Créditos Finales

Publicado el 23 octubre 2013 por Cronomelian

De Santispíritus a Las Tunas. De Las Tunas a Bayamo. De Bayamo a Santiago. Llegamos a Santiago a las nueve y media de la noche del día siguiente. Pero gracias al escache en la terminal de “STI SPTU” (es un reto pronunciarlo) pude conversar con algunos de los que me quedaban, o casi todos, me faltaron Mariam, Hayat y Karen, típico en mí que no sé como comportarme cuando hay mujeres bonitas; me faltaron los camagüeyanos (menos Albertico), tan dados a la pandilla, algo genético los conserva en grupo.

Los escaches, el viaje más largo a casa, es a la larga más generoso de lo que creemos, sé que suena engolado, pero es una frase que he escrito recordando el poema inmortal de Kavafis, disculpen. Decía que fue propicio el escache para confirmar que tenemos a un amigo que nos quiere, István Ojeda, que no nos tiró un cabo cualquiera sino uno triste y afectuoso, todo un regalo, conversó, nos compró refrescos de latica, nos tiramos fotos juntos y hubiese podido estar más tiempo, creo que incluso toda la tarde, si no fuese porque su niña tenía cosas más importantes que hacer, jugar, por ejemplo. Los niños siempre han sido rivales importantes.

El cabo de István en las Tunas fue el epílogo de Topes. No quería que nos fuéramos, no quería que llegara la guagua que nos alejara de él, como nosotros también ahí, en medio de la nada, del viaje, tampoco queríamos, en el fondo, regresar. El viaje en general, como concepto quiero decir, tiene algo chulo (esta palabrita me recuerda a Cinthia) ¿no? Uno se siente bien mientras dura, mientras no llega a la VERDAD: la manutención, el trabajo o los trabajos, las ocho horas, etc. Deberíamos ser así, una nación viajera, el Caimán navegando todo el año y sus pasajeros posponiendo la VERDAD. Hay algo razonable en ello, los mejores años nuestros, la infancia, los ochenta que algunos no conocieron, fueron los que no eran de VERDAD. En la VERDAD no hay utopía, por eso ¡viva el viaje! El flaco nos hizo la media durante un rato en el cual no paramos de conversar cosas verdaderamente redondas, triangulares, que encajaban y desencajaban, que eran como juguetes nuevos, o juguetes viejos en perfecta conservación, que pertenecieron a nuestros abuelos pero que aun cumplían su función de hacernos felices y plenos.

Pero era un Topes incompleto, (y aquí se anuncia, me pongo sensiblero, pero es lo que sentía, no es retórica) faltaban la melancolía de Carlos Ernesto, una melancolía a lo Cormac McCarthy, de vaquero asesino, de paisaje baldío; la curiosidad de Disamis, la pasión de Darío a veces lúcida a veces descontrolada (como me he visto a mí en mis peores momentos). A esos dos me gusta observarlos, porque son Chely y yo, la mujer y el hombre, la madre y el padre, el vientre y el pene. Darío empieza a dar ataques ciegos contra todo y contra todos y Albita, impasible, como una cirujana que lo ha visto todo, agarra en el aire todas esas centellas, ratas, borrotones, morrongas, cuchillos, y espirales que salen de la boca de Darío, y como uno de esos magos que hacen figuras de globos tubulares, les da varias vueltas, un nudo por aquí y otro por allá y saca de ellos florecitas, margaritas, jirafitas, plantas de tomate que servirán para comer, o para algo útil, y los planta en un pequeñito jardín que lleva consigo a todas partes, y que solo Darío puede ver, ojo, cuando está lúcido.

Y faltaba Camarero, que esta vez sí que sí me hizo llorar, de hecho creo que a Chely también, bueno se lo acabo de preguntar, efectivamente, ella también estaba en las mismas. Me sentía un poco ridículo allí mirando para otra parte, aguantando la mueca, el temblor en la barbilla ¿se imaginan si me coge el Rodo? porque Camarero se pone al rojo hablando de cualquier cosa, le pone demasiada emoción y si no estás con la mente fría te erizas con él, te exaltas y te arrastra río abajo y terminas abrazado a un poste por una razón tan trivial como: una canción de Sabina. Camarero bendita sea tu intensidad ¡viejo! En Pinar vamos a llorar, un par de tragos previos, junto con Darío y Disamis y todo el que se quiera juntar (menos Rodo que se burlará de nosotros) y la canción de los buenos borrachos y a llorar como magdalenas.

Y faltaban todos, y estábamos escachados, pero Chely y yo estábamos de acuerdo en una cosa, el escache no ensombrecía el encuentro que Mary Romero organizó, el ambiente que logra nuestra guerrillita es bonito, Rodo el jodedor, ya saben, con su debilidad por los rituales urbanos, nada, que nadie es perfecto ¿no?, Camilo el concienzudo; el policía y el asesino, los papelitos, Arnaldo y sus ojos rojos de fumador de anfori, la Betsy y su timidez, me siento a gusto, de veras, medio hippies, medio perdedores, sensibleros, llorones, pasaos por agua, anacrónicos en el peor y mejor sentido. Y ahora bueno, lo que quería decir es que estábamos allí en la Terminal, con un pie dentro y fuera del viaje, retardando el último pedazo de pié que nos quedaba dentro de Topes, de la Cienaga, del Nicho, del Turquino, reteniendo el último gustillo de la magdalena. Tratando de comprender porqué sentía que la habíamos pasado bien, super, como nunca, y por qué al mismo tiempo sentía que habíamos ganado poco, por qué me iba a casa con el morral casi vacío, ¿por qué no estuvimos más tiempo juntos?, ¿por qué fuimos a la disco aquella noche?, ¿por qué no nos quedamos en el castillito hablando (que hasta tenía una chimenea falsa), jugando, jodiendo, acercándonos más? Chiri tenía más razón de lo que creí.

La niña de István comenzó a protestar porque quería irse a casa, István, para estirar la estancia, le propuso que esperara con nosotros mientras buscaba la bicicleta, pero de eso nada, se negó rotundamente, quería irse y punto. Y salieron de la Terminal. A través del cristal los vi alejarse. La espalda de István, la espalda de la niña. Me puse en el lugar de ella y recordé que cuando chamaquile, cuando fui eterno, cuando el porvenir era algo seguro y hermoso, a mí tampoco me interesaban los desconocidos, ni los amigos, y todo me importaba un comino salvo jugar.