Hay días que se vienen abajo de la noche a la mañana cuando por pura lógica deberían venirse arriba. ¡BUM! ¡Qué ruido hacen las ilusiones al derrumbarse! La última catástrofe ha tenido lugar en un enorme país tachado de cuna de las libertades. A costa de tachar las de otros. Un eco interminable. Un estruendo que perdurará en nuestras inestables almas. El epicentro es un señor paranoico. Un epiléptico en el cuarto de los misiles. Versión yanqui de las 5 Des: “Donde dije Digo, Digo Diego”. El botón rojo se ha puesto pálido solo de pensar que clase de dedo puede apretarlo. Con torpeza.
El terrorismo ideológico es una mariposa inversa. Sus efectos se desencadenan tras la manipulación y la mentira. En campaña exhibe unas preciosas alas y al acabar se convierte en crisálida horrenda. Un muyahidín envuelto en barras y estrellas que sueña con hormigón y desprecia a las hormigas. No hay gobierno que declare zona catastrófica aunque se pierda toda la cosecha de FE. Mientras la de ellos sea otra FE bien distinta y se mantenga a salvo. ¡Trump!, otro batacazo, tan gordo que hasta las onomatopeyas se han desconfigurado.