El éxito, la fama, reconocimiento, poder, palabras ansiadas por la mayoría, glorificadas por muchos, ensalzadas por algunos, mitificadas para los utópicos. Palabras por las que la muchos luchas sin conteplación. Los hay quienes prefieren ver lo que sustenta esas palabras grandes en luces de neón, los hay que quieren ver sólo el brillo de las luces, y también los hay que ni siquiera las ven.
Todos estamos dotados de las herramientas necesarias para lograrlo. Cada uno tiene un don o actitudes específicas que le hacen distinto al resto. Si ese don cada quien lo practica disciplinadamente, día tras día, puede lograr éxitos más alla de lo imaginado. La magia que no es tal, lo que mantiene vivo el espíritu de un equipo de alto rendimiento es esa satisfacción de luchar en cada batalla y salir victorioso, uno mismo, y por supuesto el equipo. Ese equipo sin el cual tantas victorias y éxitos no serían posibles.
Un entrenamiento duro, disciplinado, con esfuerzo, sacrificio, dentro de un equipo, hacer nacer brotes de confianza en uno mismo y en los demás, la seguridad y convicción plena de que juntos podemos. Los obstáculos serán más fácil de salvar si tienes una mano amiga que te ayude, las batallas diarias son menores si el equipo está unido, y el objetivo definido.
No cabe duda que con equipos de alto rendimiento es más fácil conseguir líderes que puedan tirar hacia adelante, cuando hay un charco en el camino. Líderes formados en la escuela de un equipo que vive y siente tal espíritu , que no busca protagonistas, ni luces de neón que deslumbren. Busca poder hacer un trabajo lo más perfecto posible y poder celebrarlo en compañía.
Y puesto que la vida es un juego, con reglas más o menos adversas, será más seguro ganar las partidas si hacemos equipos ganadores. Además de aprender, y crecer, nos divertimos. Disfrutamos de la experiencia.