Cuando abandoné el Atlas de tus sentidos (o me abandonó, o nos abandonamos) busqué sumergirme en la persistencia de pensar que había una teleología nuestra que resolvería. El misticismo absurdo del que se queda parado a mitad de camino en vez de seguir caminando. Y bueno, la vida está repletas de elecciones, de desencuentros, de si te he visto no me acuerdo...
Quedan los recuerdos, dos o tres películas memorables que sólo a través de ti pude acceder. Pero sobre todo queda aquí todo lo que no pudo ser, guardado de manera drástica en una bolsa entremedio de la ropa, aros desperdigados y un secador de pelo. Esa cosa etérea y absurdamente pesada me hace latir las paredes, vibrar los vidrios y cuando me agarra desprevenido, con la guardia baja, me inclina es especular, "y si en realidad..." y al fin y al cabo no es más que un producto de la esperanza aún pululando conspiraciones y soluciones mágicas dentro de la caja.
Suelo sonar melodramático, sé que no convengo a los efectos de las convenciones sociales posmodernas, repletos de refresh y de papeleras de reciclaje. Siempre los sueños me vuelan y luego me devuelven estruendosamente. Hasta que el Caballero de la Blanca Luna no me de una paliza suficiente como para asumir la derrota.