Creció el Flamenco y también el sentimiento de pertenecer a una tierra con grandes valores culturales que había que preservar (El Cabrero 1980)

Por Elcabrero @JoseELCABRERO

La década de los 80 se caracterizó, fundamentalmente, por el auge de los festivales flamencos de verano. Pocos pueblos de más de 2000 habitantes carecían de un festival anual, de mayor o menor envergadura y raro era el alcalde andaluz que no se enorgulleciera de presentar el festival de su pueblo como prioridad en materia de cultura. Algunas cadenas de radio retransmitían cada semana varios festivales y ciertos programas dedicados al flamenco se hicieron tan populares que sus conductores eran ovacionados cuando se subían a presentar alguna de estas noches flamencas.

VII Torre del cante – Más de 6000 personas acudieron a presenciarlo (junio 1980)

Y, sin embargo, fueron los llamados “flamencólogos”, desde sus respectivos medios, quienes iniciarían, pocos años más tarde, la faena de acoso y derribo contra los festivales flamencos. Se lo advertí a Pulpón que entonces aglutinaba el management de todos los flamencos y no le dio importancia: “Señora, éstos de la prensa están enfadados porque no los contratan, como presentadores, todo lo que quieren y porque sus artistas amigos, no son las figuras de los festivales”. (Ilustraremos esta observación en próximas entradas, con artículos de prensa sobre el particular)

I Festival Juan Talega, en Dos Hermanas “El Cabrero sentó cátedra” (junio 1980)

Como la programación la hacían generalmente las peñas flamencas locales, sin intervencionismo de la administración, casi todos los artistas en activo participaban, en mayor o menor medida, en este circuito. Creció el Flamenco y también el sentimiento de pertenecer a una tierra con grandes valores culturales que había que preservar.

Los festivales siempre me han parecido la mejor fórmula de difusión para el flamenco. Por todo lo expuesto y porque, en definitiva, acercaban el flamenco de calidad a todas las comarcas andaluzas fomentando así la cantera en las diversas provincias. Porque propiciaban que los jóvenes valores locales compartieran escenario con los ya consagrados y se dieran a conocer del gran público y porque era en su propia tierra donde el flamenco tenía más posibilidades de desarrollo.

Festival de Cante Grande de Puente Genil (Agosto 1980) Fosforito cantó a su pueblo

Pero, a mi juicio, lo más interesante de este circuito veraniego era que, al ser su festival el reflejo de la personalidad del pueblo organizador se generaba una diversidad de criterios de programación, muy enriquecedora y atractiva para el aficionado y para los artistas en formación. (Parecido formato tenían los festivales malagueños de Alhaurín de la Torre, de Ojén, Guaro y Ronda, por ejemplo, y sin embargo, cada uno podía presumir de tener su propio carácter)

Cartel de 1980 en Barcelona

No hace mucho, Eva la Yerbabuena afirmaba que su vocación surgió al calor de festival de Ogíjares, a donde la llevaban sus padres de niña. Como ella, se puede decir que la mayoría de los artistas de su generación se aficionaron al flamenco gracias a los festivales de sus respectivos pueblos o comarcas y, a mi juicio, esa es una de las grandes aportaciones al futuro del arte jondo que han hecho los festivales veraniegos, hoy especie en extinción.