Es cierto. Tras el velo azul,
la pesadilla. Tras la embriaguez
que consumaron los amantes, la
traición o el abandono. Grises también,
querido Fausto, se revelan las hojas
del árbol de la vida. En ocasiones,
arde un frío inmaculado que en el
cuerpo inspira el sabor rígido
de la inmutable gelidez. El decorado
de la vida muestra sus diseños
de artificio. Concluye la canción.
LA danza paraliza. Los apóstoles
de la razón te diagnostican: el delirio
te invadió, y ahora cede.
Te despiertan epigramas y sentencias
donde el yo se crucifica. Ya no sabes
si es mejor abandonarte a un nuevo
brote de pasión, que prefigure
la derrota. El santuario
está vacío. Las lámparas
de antiguas maravillas amortiguan
su fulgor, hasta extinguirse.
Tal vez allí, cristalizado,
se congele el corazón hasta apretarse
como blanco latido. No te
importe, entonces, descender,
desoyendo la advertencia de los
médicos del alma. Nieva
en la consciencia de no ser lo que,
entonces, deseaste. Mira cómo son miríadas
de cristales los que pautan el
espacio, junto a ti, compartiendo
en la caída esa unión de gravedad
y ligereza, hasta forjar la blanca
superficie, que otros pasos huellan,
aman y culminan.
Vicente Cervera