Cráteres: deseos sin pedir

Publicado el 21 noviembre 2014 por Oscar Ercilla Herrero @geologoentuvida

Hace unas semanas, una amiga ha estado por las Vegas en una boda. No, ella no se casaba, por si os interesa el cotilleo, pero ya que ha podido ir unos días a la ciudad del pecado y donde todo queda allí pase lo que pase, aprovechó para acercarse hasta el vecino estado de Arizona, nombre más que apropiado para esta zona desértica del oeste de EEUU.

¿Cuál puede ser la razón para ir hasta este lugar? Simplemente porque allí existe uno de los cráteres de impacto más bonitos del planeta y sin duda uno de los más visibles por la falta de vegetación.

Los cráteres no son algo nuevo. Casi todos los días es posible ver unos cuantos, no en el suelo que pisamos en nuestro día a día, sino levantando la vista por la noche y mirando a la Luna. Nuestro satélite muestra como estos eventos del billar espacial pueden modificar la superficie de un cuerpo rocoso a lo largo de millones de años y también demuestra como nuestro planeta se encuentra mucho más vivo de lo que pensamos borrando estas huellas periódicas.

Un cráter de impacto se produce cuando en sus órbitas un meteorito y un planeta, un satélite o un planeta enano (Plutón, te queremos) acaban coincidiendo en un instante específico. En ese momento el cuerpo con más masa atrae al de menos, que casi irremediablemente se ve arrastrado a darle un intenso beso a su superficie.

Los meteoritos suelen viajar a grandes velocidades por lo que al entrar en la atmósfera de un planeta, por ejemplo, conserva una energía cinética muy alta, la cual está controlada por dos factores que son la velocidad ya referida y la masa. Al ser dos componentes que se multiplican, a más masa y más velocidad, mayor energía cinética.

La atmosfera, como la de la Tierra o la de Venus, actúa como una especie de filtro. La mayor parte de los cuerpos son de masa pequeña, indetectables para los sistemas actuales, y el rozamiento con el aire hace que acaben desintegrados antes de alcanzar la superficie, y dejen solo estelas en el cielo con un estallido brillante. Cuando la masa es mayor, la atmósfera no es suficiente para evitar el impacto. ¡Cuerpo a tierra!

La energía cinética se ve reducida tras atravesar la atmosfera, al reducir la velocidad, pero aún así llega a ser muy alta y al impactar contra el terreno esta se libera completamente, ya que es como encontrarse con un muro de hormigón que la frena bruscamente.

El impacto produce un aumento de la presión sobre el material del planeta, además de una onda de choque. Estas presiones llegan a ser tan altas como las existentes en las capas internas del cuerpo planetario produciendo un metamorfismo de alta presión a los minerales y rocas presentes en el punto de impacto. Además, en condiciones favorables, puede producirse un cierto fundido del material, tanto del impactado como del elemento impactante, pero lo habitual es que el meteorito acabe volatilizándose por completo.

Tras esta primera fase le continúa la excavación del cráter. Esto se debe principalmente a la onda de choque que tras la fase de compresión le viene una fase distensiva. Bien conocidas son las leyes de Newton, donde una de sus postulaciones establece que toda acción ejercida sobre un cuerpo tendrá como respuesta una igual y de sentido contrario. Esto provoca que buena parte del material comprimido sea expulsado al exterior, produciendo la formación del cráter, que habitualmente tiene forma circular (salvo que el impacto se produzca en bajo ángulo, produciendo una forma elíptica) con un relación de profundidad de 1/3 con respecto al diámetro.

El material expulsado se elevará y tenderá a caer en los bordes del cráter recién creado, pero parte del material expelido quedará flotando en la atmósfera y podrá verse transportado grandes distancias, como ocurrió con el meteorito que cayó hace 66 m.a. y que dejó marcado el límite K-T, e incluso puede verse expulsado al espacio, convirtiéndose en nuevos meteoritos que pueden caer en otros cuerpos celestes, como las rocas de procedencia marciana encontradas en la Antártida y que dieron pie a la suposición de posible restos fósiles en Marte.

La tercera fase es la de colapso de los bordes, donde el material expulsado vuelve a caer al interior del cráter en forma de brechas, rellenando el hueco dejado por el impacto. Esto suele producirse en los cráteres más pequeños, pero en los mayores pueden darse dos tipos de morfologías.

La primera es simple, con forma cóncava y una distribución radial. La segunda es algo mayor que la primera, donde la fuerza del impacto es tan alta que se produce una elevación en el centro del cráter, cuyo mejor ejemplo es el gran cráter existente en Mimas, un satélite de Saturno, dándole una imagen similar a la de la Estrella de la Muerte del Imperio galáctico (te queremos Dart Vader), y que estuvo a punto de destruir el cuerpo rocoso.

Volverán a caer meteoritos. Todos los días acaban en el planeta cerca de 10.000 toneladas de material que engordan nuestro planeta y es posible que por la noche seamos capaces de ver alguna estrella fugaz que nos lo recuerde. Puede que volvamos a ver grandes rocas caer del cielo y que tengamos la fortuna, en nuestra corta vida en el planeta, de ver la creación de algún nuevo cráter, pero eso sí, cuanto más lejos de casa, mejor. Ya habrá tiempo para hacer una visita cuando todo se calme.

 “Esta publicación participa en el X Carnaval de Geología alojado por Biblioteca de Investigaciones