“Tranquila que ya me voy, señora, tranquila que me voy ahora mismo”.
Fado Alejandrino, António Lobo Antunes
Trabajar en la azotea tenía cierto encanto. Levantarse de la silla y bajar a las aulas tenía mucho encanto. Cruzar por los pasillos y saludar a los chicos y las chicas, agobiados por las clases, ilusionados con sus proyectos, tristes con sus notas, felices con sus aprendizajes o atemorizados por los apercibimientos. Eso tenía un valor que no puedo calcular. Notar que tu presencia allí aportaba algo al aprendizaje (suyo y mío) tenía mucho encanto.
Y el día que te dicen como en ese Reality Show, “coge tus cosas y vete”, “no vengas más”,
Luego, en la soledad privada de la intimidad, uno recibe mensajes [muchos]. Y en uno de ellos, como un boomerang que lanzó una vez en las clases, aquella pregunta: “¿hemos aprendido algo?”
Y tengo la respuesta: Vaya que sí. Vaya que sí he aprendido.
(Gracias a los que han sido mis alumnos, a mis compañeros profesores, gracias a mis compañeros de administración universitaria y como no gracias al personal de operaciones y de limpieza de mi antiguo trabajo, sin ellos, sin lo que he aprendido de ellos, hoy esto sería una gran crisis, y resulta que creo que es una gran oportunidad) [Le pese a quien le pese].