Ella descubrió un día que no solo se moría en el plano físico. No se lo dijo nadie. Solo sintió un crujido y una tristeza enorme. Y, mientras arrojaba botellas para liberar su rabia, su fracaso; en vez de gritar, le habló así al viento,
No tengo más ilusiones que las que dejé por el camino de la esperanza. Mis sueños, que antes eran nítidos, ahora son en blanco y negro y, a veces, borrosos. He mendigado amor y me he arrastrado por el camino de la desesperación. He arrojado recuerdos por el balcón, vomitado caricias y he roto el cristal del prisma multicolor de mis alegrías.
No soy poeta porque no puedo dar forma métrica ni a la alegría ni a la tristeza. Lo soy solo porque puedo guardar mis sentimientos para revivirlos como si fuese la primera vez, el primer día, el primer instante.
Y tan sincero manifiesto, encontró respuesta:
- Eso no es ser poeta, – me grita mi intelecto-.
– No le hagas caso, – le responde el alma- .
– Repetir el sufrimiento es como morir mil veces. Es inhumano. No podrás resistir mucho tiempo así. -Aconseja la razón-.
-Pero, también pueden revivirse las alegrías, los tiempos pasados que fueron buenos, las caricias que quedaron un día tatuadas en la piel. – Dijo el sentimiento-.
– No te dejes engañar, – insistió el intelecto-, no creas a aquel que dice no ponerte red para que te levantes con más fuerza de la caída. Quien no secó tus lágrimas, que no comparta tu alegría.