Cristianos, buscad la Belleza

Por Rodrigojocilesferrer @jocilesferrer

Examinadlo todo cuidadosamente, retened lo bueno (Tesalonicenses 5:21)

Amigos, creo que hace un tiempo os prometí relataros si volvía a tener alguna experiencia mística o cercana a la plena iluminación.

Hace pocos días asistí a la misa funeral por el padre de una amiga en una parroquia de Madrid. Mi mujer querría haber ido, pero uno de los dos debía quedarse con los niños y decidimos que fuera ella.

El ir solo, me permitió poder concentrarme en el evento, atender a todos los detalles y dejar la mente en blanco por si Dios quería hablarme. Cuando voy a la iglesia con mis hijos es imposible hacerlo por motivos que imaginareis.

El enclave me pareció precioso, neogótico en el exterior, lo había visto muchas veces desde fuera, pero nunca había entrado. La nave central, retablo y capillas laterales también en ese estilo, con fondo de piedra claro, muy luminoso y una decoración rica pero tampoco recargada. Presidía el retablo La Virgen, rodeada de Ángeles, arriba y en el centro, abajo, más cerca de la altura de los ojos, un Cristo más bien pequeño, rodeado de 12 velas encendidas.

Llegué un rato antes de que comenzase la misa a la que había sido invitado, me senté atrás. Había un grupo de gente rezando juntos, un señor laico repetía desde el púlpito la mitad de una oración y el resto la completaban. Eran series del “Ave María” interrumpidas por algún “Padre Nuestro” y algún “Gloria”. El hombre mencionaba entre ellos unos “Misterios”. No sé muy bien de qué se trataba, pero creo que tenía que ver con la proximidad de la Vigilia de la Inmaculada.

[Inciso para los que no me conocéis: Soy un católico completamente nuevo y autodidacta. Fui bautizado, recibí la formación religiosa que era común a todos los niños en la EGB de los ochenta en España y a los ocho años hice la primera comunión, pero por lo demás crecí en un entorno agnóstico / positivista, con lo que aproximadamente a los diez años, abandoné todo aquello que no entendía en absoluto y que en casa me decían que era fundamentalmente “un cuento” por indemostrable. De modo que a partir de ese momento me clasifiqué a mí mismo como ateo. No obstante las figuras de Jesús y María nunca dejaron de caerme bien. Unos años después comenzó, muy lenta pero inexorablemente, el proceso de entrada de la fe en mí, sobre el que no me extenderé ahora porque daría al menos para un librito y lo merece. El inciso es para que comprendáis por qué no conozco los modos y usos de la iglesia y me limito a seguirlos sobre la marcha.]

De modo que me enganché a aquellas letanías, lo que me predispuso estupendamente para la concentración.

Una vez que empezó la misa, escuchaba con atención lo que se decía, liturgia y discurso del cura, pero en los momentos de silencio me concentraba en las figuras de La Virgen y de Jesús alternativamente y procuraba no pensar en nada. La primera sensación y que duró en todo momento era que ambos, me sonreían, incluso escuchaba su risa amable en mi cabeza.

Después La Virgen: “Nos ha costado muchos años irte trayendo a esto, no ha sido difícil pero sí muy lento, gotita a gotita. Ahora ya te relacionas directamente con mi Hijo, que te imponía tanto respeto. Es irreversible y sólo va a más”.

Los dos: “Hacía tiempo que querías tener un rato así para encontrarte con nosotros, pues aquí tienes la oportunidad”.

En algún momento sí hice una pregunta a Jesús, que me hago a menudo y mucha gente se hace, viendo su imagen en la cruz: “¿Realmente era necesario que padecieras tanto por nosotros? ¿Cómo el símbolo de la religión del amor y el perdón puede ser un instrumento de tortura y muerte?”

Y obtuve respuesta: “Sí, fue necesario. Precisamente para demostraros que no pasa nada, padezcáis lo que padezcáis en esta vida, tenéis un alma inmortal y El Padre puede resucitaros en carne y hueso. Y más importante, no hay nada que podáis hacer para que Dios deje de amaros, no hay nada que no os vaya a perdonar, si lo pedís de corazón”. Lo segundo lo entiendo muy bien ahora que soy padre. Por otra parte sé que la cruz simboliza también la unión de cielo y tierra en vertical y el paso de nacimiento a muerte en horizontal, pero ese es otro tema.

El discurso del cura me gustó mucho, iba totalmente en línea con la configuración de mi fe. Destacaré algo que dijo de lo que me he dado cuenta hace muy poco: No somos omnipotentes, el esfuerzo es conveniente y hasta necesario, pero no suficiente para triunfar en cualquier empresa, en la vida. Al final está también la mano de Dios. Esto lo he experimentado varias veces en la vida, con un balance muy positivo a mi favor y de las personas que son importantes para mí y es uno de los motivos primeros por los que tengo una fe muy clara. No creo en un destino escrito como un guion, donde Dios decide exactamente cada detalle de lo que sucede, pero tampoco en un Dios que escribió las leyes de la física y se retiró a descansar y observar. Creo en un término medio, en efecto las leyes de la física y las matemáticas son sin duda leyes de Dios, para el funcionamiento rutinario del Universo, pero creo en Su intervención saltándose estas leyes en su caso, para conducir la Historia según su plan y para comunicarse con nosotros iluminando pero sin cegar. Si no lo creyera no podría ser cristiano y tengo claro que esa manifestación no acabó hace 2000 años, yo mismo la he experimentado.

El ateo o el creyente que no sabe realmente en qué cree, que se siente valioso y se esfuerza, desesperan ante el fracaso y no digamos ante la muerte. En los últimos años yo mismo he experimentado un cierto fracaso (económico) debido a mi ineptitud financiera y jurisprudente, junto con la maldad de algunos y la corrupción y negligencia del sistema. Esto era una espina que llevaba clavada en el corazón debido a mi parte como causante (“soy un inútil…”). Hasta que me he dado cuenta de que si Dios me ama, no tengo que preocuparme de nada, Él me dará lo que realmente necesito, como ha hecho sobradamente con las cosas que importan de verdad. La próxima vez abriré más los ojos y en paz, lección aprendida, no hay mal que por bien no venga. Esto mismo me lo explicó mi psicóloga “laica” desde otro punto de vista: No somos omnipotentes, necesitamos la ayuda de los demás y dejarnos ayudar, algo que yo siempre había rehusado.

No me interesa en absoluto el catolicismo político, la militancia como oposición a los que no lo son, tratando de imponer o promocionar como normas terrenales (leyes, políticas) las supuestas directrices morales de la Iglesia a toda la sociedad. Sí me interesa que los católicos y cualesquiera otras religiones o filosofías de vida, puedan vivir libre y públicamente su religión, manifestando sus creencias y devociones, celebrando públicamente sus fiestas, pudiendo educar a sus hijos en el contexto de sus creencias y convicciones. El único límite debe ser el respeto a los demás, los derechos humanos y constitucionales y siempre teniendo en cuenta que la libertad de uno termina donde comienza la del otro. Es más, creo que esa vertiente de las religiones, en concreto de la católica, les despoja de su esencia, la trascendencia, la búsqueda de Dios, de la vida eterna y del sentido del Universo, para quedarse con el marco, una serie de normas morales materiales para la vida terrena, que acaban convirtiéndose en un fastidio y en una moralina (Nietzsche dixit) y es lo que provoca el resentimiento de los que no creen y de algunos que creen y con razón.

Mi opinión es que es normal que los que no creen que Jesús era quien decía ser (el Verbo, la Segunda Persona de Dios) y que murió y resucitó al tercer día, no encuentren sentido y sí muchas contradicciones en la religión católica. Pero también pienso que se equivocan en evaluarla como un movimiento político, porque no lo es, de hecho es lo contrario (“dad al césar lo que es del césar…”). El Dios cristiano no se dirige a los colectivos, las naciones, los pueblos, al contrario de lo que hacen las ideologías, se dirige a todos y cada uno de los individuos en particular, porque todos son fundamentales para Él, ni uno sobra. El hecho es que un supuesto mensaje de Cristo, según la corrección política y el pensamiento débil, referente a cómo se debe organizar la vida de la sociedad en la Tierra, gusta bastante a los adeptos de esas dos tendencias, aunque enseguida caen en la conclusión de que era un loco estupendo, que lo que predicaba es imposible de seguir (poner la otra mejilla, abandonar toda riqueza…) y que por tanto los católicos son grandes hipócritas todos condenables según su propia religión. Mi opinión es que no han entendido nada (yo tampoco es que entienda mucho pero creo que algo más que ellos, para empezar tengo bien abiertos los dos ojos de ver y alguno más); todos esos ejemplos de Jesús en el Evangelio, lo eran de máximos, la matrícula de honor, para santos perfectos, de ahí para abajo todo el mundo puede también salvarse, basta con pedir perdón de corazón. Los primeros doce apóstoles y el primer papa no eran héroes ni superhombres, eran gente bastante normal, pecadores, con defectos y los eligió Él. Para mí el mensaje está claro: “Quiero una Iglesia en que quepáis todos, no una secta de perfectos”.

Los dos párrafos anteriores han sido una reflexión, ninguna revelación, volvamos pues con lo que capté aquella noche.

Como no conocía a nadie cuando llegué y sólo al comenzar la misa vi entrar a mis amigos, me situé sólo en un banco de los más retrasados entre los asistentes. Creo que ya he dicho que desconozco mayormente los pormenores de la liturgia y me limito a seguir a los demás y escuchar intentando entender o dejar la mente en blanco y abierta en los momentos de silencio, aunque también rezo.

En todo momento escuchaba una voz femenina de edad indeterminada justo detrás de mí, que “cantaba” todo lo que había que decir, lo que me ayudaba a seguir la celebración. Llegó el momento de darse la paz justo antes del misterio de la Eucaristía, que a muchos os resultará familiar, incluso a los no creyentes. Di la mano a una señora que había en el banco delante de mí y después me di la vuelta para hacer lo propio con quienes estuvieran detrás de mí, esperando encontrarme una persona mayor que yo y entonces me topé sólo con una chica que creo no llegaría a veinte años, de rostro angelical, visiblemente emocionada y “viviendo” el momento, que me estrechó su mano y me deseó la paz.

Salí a comulgar, es algo que hice por una última vez quizá con nueve años y que he vuelto a hacer hace muy pocos cuando tengo oportunidad, pues me hace sentir extremadamente bien. Para mí es un regalo, no una obligación.

Para regresar al banco que ocupaba encontré mi posición triangulando las de estas dos personas a las que había deseado la paz. Me coloqué un ratito de rodillas a rezar Padre Nuestro – Ave María – Gloria – Ave María, que es lo que hago habitualmente cada vez que emprendo un camino, al salir de casa por ejemplo y luego me senté de nuevo. Dejé pronto de escuchar la respiración de la chica detrás de mí. Me concentré en la imagen central baja, en el retablo, de Cristo crucificado, rodeado por doce cirios a sus pies, que ya he comentado antes.

Sé que los iconos, son sólo eso iconos, Dios no está más en ellos que un bosque o en un rincón de mi casa (misterio de la Eucaristía aparte), pero siento que son buenos transmisores o mediadores, que ayudan a conectar nuestra mente con la trascendencia. Por lo menos conmigo funcionan.

De modo que procuré dejar la mente en blanco mirando aquella imagen iluminada en medio de cierta oscuridad. En pocos segundos empecé a desengancharme del mundo físico y me iba invadiendo una sensación de felicidad y bienestar enorme. Hubiera desconectado de buen grado para un buen rato, pero en casa me esperaban mi mujer e hijos, estos ya acostados y al día siguiente había que ir a trabajar. Además el cura dio por finalizada la celebración.

Así que reconecté con mis manos y pies, me levanté y me acerqué a confortar a mis amigos y sus hijas. La chica que estuvo en el banco detrás de mí no se incorporó a la cola o si lo hizo, se hizo también invisible y cuando abandoné la nave, tampoco estaba allí.

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She went away from me and she moved through the fair