La península de Crimea es un enclave geopolítico por el que a lo largo de la historia se han enfrentado numerosas naciones e imperios: el control del mar Negro es un activo fundamental si se quiere dominar Europa del Este, el Cáucaso y la península de Anatolia. Sin embargo, no solo el factor estratégico es el que dicta la pugna por esta tierra. Cuestiones relacionadas con el pasado nacional, la etnia o las motivaciones religiosas han jugado también un papel importante en el devenir de Crimea.
No sería hasta hace solo unos años, en 2014, cuando su situación diera un revés drástico. Al calor de las protestas del Euromaidán en Ucrania, la península fue invadida por Rusia y posteriormente anexionada ante la impotencia del Gobierno de Kiev y del resto de la comunidad internacional. Vladímir Putin ha construido todo un entramado narrativo para justificar esta vulneración de la legalidad internacional basándose en una interesada reinterpretación de la historia crimeana. Así, todo apunta a que el presidente ruso, que está invirtiendo una ingente cantidad de esfuerzo y dinero en la zona, no va a deshacerse fácilmente de este valioso enclave.
Para ampliar: Crimea, The Last Crusade, Orlando Figes, 2010
Expansionismo ruso
La historia de Crimea —y en general la de Ucrania— está estrechamente vinculada a la de Rusia. En 1783, después de independizarse del Imperio otomano bajo el nombre de Kanato de Crimea, es conquistada por vez primera por la Rusia imperial de Catalina “la Grande”. Crimea servirá en un primer momento como destino vacacional de las élites imperiales a lo largo del siglo XIX y, más importante, será el lugar donde se asiente la base naval rusa de Sebastopol, un emplazamiento portuario clave para el Imperio ruso a nivel comercial y militar.
El expansionismo ruso no pasó desapercibido al resto de potencias europeas, que a lo largo del siglo XIX observaban con recelo cómo las fronteras imperiales se iban aproximando cada vez más al oeste. Es así como en 1853 estallará la guerra que sería bautizada con el nombre de la misma península: la guerra de Crimea (1853-1856), pues será esta la zona donde se desarrollen gran parte de los enfrentamientos. La contienda, de dimensiones internacionales, implicaría a numerosos actores en ambos bandos: por un lado, Francia, Inglaterra y el reino de Piamonte-Cerdeña se aliaron para hacer frente a Rusia con el objetivo de frenar su avance por Europa. También se les sumó el Imperio otomano, motivado por el revanchismo y por su estado decadente, con la esperanza de poder recuperar algunos de los territorios que había perdido frente a los rusos. Por otro lado, se encontró la Rusia del zar Nicolás I, que aparte incorporó a su bando los territorios de los que luego surgirían Rumanía, Bulgaria y Serbia, así como el Reino de Grecia.
Las fronteras de esta guerra traspasaron los límites de la península: los rusos se refieren a esta como ‘guerra del Este’ (Vostochnaia voina). El número de pérdidas, las nuevas tácticas militares y el armamento empleado la constituyeron como la primera guerra moderna. El célebre escritor ruso León Tolstói —que fue oficial en hasta tres de sus frentes— dedicó su obra Relatos de Sebastopol (1855) a hablar de uno de los episodios que marcaron la guerra, el asedio de Sebastopol. El transcurso de la guerra decantó la balanza a favor del bando turco-occidental y el 2 de abril de 1856 se dispararon los cañones por última vez en Crimea. El Tratado de París, que puso fin al conflicto, estableció una serie de sanciones a la Rusia zarista entre las cuales estaba la desmilitarización del mar Negro y el abandono de la base de Sebastopol.
No obstante, la presencia rusa nunca terminó de extinguirse en Ucrania y tampoco en Crimea. El final del siglo XIX traería el desarrollo industrial a Ucrania fomentado por el capital ruso. Es en este momento cuando empiezan a crecer las industrias extractivistas de carbón en la región del Donbás o las canteras en la península de Crimea, dado que Ucrania siempre ha sido una tierra rica en minerales y de suelo muy fértil. Fruto de esa íntima relación, la población de Crimea tiene un origen multiétnico. La mayoría es de origen ruso (más del 65% en 2014), pero también hay una importante población que se identifica como ucraniana y una pequeña minoría de tártaros de Crimea. La presencia de estos se remonta a los tiempos del Kanato de Crimea en el siglo XVIII, pero su número se redujo enormemente cuando Stalin decidió deportarlos a Asia Central acusándolos de cooperar con el nazismo.
Con el estallido de la revolución bolchevique en 1917, Ucrania cae dentro de la órbita soviética. Crimea será de los últimos bastiones de los que será expulsado el Ejército Blanco, bando que apoyaba al zar Nicolás II durante la guerra civil rusa. Una vez conquistada por el Ejército Rojo, su estatus pasará a ser el de república autónoma dentro de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia dentro de la URSS. Pero entre 1941 y 1942 volverá a cambiar de manos: esta vez será la Alemania nazi la que, motivada por las reservas de crudo del mar Caspio y, una vez más, por el control del mar Negro, se hará dueña de la península. La base naval de Sebastopol sería el último puesto soviético en caer y el sitio duraría hasta 1944, cuando la península fue recuperada por los soviéticos. En 1954, Nikita Kruschev —entonces presidente del Politburó soviético— regaló la península de Crimea a la República Socialista Soviética de Ucrania, que desde entonces la ha considerado parte de su territorio.
Para ampliar: History of Ukraine, N. N. Savchenko, 2011
La revolución del Euromaidán y la anexión rusa
60 años más tarde de la cesión de Crimea por Kruschev, en 2014, la historia iba a ser otra vez testigo de un nuevo capítulo del expansionismo ruso. Todo empieza con las protestas del Euromaidán en la ciudad de Kiev. El entonces presidente ucraniano, Víktor Yanukóvich, había rechazado el acuerdo de asociación con la Unión Europea que se había venido negociado. El acuerdo implicaba la entrada de empresas europeas en el mercado ucraniano, mucho más competitivas que las nacionales, la eliminación de aranceles y un rescate del FMI. Sin embargo, este acuerdo representaba un importante acercamiento a los estándares jurídicos europeos, ayudando así a reducir el escollo de la corrupción.
Cuando Yanukóvich declina el acuerdo y vuelve la cabeza hacia Rusia, el pueblo ucraniano sale a la calle en señal de protesta. En un comienzo, las manifestaciones estarán encabezadas por estudiantes y ciudadanos de clase media, de corte pacífico en todo momento. No obstante, en los meses posteriores y debido a la muerte de varios manifestantes y berkut (antidisturbios), el movimiento tendió a radicalizarse y a emplear la violencia. Grupos de hombres armados, muchos de ellos portadores de simbología filonazi, se enfrentaron durante meses con los berkut hasta obligar al presidente Yanukóvich a huir del país en febrero de 2014, para posteriormente tomar el parlamento ucraniano, la Rada.
Ante la posibilidad de que el nuevo Gobierno ucraniano se alejara de la influencia de Moscú, Putin decidirá hacerse con el control de la península de Crimea. Desde el principio de esta campaña, se valdrá de una estrategia de guerra híbrida, evitando el enfrentamiento directo entre las tropas de los dos países. La primera fase tendrá como objetivo sitiar la península utilizando proxies del Kremlin como la banda de moteros Night Wolves, así como soldados rusos sin distintivo nacional. Estos, que serán bautizados como los “hombrecillos verdes”, se adentrarán en la península tomando los principales enclaves: el aeropuerto de la capital en Simferópol, el cuartel y la base naval de Sebastopol. Estos hombres negaron en todo momento su vinculación con Rusia, argumentando que, ante la amenaza de los nacionalistas ucranianos, formaban parte de unas milicias locales de autodefensa y desde Moscú, Putin se apresuró a decir que no había soldados rusos en Crimea.
Acto seguido, el Consejo de Crimea, el órgano de mayor autoridad de la región, destituye al primer ministro crimeo, Anatoli Maguilov, que pertenecía al partido de Yanukóvich pero que se había comprometido con mantener la autonomía dentro de Ucrania. Maguilov sería sustituido por Serguéi Aksiónov, un hombre de negocios afín al Kremlin y relacionado con el crimen organizado. Este proceso estaría lleno de irregularidades: únicamente la Rada ucraniana de Kiev puede designar al primer ministro de Crimea. Además, a Maguilov no se le permitió asistir al proceso, y al menos uno de los parlamentarios declaró no estar presente durante la elección aunque se contara el voto a su nombre.
Con Aksiónov al mando, se convocó el referéndum del 16 de marzo por el cual los crimeos iban a decidir si deseaban seguir formando parte de Ucrania o, por el contrario, si iban a anexionarse a Rusia. La jornada tampoco estaría exenta de controversia: mientras que no hubo apenas observadores cualificados, figuras provenientes de la ultraderecha europea como el francés Aymeric Chauprade estuvieron presentes. No es de extrañar si se tiene en cuenta los lazos económicos que unen al Frente Nacional francés con Putin. En la misma línea, se volvieron a denunciar irregularidades en el voto, poniendo trabas a la población tártara para votar, así como una fuerte presencia de personal ruso armado.
Finalmente, el resultado fue favorable a la anexión y Crimea se convirtió de facto en un territorio más de la Federación Rusa. El marco legal en el que se sostuvo el proceso fue inexistente. A nivel nacional, la Constitución ucraniana prohíbe la secesión a no ser que el referéndum se realice en la totalidad del país. En el ámbito del derecho internacional, aunque la autodeterminación es un principio respetado, se refiere principalmente a casos de dominación colonial donde se vulneran los derechos humanos. Si bien la independencia es vista en muchos casos como legítima, al estar Crimea bajo ocupación rusa realmente cabría hablar más de una anexión al país invasor.
La reacción internacional no se hizo esperar. El Consejo de Seguridad de la ONU se reunió el mismo día 16 para tratar el asunto. 13 de los 15 países respaldaron una resolución condenando el referéndum, mientras que China se abstuvo y Rusia vetó el documento. Ambos países suelen ir a la par dentro de este organismo, y la decisión de China de abstenerse se explica debido a sus problemas particulares relacionados con la integridad territorial, en concreto las tentativas independentistas de territorios como Taiwán, Tíbet o Sinkiang. Igualmente, el 17 de marzo el Consejo de Asuntos Exteriores de la UE se reunió para condenar el referéndum, aclarando que no reconocería su resultado. Más tarde, la UE impondría sanciones económicas y de limitación de los intercambios comerciales con Rusia y Crimea. En cambio, junto a Rusia se alinearon Armenia, Corea del Norte, Nicaragua o Venezuela, justificando la anexión del mismo modo que Putin: en términos de antiexpansionismo estadounidense y europeo.
Crimea en la actualidad
La batalla por el control de Crimea se ha librado, por descontado, en el plano militar, pero desde el Kremlin se ha puesto especial énfasis en el plano ideológico. Putin ha enmarcado la anexión de la península dentro del paradigma del eurasianismo, la doctrina que propugna una recuperación de los territorios que antaño pertenecían a la Rusia zarista o a la URSS. Esta teoría, una vuelta de tuerca al expansionismo ruso adaptado al siglo XXI, le ha servido a Putin como sustrato ideológico para justificar la invasión de Crimea. Días después del referéndum, el presidente ruso se dirigió a su país en un mitin multitudinario refiriéndose a la anexión como “la restauración de una parte del imperio histórico ruso”.
A día de hoy, Putin no da señal alguna de querer deshacer su controvertida jugada, que en su momento le granjeó una importante subida en sus índices de popularidad. No en vano le sobran razones para no hacerlo, incluido el valor simbólico y militar de la península y de la base naval de Sebastopol. Aunque algunos la describen como “el mayor museo naval del mundo”, por el acusado abandono de la flota allí varada, su importancia estratégica es significativa, dado que es la sede de su flota del mar Negro y sirve como muro de contención frente a las costas de Rumanía, Bulgaria y Turquía, todos ellos miembros de la OTAN.
Segundo, a Rusia le conviene conservar la península por la construcción del puente del estrecho de Kerch, un megaproyecto de ingeniería que ostenta el título de ser el puente más largo de Europa. Esta construcción, patrocinada por el Gobierno ruso e inaugurada por el propio Putin en 2018, viene a resolver en parte uno de los grandes problemas de la anexión: abastecer Crimea por tierra. Del mismo modo, supone un importante impulso para el comercio de la península y para la entrada de personas, muchos de ellos oficiales rusos que están comprando viviendas de lujo para instalarse allí con sus familias. Además, el puente bloquea la entrada al mar de Azov, una ruta de tránsito importante para embarcaciones ucranianas y que da acceso a los puertos industriales exportadores del este de Ucrania, lo que ha generado ya situaciones de crisis entre los dos países. Rusia también ha destinado grandes partidas presupuestarias al aeropuerto de Simferópol para construir una nueva terminal que reciba vuelos de la aerolínea Nordwind Airlines desde Moscú.
Por último, cabe destacar la importancia que tiene la posibilidad de explotar el rico fondo marino del mar Negro. Rusia se ha hecho con el control de la petrolera Chornomornaftogaz, subsidiaria de la estatal ucraniana Naftogaz en la península. Una vez que Chornomornaftogaz fue incorporada a Gazprom, el gigante gasístico ruso, se instalaron dos plataformas de perforación en las aguas del mar Negro. Este movimiento por parte del Kremlin formaría parte de la lógica geopolítica eurasianista: un aprovisionamiento en materias energéticas, distanciarse poco a poco del mercado europeo y acercarse más a China mediante acuerdos comerciales con alto valor estratégico.
Para ampliar: “China: el sueño americano de Rusia”, Adrián Albiac en El Orden Mundial, 2015
¿Qué futuro hay para Crimea?
No parece que Crimea vaya a cambiar de manos en el corto o medio plazo. La inversión que el Kremlin destina a infraestructuras en la península está acrecentando todavía más el valor que, ya de por sí, tenía Crimea para los rusos.
Tampoco parece que la llegada al poder del nuevo presidente de Ucrania, el cómico Volodímir Zelenski, vaya a cambiar el escenario actual. Aunque en un primer momento Zelenski haya supuesto una moderada amenaza para Putin, el nuevo presidente está dispuesto a dialogar con Rusia. Su defensa de la Fórmula Steinmeier (por Frank-Walter Steinmeier, presidente de Alemania, que la propuso en 2016 cuando era ministro de Exteriores) para poner fin a la guerra, que pasa por celebrar elecciones locales en el Donbás y la concesión de un status de autonomía a la región, coloca a Rusia en una posición ventajosa. Esta fórmula no incluye ningún plan para Crimea y Zelenski ya ha concluido que no se podrá hacer nada para recuperarla, sobre todo sin el apoyo internacional.
Una única puerta quedaría entreabierta: la posibilidad de que tome cartas en el asunto Ígor Kolomoiski, el magnate ucraniano que presuntamente se encuentra detrás del éxito electoral de Zelenski y que ha vuelto al país con la victoria de su protegido. Kolomoiski es el fundador de fuerzas paramilitares proucranianas, como el Batallón Azov, que siguen todavía en activo en el este de Ucrania, y puede que todavía le guarden lealtad. Si Kolomoiski volviera a ganar influencia en la política ucraniana hay posibilidades de que el conflicto en el este y Crimea pueda volver a recrudecerse. No obstante, teniendo en cuenta el poderío militar ruso y la eventual firma de los acuerdos de paz arriba mencionados, parece que en Crimea ondeará la bandera rusa durante un largo tiempo.
Para ampliar:“Volodímir Zelenski: de la televisión a la presidencia de Ucrania”, Arsenio Cuenca en El Orden Mundial, 2019
Crimea, una península por la que se enfrentan imperios fue publicado en El Orden Mundial - EOM.