Creando Vidas

Publicado el 01 septiembre 2018 por Carlosgu82

La historia de Marta es la historia de una mujer solitaria, una mujer que debido a los avatares de la vida se ve encerrada en una habitación sin ninguna esperanza de poder ser libre en mucho, mucho tiempo.

Los accidentes de tráfico es lo que tienen, las imprudencias es lo que tiene, el alcohol es lo que tiene, las prisas es lo que tiene y, ya cuando se juntan todos esos “tiene” juntos las consecuencias pueden ser mortales.

Aunque, a veces, como en el caso de Marta, mortales en vida. En reiteradas ocasiones se repite que hubiera preferido fallecer en ese fatídico accidente. Estaba cansada de la vida que le había tocado desde entonces. Llevaba cuatro operaciones a sus espaldas y aún le quedaban dos más, según los médicos, si quería recuperar un poco de movilidad.

Se preguntaba para qué, puesto que no podría tener de nuevo vida normal. Pero la cruz, el lastre más grande que llevaba es que, debido al accidente, cómo se había producido,  y a sus actuales condiciones físicas, la Juez que llevaba el caso de su divorcio había decidido dar la custodia (de forma provisional, eso sí) como dictaba en el auto dictado el mes pasado a su ex marido.

Sabía a la perfección que ese “provisional” se transformaría en definitivo en unos meses, por muchas operaciones que le hicieran jamás volvería a ser la Marta que era. Ganas tenía de pedir, de rogar, de suplicar, que no experimentaran más con su cuerpo. Ella no era un mono de feria para hacer experimentos y había notado mucho antes que ellos, que aquellos medicuchos, que no había absolutamente nada que hacer.

En ese momento tuvo un golpe de calor, así que, empujando poco a poco la silla de ruedas, llegó hasta la ventana y la abrió. Le costaba un poco ver los coches circular, pero era consciente que tenía que hacerse a la idea y no añadir la palabra miedo a su ya de por sí gran desgracia. Pero ella eliminaba su miedo al tránsito de los vehículos con el ir y venir de los peatones. Había ideado una especie de juego que la ayudaba a distraerse y evadirse. Se imaginaba la vida de todas y cada una de las personas que pasaban por la acera, como si fueran los personajes de una novela. Quién sabe, se dijo, a lo mejor algún día…

Vio pasar a un hombre de mediana edad, de estatura media y pelo cano. Calculó que tendría unos cuarenta y pico de años, más o menos. Iba vestido con unos pantalones de pinza color caqui y un polo azul cielo. Para Marta, desde luego, no era la combinación perfecta. ¿Qué vida podría llevar ese hombre? Tenía pinta de tener un nombre clásico; vamos, de llamarse Juan, José, Miguel…Seguramente, se dedicaba a algo relacionado con el mundo empresarial o las finanzas. Por descontado, no había huellas en él que permitieran deducir que se dedicaba a trabajos pesados. Aunque, claro, el estar sentado en una silla, mirando un ordenador, y tecleando durante una larga jornada…puede ser también una gran losa y cansar también.

¿Estaría casado? ¿Tendría novia? ¿Amiga especial? “Bueno, cuidado, que igual todas esas preguntas me las tengo que plantear en masculino”. —Se dijo Marta— Dejémoslo en: ¿tendrá pareja? ¿O quizás es un lobo solitario? ¿A dónde se dirigirá ahora?

De repente, pasó un taxi y el hombre lo llamó, se subió a él y emprendió viaje rumbo a su verdadera vida.

Marta seguía en la ventana pensando, ideando más retazos de la existencia de ese hombre, pero pronto se le pasó. Enseguida aparecieron dos chicas que no tendrían la mayoría de edad, seguro. Marta,  para esas cosas de la edad,  se jactaba de ser bastante buena. Venían hablando y riendo, lo más seguro de algún chico o de la última moda en música o ropa, o del último cantante o actor de moda.

Una de ellas vestía unos tejanos negros, rotos en los bajos, y una blusa larga verde pistacho. Iba calzada con unas bailarinas, y llevaba un collar largo negro y blanco, pendientes, y pulsera a juego. Agarraba una carpeta con la mano derecha, y, en el hombro izquierdo, sostenía una mochila que a ojos de Marta había conocido mejores tiempos.

La otra tenía pinta por su indumentaria, o quizás porque la veía más elegante, de tener un poder adquisitivo bastante más elevado: unos pantalones de pana color crema, una blusa abotonada detrás color rosa palo manga tres cuartos y unos botines con estampado a juego. Llevaba también una carpeta y mochila a cuestas.

“Dos jovencitas saliendo de clase, edad más maravillosa”. —Pensó—.”Quién pudiera volver”.

Las dos muchachas se sentaron en un portal y sacaron un paquete de cigarrillos. “¿Fumarían a escondidas de sus padres?” —Se preguntó, Marta—. A esa edad se hacen muchas cosas que los padres desconocen; aunque luego, con el paso del tiempo, te das cuenta que no es así. A esa edad, tú crees que los padres desconocen; pero, cuidado, saben más de lo que uno piensa.

Se terminaron el cigarrillo, se levantaron y torcieron la esquina, Marta pronto las perdió de vista y se quedó en la ventana,  dudando si esperar a que pasara más gente y seguir analizarla o ir a hacer otra cosa.  ¿Ha hacer qué, Marta?

La calle se quedó vacía, la verdad es que muy poca gente pasaba a esa hora. Tanto el hombre como las muchachas habían sido una excepción. No vivía en un lugar muy céntrico, pero ella lo había querido así y, la verdad, ahora se arrepentía. Si su calle fuera una de más tránsito, seguro que ahora hubiera pasado más gente, más personas a las que ella analizar, más hombres y mujeres a los que ella les crearía una vida, una existencia e incluso les crearía el destino que les espera.

Siempre se decía que cuando volviera, Fátima, la chica que le habían asignado en servicios sociales y que venía una hora por la mañana para asearla, le daría dinero para que le comprara una libreta y un bolígrafo. Anotaría todo lo que se le ocurría en esa ventana, todo lo que imaginaba de esas gentes, y lo usaría el día de mañana.

Decidió apartarse de la ventana e ir a la cocina a por algo de comer. Era casi hora de cenar y el hambre empezaba a pronunciarse. Porque eso sí que no lo había perdido, el apetito, aunque de buen seguro no tardaría en hacerlo. No le faltaban ya muchas cosas por perder; y es que, de momento, no tenía trabajo, no tenía marido, no tenía a sus hijos, estaba postrada en una silla de ruedas…” ¿Qué tengo?” —Se preguntaba Marta muchas veces—. “Que triste, pero, de momento, lo que tengo es crear otras vidas a través de mi muerte. Pero no me rendiré, no tiraré la toalla. Pese a todo y a todos, no pienso sucumbir. —Decía, Marta, en voz alta saboreando un panecillo de queso con lechuga y mayonesa—. No he venido a jugar esta partida, porque nuestra existencia al fin y al cabo es una partida, para que cuando pierdo o las fichas no se mueven por donde quiero, abandonar a la primera de cambio. No señor, no me rendiré, cambiaré de estrategia y seguiré jugando.

FIN