Pasaron muchas recetas desde aquellas primeras con las que quería recopilar los mejores guisos de mi sabor a infancia y con las que en repetidas ocasiones desafiaba sentimientos encontrados, atrapados y aún sin gestionar en algún lugar dentro de mí. Fui limpiando mi alma y nutriendo mi cuerpo… y entendí poco a poco lo importante y necesario de cuidarse por dentro y por fuera.
El proceso de continuo cambio dura toda la vida. Ahondando en ello ando más que nunca, y por eso he aparcado tanto tiempo esta cita nunca programada, considerando en más de una ocasión abandonar y cerrar una etapa que ya hace tiempo que pasó.
Hoy, vuelvo a sentarme ante mí misma. Silencio. Respiro lento, profundo. Me lleno y me vacío continuamente. El tiempo es infinito porque es presente. Y tengo todo el del mundo, porque nuestro presente ahora está tejido del encierro de todos, en un intento paradójico de luchar conjuntamente desde la individualidad: Más allá del ruido, de las cifras de muertos e infectados, de las culpas asignadas por una mala gestión política, de las consecuencias económicas que todavía se están haciendo un hueco en nuestro imaginario; más allá de la oleada de reacciones humanitarias, de las desobediencias civiles, o de los vídeos reivindicativos por la falta de material sanitario… a mí se me ocurre pensar qué nos está queriendo decir todo esto.
Cuando hace 3 años pasé por el cáncer que me mantuvo casi un año secuestrada de mi actividad habitual, me di cuenta de que a veces la vida te pide que pares y respires, y uno a veces escucha y se da cuenta, pero nunca encuentra el momento de hacerlo, porque siempre hay algo «más importante» y por supuesto «más urgente», que no deja espacio; van pasando los días y las oportunidades de resetear y por fin es ella misma -la vida- la que da un puñetazo virtual frente a ti y te obliga a parar sí o sí.
Eso me pasó a mí. La vida me golpeó y me dejó tumbada en un sofá durante meses. Me di cuenta de que estaba viviendo gran parte de mi vida por inercia, sin ser consciente, y lo peor de todo: sin disfrutarla. Y me di cuenta también de que desgraciadamente no era la única que lo hacía (era un mal común). Entendí que hay que despertar de este letargo. Es imprescindible eliminar todos los estímulos, privarse de todo aquello que creemos tener por derecho propio (que ni valoramos ni agradecemos), para darse cuenta de lo que es realmente importante y necesario. E insisto: no lo valoramos. No, hasta que efectivamente dejamos de tenerlo. ¿Un ejemplo?: La salud.
En aquellos momentos aprendí a agradecer cada día de mi vida, también a agradecer la enfermedad, que me enseñó a ver el mundo de otro modo; aprendí a vivir según fueran ocurriendo las cosas, porque tampoco sabía lo que podía pasar; aprendí a parar, por fin. Aprendí a perder, para luego darme cuenta de que en realidad me estaba ganando a mí misma. Y es que, como decía un jefe que tuve hace años-:
Cuando todo es urgente, ya nada es urgente.
Descubrí que cuando uno pasa por una situación así, y se enfrenta a la posibilidad de NO-SER, o sea a la muerte desnuda y de frente, hay un antes y un después.
Los seres humanos hemos alcanzado un alto nivel de egoísmo individual. En lugar de disfrutar los bienes concedidos por la Naturaleza con respeto, hemos violado los recursos en una explotación masiva sin precedentes, que de seguir así destruirán la Tierra. Nos hemos ido introduciendo en una burbuja de soberbia tal que nos ha aislado de nuetro origen, haciéndonos olvidar el verdadero propósito de nuestra existencia, que es VIVIR. Y para ello, no necesitamos rodearnos de cosas y mirar hacia afuera, sino de personas y sentirlas dentro.
La vida ha asestado otro «golpe de gracia virtual», como sabe hacerlo, en el peor momento: el más inesperado y cuando más desprevenidos podríamos estar. Pero si no es a traición, no surte el mismo efecto. Desde el anonimato de lo que existe pero no podemos detectar por nuestros 5 sentidos, nos ha puesto el mundo boca abajo y le ha sacudido el polvo, sacando lo mejor y lo peor de nosotros mismos, dejando al descubierto lo frágiles que somos y lo mucho que nos necesitamos unos a otros.
Así es la vida, y así es como yo lo entiendo: Tenemos la oportunidad de aprovechar este parón que se nos viene dado (casualmente o no) y más que pensar, sentir. Aprendamos juntos. Solo si muchos de nosotros nos damos cuenta de lo que en realidad está pasando, podremos generar un cambio de consciencia a nivel global, que en mi opinión es justo lo que necesita esta sociedad para sobrevivir a una pandemia sobrevenida por no saber ver más allá de nuestra nariz, por no querer mirar nada más que nuestro ombligo. Y es que -aunque la vista no nos alcance- es solo el virus la parte visible de esta enfermedad. La invisible de verdad, es la ceguera que llevamos encima.
Observa cómo las personas están reaccionando: unas, le dan la vuelta a la situación; sacan lo mejor de sí mismas y comparten con la única intención de mantener el ánimo, aprenden a valorar, a perdonar, a creer en el ser humano. Otras en cambio, se atrincheran en sus casas, atrapados por el miedo, bloqueados por la incertidumbre, y su relación humana más activa se centra en discutir por la última bandeja de pollo del supermercado.
Yo me quedo con el bando de querer aprovechar todo esto, porque sé que tenemos un potencial infinito como especie, si nos mantenemos unidos. Creo que aún hay esperanza para sacar de este encierro una sociedad más libre, más humana, que comparta un mundo mejor. Solo depende de nosotros.
Y es que lo que aprendamos ahora será la base del mundo en el que queramos vivir a partir de ahora.
Te invito a que pienses en ello. Tendrás que elegir qué opción eliges vivir en esta existencia de la dualidad.
GRACIAS a tod@s como siempre por leerme.
Hoy compartiré con vosotros unos creps de trigo sarraceno que se hacen mucho en la cocina Macrobiótica. Son perfectos para los niños, muy fáciles de hacer y se pueden rellenar de lo que queráis, aunque yo os pongo mi sugerencia…
Son como los creps convencionales, pero no llevan harina de trigo y tampoco llevan gluten (porque el trigo sarraceno no tiene gluten), no llevan leche, ni huevos. Y con su relleno a vuestro gusto, pueden ser todo un descubrimiento! Os animo a probarlos, y a hacerlos con los más pequeños, ahora que estamos todos en casa!
Un abrazo todo lo profundo que pueda llegar sin rozarnos.
Receta Tortitas de trigo sarraceno rellenas
Según la forma tradicional
Ingredientes (para 6 tortitas)
1 vaso de harina de trigo sarraceno
1 1/4 vasos de agua
AOVE
Humus casero de alubias blancas (alubias cocidas, pasta de sésamo blanco, zumo de limón, sal marina, AOVE, pimentón rojo, 1/2 ajo)
Hojas frescas de diente de león o de lechuga de temporada en su defecto
Alcaparras
chucrut
Aceitunas negras deshuesadas
Preparación
Preparamos la masa mezclando en un bol la harina de trigo sarraceno y el agua. La pasamos por la batidora o por un minipimer.
Con un papel de cocina mojado en aceite, untamos la sartén y la ponemos al fuego. Cuando esté caliente, bajamos el fuego al mínimo y echamos masa en el centro de la sartén, en cantidad suficiente como para que al repartirla, ocupe todo el fondo de la misma.
Inmediatamente, movemos la sartén para que dicho movimiento reparta la masa por el fondo. La dejamos quieta, sobre el fuego, para que se haga esa cara del crep. Notaremos cómo se va secando porque cambia el color de la masa. Le damos la vuelta ayudándonos de una espátula de madera y con mucho cuidado de no romperlo. Dejamos sobre el fuego y sin tocar, unos minutos, hasta que veamos que está cocida. Sacamos, dejamos sobre un plato y repetimos la operación hasta terminar con la masa, o hasta alcanzar el número de tortitas que queríamos hacer.
Para rellenar, solo hay que ponerle dentro lo que quieras y liarlo o doblarlo como más cómodo te resulte.
El relleno que yo propongo es: untar el crep con hummus. Sobre él, poner las hojas frescas, chucrut, alcaparras y aceitunas negras deshuesadas. Liarlo y… al ataqueeeee!!!
Nota: El hummus de alubias podría sustituirse por hummus de garbanzos