a lo que realmente le colmaba de felicidad: actuar.
En realidad Wild Billy no era un cowboy, sino un actor, de circo para más señas que había abandonado la seguridad bajo la carpa después de un desengaño con su representante. Lo cierto es que la prometedora carrera de Wild Billy, cuyo nombre artístico era El legendario Daniel Deschamps, se había quedado estancada hacía ya un decenio y tras numerosos desencuentros con su manager, un ladrón de guante blanco, pero ladrón al fin y al cabo, decidió abandonar el inestable mundo de la farándula para siempre.
Así que Daniel cambió su nombre por el de Billy hasta que se dio cuenta que un actor de su sensibilidad y valía no duraría en el cruel viejo Oeste mucho más que un pastel de manzana en la puerta de un colegio. La única manera de sobrevivir entre ladrones, mercenarios y asesinos sería hacer que creyesen que él era el peor de todos ellos. Así que le añadió el Wild a su nueva identidad y pertrechó un par de actuaciones para asegurarse que la gente jamás se cruzaría por su camino.
Durante años se las ingenió para que las historias sobre sus fechorías traspasasen las fronteras del pueblo y así poder vivir una vida tranquila dedicada al estudio de los clásicos:Shakespeare era su preferido. Además Daniel odiaba las armas; le parecían monstruosas (además de incómodas y pesadas), pero de vez en cuando tenía que dejarse ver para mantener viva en el pueblo la llama de su reputación.
Dramaturgo de alta escuela, mimo y escritor, Wild Billy forjó su leyenda alrededor de una antigua obra sin éxito que había leído hacía años en sus tiempos de estudiante.
La brigada de los seis.
Daniel la adaptó a sus necesidades y pagó una buena cantidad de billetes a un buen amigo suyo, actor de vocación y borracho de profesión, que respondía al nombre de Adam Clatchey para que la contase durante un año entero a cambio de cobijo y bebida.
Aquella idea fue todo un éxito y después de un par de actuaciones más en público (compañeros de su antigua troupe del circo que bordaron su papel de víctimas del despiadado Wild Billy)el actor nunca más tuvo que preocuparse de posibles sobresaltos.
A veces se disfrazaba de vaquero y se dejaba ver por el pueblo, impasible ante las caras de terror de sus vecinos al verle llegar. Claro que a él le encantaba estar tan creíble en el papel de villano y a veces le costaba que su risa no le delatase en público. Además, Daniel tenía una voz aflautada de soprano que bien podría haber triunfado en más de un teatro de la vieja Europa, así que hablaba lo menos posible y si lo hacía camuflaba su voz entre susurros. Aquello lo hacía más amenazante si cabe a los ojos los demás.
Pero su mascarada casi se había ido al garete hacía apenas 24 horas. Y todo por una tontería. Cada tres o cuatro meses había que recordar a los vecinos la maldad de Wild Billy y ayer, según tenía apuntado en su libreta, era el día señalado. Lo que tenía que haber sido una función rutinaria se convirtió en un despropósito cuando la señorita Pam y ese maldito forastero metieron las narices dónde nadie les llamaba. Ella, borracha como de costumbre, comenzó a golpear a Wild Billy en el pecho gritando que era un canalla y a él no le quedó más remedio que apartarla. No había querido hacerle daño, pero debido a la cogorza que llevaba la joven, no pudo mantener el equilibrio y acabó con sus huesos en el suelo. No fue tanto el daño como la humillación. El forastero intervino, una cosa llevo la otra (no podía quedar en evidencia delante de sus vecinos) y tuvo que aceptar el estúpido duelo para no echar a perder años de duro trabajo.
EL DUELO
Y ahora estaba aquí. Resfriado (no hacía más que carraspear y escupir) y a punto de batirse en duelo por primera vez en su vida. Si huía o no aparecía, la reputación que tanto le había costado esculpir se vendría abajo como un castillo de naipes en un temporal así que muy a pesar suyo no le quedaba otro remedio que dar la cara y para ser honestos…nunca había tenido tanto miedo en toda su vida.
Wild Billy reprimió la tos que llevaba sacudiéndole toda la noche, pero no pudo evitar carraspear. Escupió en el suelo, pero la mitad del esputo impacto de lleno en su reloj. Levanto la vista y vio como Crazy Jim temblaba, suponía que de terror. Sus años de mimo en Francia le habían dado un control casi absoluto de todos los músculos de su cuerpo y de momento conseguía disimular el terror que le apelmazaba las extremidades adoptando su famoso número de la estatua que tantas veces había utilizado para conseguir unas monedas a los transeúntes que apreciaban su arte. Tampoco ayudaba que el pantalón (rescatado de una obra de sus tiempos mozos) le quedase dos tallas más pequeño lo que hacía que caminase con las piernas arqueadas. Otro hubiese parecido un payaso al caminar, pero Daniel Deschamps era un maestro de la expresión corporal y se les apañaba para que ese pequeño contratiempo le diese un aspecto más temible y chulesco.
Cuando la primera campanada sonó Daniel aún guardaba la esperanza de despertarse de repente de esa pesadilla. Sabía disparar el arma, pero siempre había apuntado a blancos inmóviles como latas y botellas, además el hombre que tenía delante le caía bien. Si se hubiesen encontrado en otro lugar, en otras condiciones seguramente se habrían hecho amigos. El forastero se había comportado como un héroe en todo momento durante la trifulca y aunque Daniel vivía por y para el papel, su disfraz no le impidió ver que el hombre era un auténtico señor: educado y valiente, cosa que él agradecía en estos tiempos locos que corrían. La segunda campanada resonó en toda la plaza y Daniel/Billy acariciaba el percutor sin saber si sería capaz de disparar a otro ser humano, pero su vida dependía de que así fuese. La tercera campanada le puso todavía más nervioso, pero se mantuvo totalmente quieto aunque una lágrima empezó a correr por sus mejillas. Era una lágrima de terror y de impotencia que nadie podía ver y que le quemaba la piel. Cuando la última campanada sonó, el actor desenfundó y disparó sin apenas darse cuenta. Lo hizo con una rapidez tan letal que se sorprendió así mismo. Eso fue lo último que sintió: sorpresa.
Sorpresa ante su sangre fría y sorpresa al notar como la bala del forastero le penetraba en el cráneo mientras la sangre le bajaba a borbotones por la cara. Todo se tiño de rojo, Daniel/Wild Billy cayó de rodillas y dejo de existir.
Continuará…