Hasta hace poco existía la Sociedad Internacional de Criptozoología (ISC, siglas en inglés). Nacida en 1982 suponía la máxima autoridad en asuntos de índole criptozoológico, hasta que la iniciativa naufragó en 1998 asfixiada económicamente. A pesar de ello nos sirve perfectamente para el asunto que tenemos entre manos.
No es la única sociedad fundada cuya temática es la temática objeto de la entrada. Existe una sociedad italiana, estadounidense, belga y francesa. Hasta tuvimos una socieda española con sede en Valencia. Un rasgo común a todas ellas es la constitución de un escudo o insignia que la represente. La imagen superior corresponde al del Gruppo Criptozoología Italia. En él se ve uno de los mayores éxitos criptozoológicos: el okapi (Okapia johnstoni). No hallado hasta 1901 en las selvas de la República Democrática del Congo, esta pariente de la jirafa es el icono por excelencia de los hallazgos faunísticos. Y no es el único éxito de la criptozoología, tenemos al celacanto (Latimeria chalumnae, hallado en 1939), el gorila de montaña (Gorilla beringei, en 1903) o el tapir andino (Tapirus pinchaque, en 1829).
Solo hay una pega. E importante. Todos los ejemplos enunciados en el párrafo anterior fueron todos descritos, como mínimo, unos 50 años antes de la fundación de la disciplina criptozoológica. Es decir NO son éxitos logrados por la criptozoología. Algo que continúa en la actualidad, las últimas especies descritas por la ciencia, eso sí siempre y cuando sean de un tamaño apreciable, son “secuestradas”, mostradas y usadas por muchos criptozoologos para corroborar sus creencias. Por ejemplo el celacanto indonesio (L. menadoensis, en 1998) o el kipunji (Rungwecebus kipunji, en 2004). Curiosamente a pesar de que de este último corrían testimonios de nativos del monte Rungwe (Tanzania) ningún criptozoologo se ocupé del asunto. Tampoco se les ha visto el pelo en el hallazgo de la mangosta marrón de Durrell (Salanoia durrellii), y eso que se hablaba de la existencia de un carnívoro de vida anfibia en las riberas del malgache lago de Alaotra. Es comprensible, son seres para nada mediáticos. Los criptozoologos sólo se interesan en especies realmente grandes o, en su defecto, espectaculares o con características sobrenaturales.
Cierto es, y sería poco honrado no mencionarlo, que hay un hallazgo de la ciencia ordinaria que ha permitido
Ebu gogo (Homo floresiensis)
confirmar una hipótesis criptozoológica. Bernard Heuvelmans propuso una curiosa explicación a los informes sobre el diminuto hombre-mono selvático de Borneo, el orang pendek. Bastante imaginativa por cierto, y considerada absurda en su momento. Éstos tendrían su origen en Homo erectus que al adaptarse a las condiciones isleñas sufrieron del fenómeno conocido como enanismo insular, por el cual las especies de cierto tamaño disminuyen su tamaño corporal con objeto de reducir sus necesidades energéticas en un ambiente de escasez de recursos. Varios años después se describió una nueva especie humana en una isla del archipiélago indonesio, Flores. El más que famoso y controvertido* hobbit u hombre de Flores (H. floresiensis). En dicha isla los lugareños hablaban de un pequeño homínido viviendo en las selvas de Flores conocido como ebu gogo, algo así como “la abuela que come de todo”. Nuevamente ningún criptozoólogo está detrás del hallazgo, únicamente Henry Gee, editor de Nature, relacionó esta nueva especie humana con el críptido. Es más, antes de 2004 no existía ninguna referencia al ebu gogo, solo se hablaba de orang pendek, del que no existe ninguna clase de indicio que confirme su existencia. Curiosamente en los últimos años han aparecido cientos de hombres-mono enanos en el archipiélago indonesio y península malaya: batutut (Vietnam), sedapa, uhang pandak, umang, sidaba, orang letjo,… y los que quedan por aparecer. Ahora bien, es muy probable que la leyenda del ebu gogo se transmitiera entre las diferentes tribus del archipiélago mediante historias orales. A raíz de estas historias cada tribu adaptaría la historia a su propia isla.
Ebu gogo no es único críptido, mejor dicho ex-críptido, que a resultado ser real. Por Zimbabwe se hablaba del nsui-fisi (guepardo-hiena) o guepardo rey, cuya existencia no fue confirmada hasta 1926. Se trataba de un tipo de guepardo más macizo y con un complicado dibujo del pelaje muy distinto al moteado del común. No sin controversia y nunca plenamente aceptado por la comunidad científica se le consideróa una nueva especie, Acinonyx rex, hasta 1981, cuando nació un guepardo rey en el De Wildt Cheetah and Wildlife Center en Sudáfrica a partir de padres normales. A si pues resultó ser simplemente una mutación provocada por un gen recesivo, lo que explicaría los poquísimos avistamientos de guepardo real registrados. Nuevamente este caso, a pesar de haberse confirmado su realidad, no es un éxito de la criptozoología, pues fue anterior a su creación. ¿Es que no hay ni un solo caso de logro criptozoológico? ¿ningún criptozoólogo ha descubierto y descrito un críptido? la respuesta, aunque parezca mentira, es afirmativa.
Guepardo rey. Foto realizada por Cheetah Princess.
Y este caso nos lleva al noroeste mejicano. Conocido en la actualidad como onza, un vocablo lusohispano de múltiples acepciones, desde unidades de medida hasta varias especies de felinos, y como cuitzamitli por los aztecas, un término mucho más descriptivo ya que significa algo así como “puma-lobo”. Descriptivo por que ese nombre proviene de su extraña apariencia. Se trataría de un extraño felino de gran tamaño con orejas puntiagudas, abdomen hundido y extremidades más largas que las de un puma (Puma concolor) convencional. Los primeros informes sobre este animal datan de los tiempos de la conquista española de México. Se dice que el propio Moztecuma poseía en su zoo de un ejemplar de onza. La imaginación rápidamente se desbocó sugiriéndose que bajo este nombre se cobijaran los últimos ejemplares de guepardos americano (Miracinonyx trumani). Pero, finalmente, la solución resultó ser mucho más prosaica.
Ejemplar de onza abatida en 1986 en el estado mejicano de Sinaloa.
En 1938 y, posteriormente, en 1986 fueron abatidos dos ejemplares de onza. Desgraciamente el primer ejemplar desapareció, mientras que el segundo fue estudiado en 1990 por técnicos de la Texas Tech University, entre los que se encontraba el desaparecido J. Richard Greenwell, antiguo secretario de la Sociedad Internacional de Criptozoología. El análisis genético del animal desveló que no era nada más que un puma normal con un aspecto sumamente raro. Ni siquiera parece poder segregarse como una subespecie de este felino, ni tampoco ser un híbrido. Ahora bien no está claro de si se trata de alguna mutación similar a del guepardo rey. Sería necesario realizar un estudio más exhaustivo del asunto para saberlo. Entrando ya en la especulación gratuita al dejar volar la imaginación, ya que no tengo nada mejor que hacer, podría tratarse de una especie diferente de felino, cuya única diferencia respecto al puma fuera de comportamiento o de estilo de vida. Lo cierto es que esto es muy poco probable pues la población de este maravilloso carnívoro, por la información disponible en internet, es muy baja en la zona.
En cincuenta años de existencia de la criptozoología se han hallado muchas especies nuevas, incluso de gran tamaño. Asimismo una cantidad grande de ellas podrían haberse catalogado como críptidos, pues eran conocidas por la población local y no por la ciencia occidental, como el caso del saolá (Pseudoryx nghetinhensis). De todas ellas solo una, la onza, era buscada por los criptozoólogos. Conclusión: la criptozoología no vale para nada. Esta gente se ha centrado en buscar supuestos plesiosaurios mesozoicos viviendo en fríos lagos del Hemisferio Norte o homínidos en imprenetables selvas ecuatoriales o bosques de coníferas de la costa oeste norteamericana. Esto mientras biólogos realizaban los hallazgos que se suponen deberían haber hecho ellos. Pero seamos benevolentes, y consideremos a la criptozoología como una disciplina científica. ¿Para qué? Al fin y al cabo, ya tenemos a la biología y sus diversas ramas. Conclusión: la criptozoología no tiene razón de ser. Pero claro, aquí el culpable es la ciencia tradicional y su estrechez de miras.
* El caso de H. floresiensis es el claro ejemplo de los residuos antropocéntricos que aun imperan en la comunidad científica. Claramente es una especie humana con enanismo insular, pero aun así muchos científicos pusieron en cuestión su validez. Si hubiera sido cualquier otro tipo de animal sin duda no se habría levantado tantas ampollas.