- Pánfilo de Cesarea y no se hable más. Está hoy en el calendario y esas cosas son sagradas.
- Pero ¿Pánfilo?, madre – le dijo el hijo con la sumisión que le caracterizaba.
- Pánfilo de Cesarea, sí, en la iglesia, en el registro civil y para toda su vida.
Sigo yo, Pánfilo de Cesarea, esta mi historia porque ya he crecido y, a pesar de mi abuela o gracias a ella, se me da bien lo de escribir.En casa, era la dueña de los caudales y la que daba las órdenes. Yo, muy pronto, me vi relegado al lugar de los que obedecían, junto a mis padres.Enseguida fui consciente de las risitas que ocasionaba mi nombre, ya me llamara mi madre, débil y enfermiza: ¡Mipanfi!, mi padre con su potente voz y débil carácter: ¡Pánfilo! O mi abuela, que tanto escatimaba en otras cosas y que no se reprimía nunca al llamarme: ¡Pánfilo de Cesarea!La entrada en la escuela, donde por fin iba a estar con niños de mi edad, me dio la puntilla.
- ¿Su nombre? – me preguntó el profesor.
- Pánfilo – le respondí con un hilo de voz.
- Pan ¿qué? Hable en voz más alta y diga su nombre completo.
- Pánfilo de Cesárea – respondí. Antes de acabar de hablar, las risas, mofas y jolgorio eran generales.
- Siéntese – me respondió. El miedo me había paralizado y no pude evitar mearme los pantalones.
- Vaya, va a tener que traer pañales.
- Si todos se ríen sólo con oír tu nombre ¿por qué te empeñas en ir contracorriente?
- ¿Reír?, pero eso ¿cómo se hace? Si no recuerdo haberme reído nunca.