El anuncio comienza en lo alto de una azotea, donde el cielo está más cerca y es más fácil soñar. Cruza, de repente, la sombra de un avión: ni siquiera la figura o el más leve soporte de la realidad. Solamente vemos el reflejo, y ese reflejo estimula el deseo y la imaginación de dos niños, que deciden guardarlo en una caja de latón, como si fuera el mejor tesoro de su vida.
Como en “El Principito”, los adultos del spot se ríen de ellos: “¿Qué puede haber en una caja vieja y desvaída?”. Pero, para un alma inocente, el reflejo es tanto como la realidad, y el sueño tanto como la vida. Se trata de su avión. ¡El suyo! Y lo tienen bien custodiado en esa caja…
Su mente despega de la tierra. Sueña con lugares adónde podrían viajar. Y así, hasta que un buen día llega el piloto de la nave y se presenta en el colegio. Realidad y ficción se unen por un momento. Vuelven a la azotea –donde sus sueños aprendieron a volar- y enseñan a los adultos que siempre es posible creer, y amar, y soñar…
Ver para creer, eso dicen. Pero la capacidad de soñar que tiene un niño puede hacer que ame sin interés y que crea sin ver. ¡Cuánto podemos aprender de ellos!
Os lo pido de corazón: No dejéis de soñar…