Los medios, dedicados desde hace años a marcar la agenda, a decidir qué se debate y que no, qué se cuenta y que se silencia y a discernir quién es bueno y quien es malo, tendrán ahora que revisar su conducta anticiudadana, antiética y antidemocrática, quizás en busca de una regeneración que la prensa necesita con tanta urgencia como la clase política.
Los ciudadanos norteamericanos, al elegir a Donald Trump, a pesar de que tenía casi el 90 por ciento de los medios en contra, son los que han propiciado esta revolución que, si se consolida, va a transformar la política y el funcionamiento de la democracia, que tendrá que hacerle sitio a la verdad y a la ciudadanía, a los que había excluido y mandado al exilio.
Al no hacer caso a los opinadores profesionales, aliados con un tipo "progre" de ideología que representa el polo opuesto de lo que Trump significa, la mayoría de norteamericanos han condenado la arrogancia de los medios, sus estrechos vínculos con el poder político y financiero y su alejamiento del pueblo y de la democracia.
La victoria de Trump ha despertado en el mundo cierta esperanza entre los que no querían someterse al nuevo orden impulsado por esa alianza terrible y nefasta entre políticos, banqueros y periodistas, creadora de un mundo injusto, desigual, mentiroso, asesino de la democracia y de la verdad y tan implacable que es capaz (hecho real) de desahuciar de su hogar a una anciana de 90 años porque debía al banco 25 centavos de dolar.
En adelante, si los medios quieren rehacerse y recuperar la decencia y credibilidad perdidas, en lugar de dedicarse a mentir, ocultar las verdades que no convienen al poder, a repetir mantras engañosos, a manipular y a decir machaconamente lo que la gente tiene que hacer y pensar, tendrán que recuperar las antiguas misiones que les encomendó la democracia al nacer: informar verazmente a la ciudadanía y fiscalizar, con verdad e información independiente, a los grandes poderes del planeta.
La arrogancia, el error y la traición de los grandes medios han alcanzado extremos insoportables, hasta el punto de que muchos pensadores y analistas de la política y la sociedad les acusaban de haberse convertido en la peor peste del mundo occidental y el sostén y complice de una forma de hacer política que sigue vigente en casi todo el mundo, que consiste en gobernar de espaldas a los deseos y anhelos de los ciudadanos y de trabajar más para beneficiar a los poderosos que al pueblo.
La alianza entre políticos, periodistas y multimillonarios ha degradado la democracia y la ha convertido en un basurero que funciona al margen de los valores y de la soberanía popular. La democracia ya no era "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", sino "el gobierno de los políticos y sus aliados, para ellos mismos y sin el pueblo".
Trump, en su discurso de toma de posesión, ya acuso, claramente y con verdad, a la prensa de mentir con descaro y a los políticos de trabajar para sus propios intereses y nunca para el pueblo.
Las vanguardias más conscientes e informadas del pueblo ya han asumido que la alianza de los periodistas con los poderosos los convierte en ratas y que ya han dejado de ser aliados del bien común y de la democracia.
Los periodistas que participan en las tertulias y opinan se han convertido en ayatolas que esparcen una verdad que presentan como inamovible, aunque muchas veces se trata de mentiras interesadas que siempre benefician al poder. Los periódicos y las cadenas de radio y televisión, con esa política arrogante y alejada del pueblo y de la verdad han conseguido que descienda la audiencia, que la credibilidad que antes tenían los medios se desmorone y que el pueblo coloque a los periodistas al lado de los políticos, como principales culpables de la corrupción, la injusticia y el deterioro ético del mundo que nos han construído.
Algunos medios, por fortuna y conscientes de la podredumbre y servilismo que han alcanzado, empiezan a rectificar y han decidido incrementar las críticas y a revelar secretos que dañan a esos poderosos que, sin vergüenza, dignidad y valores, gobiernan a sus pueblos sin democracia, desde la corrupción, el abuso, la manipulación y la traición.
Ahora tienen la oportunidad de corregir el rumbo, aunque es difícil imaginar que los medios se alejen voluntariamente de esa alianza pervertida con los políticos y los millonarios que les proporciona el dinero que necesitan para vivir en el poder y el lujo, a cambio solo de silencios, mentiras y engaños a la ciudadanía.
Francisco Rubiales