Aquel “lunes negro”, Lehman Brothers se declaraba insolvente tras reconocer pérdidas superiores a 2.700 millones de euros por sus negocios con créditos inmobiliarios de alto riesgo (las famosas hipotecas subprime). Tras él, fueron cayendo otros especuladores comprometidos con los mismos productos hipotecarios, que se vendieron a inversores y bancos de todo el mundo. Merrill Lynch, otro gran banco de inversiones, acabaría siendo vendido al Bank of América al no poder hacer frente a sus deudas y AIG, un gigante de los seguros y las inversiones, precisaría de un préstamo puente de la Reserva Federal(FED) para evitar su quiebra, en lo que sería la intervención económica más importante de la FEDen su historia. Al poco, cual fichas de dominó, comenzaron a caer decenas de entidades bancarias y financieras, entre las que destaca Washington Mutual, Freddie Mac, Fannie May, IndyMac, First National Bank of Nevada, First Heritage Bank, etc.
Las bolsas del mundo entero se hundieron y los problemas de liquidez hicieron cerrar el grifo de los bancos, haciendo acumular las pérdidas por la titulación de unos activos de deuda de imposible cobro. El método al que estos inversores se apuntaron para ganar mucho dinero de forma rápida, como todo negocio de estructura piramidal, funcionó bien al principio pero acabó derrumbándose y comprometiendo la solvencia de muchos países occidentales. Los gobiernos se vieron en la necesidad de salir al rescate del sistema financiero ante el miedo de que un colapso del mismo pudiera afectar gravemente a la actividad económica, como de hecho ha ocurrido.
La inicial “avaricia” que provocó la crisis, por culpa de una banca tradicional dedicada a las inversiones de alto riesgo, no se ha corregido definitivamente, simplemente se ha “ralentizado”, dando lugar a una tendencia de concentración que ha engordado aún más a los poderosos agentes financieros. Lo que era una “debilidad” –fallar en las inversiones y tener que “apechugar” de ello- se ha convertido en “fortaleza”, al contar con el auxilio de gobiernos que priorizan el rescate financiero al de los ciudadanos, a los que prefieren empobrecer. Así, mientras instan recortar gasto social y controlar toda inversión pública no rentable, esos “mercados” exigen la desregulación de su actividad y mantenerse al margen de cualquier control o supervisión gubernamental. Aún hoy, el G20 (grupo de países industrializados y emergentes) sigue debatiendo medidas para controlar las actividades del sistema financiero sin acordar ninguna que sea eficaz. De ahí que nadie descarte la posibilidad de que se repitan los errores –y las avaricias- del pasado que provocaron una crisis que todavía colea. Y es que, más que una crisis económica, lo que hemos sufrido es una plaga ocasionada por la avaricia de unos especuladores sin escrúpulos.