Así como el personaje de Rambo me cautivó desde bien pequeño. El de Rocky no fue hasta mi etapa adulta, en un revisionado completo de las cinco entregas, que supe encontrar y disfrutar las virtudes de la saga del púgil. Aunque, la quinta parte sigue sin agradarme del todo.
Tras haber escrito el guión de las cinco partes y dirigir tres de ellas, que conforman la saga entre 1976 y 1990. Stallone resucitó al potro italiano en 2006 bajo el título de Rocky Balboa.
Con esta sexta entrega, el actor y cineasta devolvía la dignidad a la saga, remendando el descosido que hizo John G. Avildsen (director de la obra original) en la quinta parte.
Los acontecimientos de la sexta entrega cerraban el círculo de manera épica. A priori, ya no había lugar a continuación sin repetirse. Diez años han pasado. A veces, el ingenio supera las limitaciones. Aaron Covington y Ryan Coogler (Fruitvale Station) se han sacado un as de la manga para darle continuidad a una saga que parecía agotada. Un guión sólido y que respeta la esencia, a pesar de que, por primera vez, Stallone ni siquiera interviene en el proceso de escritura.
Adonis Johnson es el hijo secreto de Apollo Creed, que falleció antes de que él naciera. Su pasión por el boxeo, lo conduce a Filadelfia a buscar a Rocky y le pide que sea su entrenador. Rocky se niega, pero al ver en Adonis la fuerza y determinación que tenía su enconado rival, finalmente, acepta entrenarle a pesar de estar librando su propio combate contra un rival más letal que cualquiera a los que se enfrentó en el cuadrilátero.
De entrada, el punto de partida telenovelesco puede rechinar. Además, en el primer acto el film titubea y la propuesta parece demasiado soluble en ese momento.
Pero a medida que la película avanza, y el Creed adulto asume su posición, el film va ganando intensidad hasta alcanzar la épica que caracteriza al resto de entregas.
La película se ambienta en una época muy actual, repercutiendo en ciertos aspectos, por ejemplo; las presentaciones de los combates o la banda sonora que contiene temas raperos. Quizás no sea lo más idóneo, pero no desentonan en la puesta en escena. Pero esto sirve para crear un contraste entre un ‘analogico’ Stallone y un ‘digital’ Creed, diferencias de lo más risueñas.
Pero el film no abandona el sello de identidad que caracteriza la saga, esa combinación altamente dramática que siempre termina evocando a la superación, una mezcolanza que envuelve al conjunto hasta el punto de sensibilizar de manera extrema nuestras emociones como espectadores.
La película repite ciertas pautas en las que vemos similitudes con la vida de Rocky en su juventud, no solamente en el ring, también en su vida privada. Y hasta cierto punto podemos considerar Creed como un remake encubierto.
Pero no se puede negar que el guionista Ryan Coogler, que también ha dirigido el film, ha sabido exprimir toda la esencia del personaje original con resultados muy notables.
Ante la imposibilidad de subir a Stallone a un ring a su edad, éste asume el papel de Mickey, el que fuera entrenador de Rocky en la obra original. La mejor elección posible, sin duda.
Y aunque la película se centra en la figura del joven Creed, Stallone tiene una cota de protagonismo en el argumento de carga muy emocional y nos deleita con una interpretación excelente.
Creed es interpretado por Michael B. Jordan (Chronicle) que ofrece una correcta y creíble interpretación como el hijo de Apollo, incluso, se asemeja en rasgos. Su personaje es tan impulsivo y testarudo, que ‘rebota’ contra la sabiduría y profesionalidad de Rocky. Si bien, ello brinda grandes momentos en la película.
Lo que fue John Rambo (2008) para el militar, es Creed para el boxeador. Un Rocky crepuscular que le ha valido la nominación al Oscar a Stallone como actor secundario. Nominación que también consiguió en 1976 como actor principal y guionista, y desgraciadamente no se llevó a casa. Teniendo en cuenta su gran actuación en Creed y que en el 76 no se lo dieron, ya es hora. Tan épica como dramática.